Hace ya cincuenta años, la declaración de principios de la Asamblea Constituyente del Sindicato Democrático de la Universidad de Barcelona, en lo que constituyó una clara defensa de un modelo social de universidad caracterizado por la lucha por una universidad pública, justa, igualitaria, social y democrática, incorporó las siguientes palabras: "La universidad debe ser accesible a todos aquellos que estén capacitados. No pueden existir barreras clasistas. La universidad debe estar al servicio de la sociedad, debe ser autónoma e independiente, no puede permanecer aislada de los problemas, las aspiraciones y las actitudes de los integrantes de nuestra sociedad"
Esta declaración, en pleno siglo XXI, no solo sigue absolutamente vigente, sino que también requiere del diseño e implementación de nuevas políticas, como es el caso de las de igualdad, que deben situarse en el corazón mismo de las universidades.
Las universidades españolas, en consonancia con las políticas europeas, deben asumir un enfoque activo y transversal de la igualdad de género
Debemos ser conscientes de la amplitud y complejidad de las políticas de igualdad. Las universidades españolas, en consonancia con las políticas europeas, deben asumir un enfoque activo y transversal de la igualdad de género, pues las desigualdades estructurales requieren de cambios estructurales que, en cualquier caso, deberán guiarse por la lógica.
Por ello, en orden a conseguir la igualdad efectiva entre hombres y mujeres resulta obligado emprender, de forma combinada, diferentes acciones: superar la llamada segregación vertical, poner el acento en la conciliación y en las políticas de tiempo, desglosar los datos por sexos, apostar por la transversalización de género tanto en la docencia como en la investigación, caminar hacia una cultura de la prevención y la protección, presidida por la 'tolerancia cero' ante cualquier manifestación de acoso sexual, ya sea por razón de género o de orientación sexual, y consolidar la utilización de un lenguaje inclusivo.
La universidad debe situarse al frente de la sociedad, construyendo conocimiento, innovando en prácticas, asesorando gobiernos e instituciones. La universidad marca la vida de miles de personas y no puede ni debe perder la oportunidad de ayudar a encontrar la solución ante la lacra de la violencia de género, así como tampoco dejar de ser un instrumento útil, en la práctica, para consolidar el pleno respeto del principio de igualdad consagrado, de forma expresa, en el artículo 14 de nuestra Constitución de 1978. La formación y, por extensión, la vida de cualquier universitaria o universitario, debe ser una caja de resonancia en pro de la justicia social y de género.