Abogado, antiguo corresponsal de guerra y actualmente eurodiputado por C's, Javier Nart ha publicado 'Nunca la nada fue tanto' (Península), unas memorias sobre sus aventuras en los frentes bélicos. Nart escribe como habla, con intensidad y elocuencia, permitiéndose el gusto por las cabriolas literarias, afín al estilo del sin par Guillermo Cabrera Infante.
En este libro dedica un recuerdo a sus amigos que "ganaron su vida aun perdiéndola", una declaración de principios de quien intenta todo sabiendo que alcanzará poco. Es más, llega a afirmar que "todo lo que tengo es un regalo, y lo que no alcanzo, un imposible". Ya cara al mar --que ve como un mundo de silencio, de luz difusa, tan intenso como extenso-- refiere con pasión sus propios actos y omisiones. Su temprana vinculación al Frente Sandinista (que no duda en calificar de gran estafa, dejando su opinión sobre Daniel Ortega y las oligarquías falsamente revolucionarias), los ruidos de la guerra en que resultó herido. Su relación con el Frolinat del Chad y con la OLP. Sus experiencias en Zimbabue, Yemen, Angola, Guinea, Camboya, Iraq, Libia y Líbano. Vista la guerra desde dentro se encuentra un negocio real. La conciencia de que muchos seres murieron para nada. Y que las ilusiones y los sufrimientos de muchos más no sirvieron tampoco para nada mejor. Por eso demasiadas veces la experiencia y los desengaños vienen a ser todo uno. El asco insondable de tener que reconocer que en una contienda todos, absolutamente todos, eran tan tribales y reaccionarios como sus adversarios.
Vista la guerra desde dentro se encuentra un negocio real. La conciencia de que muchos seres murieron para nada. Y que las ilusiones y los sufrimientos de muchos más no sirvieron tampoco para nada mejor
Javier Nart señala nobles ideas, como patria, religión o revolución, que actúan como grandes estafas en boca de incontables liberticidas. Amigo del Quijote, y por ello de la justicia y la libertad, cree que cuando Dios amanece, para todos amanece. Y "que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más". Los cambios sociales, remarca sabiamente, exigen el propio cambio interno y "un desconfiado control de nuestros liberadores". La política solo se debe hacer desde las realidades, no desde las ficciones ni los deseos. Nart denuncia a quienes con frivolidad o infantil maximalismo dan lugar a una brutal reacción del enemigo: "Reacción que paga en sangre, sufrimiento y miseria la población civil".
¿Quién puede borrar la experiencia camboyana?: "En menos de cuatro años, los jemeres rojos realizaron el exterminio más bestial que conoció el siglo XX. Casi dos millones de compatriotas sobre una población de seis desaparecieron por hambre, torturas, enfermedades, palizas. Los más afortunados recibieron un tiro en la cabeza... bala que además tenía que pagar su familia. Nada era gratis, ni la muerte". A pesar de todo, grave sin presunción, alegre sin bajeza, Nart se declara creyente en la bondad del género humano y en la mejora de nuestra conciencia. Mira dentro de sí y establece que sigue siendo "la sombra de lo que nunca fui", alguien que pugna por hacerse. Declara haber superado la angustia ante la inevitable muerte, y que un día asumió haber colmado su "cuota de suerte o disparates", tras aunar miedo, cansancio y sentido común.
Cuenta que tener que correr entre disparos y explosiones le enseñó a "buscar desenfiladas, ángulos muertos para poder seguir vivo". Me llevo una sorpresa al enterarme de que el famoso chaleco de los reporteros fue introducido por él en el Líbano: "Desde entonces el chaleco de pescador se ha transformado en universal prenda de los fotógrafos. Fue mi humilde contribución a esta profesión. Y sin cobrar royalties". Su estilo justiciero, apasionado y veraz evidencia una españolidad definida por una longitud de onda semejante a la de su amigo Arturo Pérez-Reverte.