Del Rey Juan Carlos a John Kerry, del enviado del Vaticano para oficiar una solemne ceremonia de bendición en San Pedro Claver de Cartagena, del presidente de las Naciones Unidas Ban Ki Moon y su antecesor, Kofi Annan, a la directora del Fondo Monetario Internacional, de Raúl Castro a Peña Nieto, Maduro, Correa o Bachelet. De una punta a otra del continente, no hay un presidente que se quiera perder la firma del compromiso de paz que se reubrica este lunes entre el Gobierno colombiano y las guerrillas de las FARC, tras una guerra de medio siglo. Una solemne cita a la que Obama dio dimensión planetaria en su último discurso ante las Naciones Unidas, recordando lo mucho que EEUU había invertido en política y recursos. Washington se ha jugado mucho con el Plan Colombia y la lucha sobre el terreno contra droga y guerrilla. Todos quieren figurar. Y, cómo no, Felipe González amigo personal de Juan Manuel Santos.
Desde el sábado pasado, Cartagena es una ciudad sitiada pero para la protección de propios y extraños, dignatarios internacionales y colombianos, más los líderes guerrilleros, muchos de ellos la primera vez que no aparecen clandestinamente en suelo colombiano. Un gran party con más de 2.500 invitados. En ninguna otra firma de la paz entre gobierno y guerrilla como las que se produjeron en América Central se ha visto semejante escenificación mundial. En mis muchos años de periodista sólo he asistido a algo comparable, la firma del fin del apartheid en Sudáfrica entre Mandela y De Klerk. Una muestra de lo que significa para este país la aprobación de la comunidad mundial. Toda América Latina, boliviarianos y antibolivarianos, amigos y enemigos del Fondo Monetario Internacional, Estados Unidos, que se considera no sin alguna razón padre putativo de la criatura, y en un continente dominado por populismos y movimientos sociales Washington se recrea ante la perspectiva de una nueva Colombia tan obediente como las anteriores. Y, en definitiva, para todas las instancias económicas internacionales que ven en Colombia un Mercado en transición hacia una jugosa paz.
En ninguna otra firma de la paz entre gobierno y guerrilla como las que se produjeron en América Central se ha visto semejante escenificación mundial
Quiere todo ello ser una bienvenida anticipada a una Colombia que aspira hoy a ser un solo país, en cuyas veredas gobierne un solo Estado, sin zonas de excepción por mor de la guerrilla. Solo así podrá Bogotá combatir el problema del narcotráfico que ha envilecido la vida política nacional en las últimas décadas. Y de ahí el valor de esta ceremonia que quiere simbolizar el renacimiento de la patria colombiana.
Pero también revela el acopio de fuerzas que necesita el presidente Juan Manuel Santos para ganar un referéndum convocado para el 2 de octubre. Con una escenificación que recuerda la que se vivió en España con occasion del referéndum de la OTAN, cuando casi no hubo mandatario en Europa que no hiciera de amplificador del mensaje incesantemente repetido por Felipe González: "O los españoles dicen 'sí' a la OTAN, o no podrán ser miembros de pleno derecho de Europa". Igualmente, los mandatarios llegan a Colombia para repetir disciplinadamente ante cada micrófono que "o Colombia vota por la paz o cae en las tinieblas". Reproduciendo al dedillo el mensaje con el que se viene desgañitando Santos: "O se vota ahora por la paz o no habrá otra oportunidad. Todo el trabajo de cuatro años en La Habana no habrá servido para nada y el país volverá a las armas con más virulencia que antes. Votar 'no' es retroceder 40 años". Un mensaje que parece especialmente dirigido contra el anterior presidente, Álvaro Uribe, visceral adversario y azote de Santos desde que dejó el poder, dedicado en cuerpo y alma a promover el 'no', hasta convertirlo en una cuestión personal entre él y Santos. El considerable poder de ese líder, brillante y obstinado, muy de la tierra, ‘paisa’, antioqueño, del que el común de los colombianos se sienten mucho más cercanos que del señorito bogotano que es Santos, viene expresándose en una guerra de encuestas que pone nervioso al Gobierno. Las noticias que llegan de los poblados y barrios periféricos de Cartagena, así como de las zonas rurales, donde muchos dirigentes comunales están promoviendo el 'no', o lo que puede oirse en la calle a poco que preguntes, dan medida de cuan apretada puede ser la victoria.
Votar 'sí' no asegura la paz, pero sí es requisito necesario para la reconciliación nacional y el primer paso de un largo y complicado proceso que recuerda en ciertos aspectos a nuestra transición a la democracia
¿Por qué tantos colombianos dirían 'no' a la paz? Se le critica a Santos que plantee una pregunta trampa como "¿Está usted a favor de la paz?" --algo que todavía nadie sabe cómo se va a construir-- y no la más obvia y honesta de "¿Aprueba usted el acuerdo firmado con las FARC en La Habana?", tal vez porque ésta es la pregunta más controvertida del llamado proceso de paz. Los dos puntos más cuestionados son las subvenciones a la reinserción de los mas de 7.000 guerrilleros que se han comprometido a dejar las armas, así como asegurar la participación política de sus dirigentes a los que se acusa de crímenes horrendos. Y Uribe está ahí para asegurar que con él también se firmaría la paz, pero en otras condiciones, sin mencionar que las FARC nunca firmarían ni una coma menos de lo que, indudablenente, son extensas concesiones del Gobierno. Y votar 'no' sería literalmente arrojar de nuevo a los guerrilleros al bosque y la montaña, donde se han hecho fuertes con el cultivo y el peaje de la coca.
Ni la guerrilla es probablemente ya el primer problema de Colombia --frente a la magnitud del narcotráfico y la sangrante exclusión social-- ni votar 'sí' asegura la paz, pero sí es requisito necesario para la reconciliación nacional y el primer paso de un largo y complicado proceso que recuerda en ciertos aspectos a nuestra transición a la democracia.
Pero todo lo que le queda por delante a Colombia tras el referéndum, es otro cantar. Hoy disfrutemos de la fiesta.