En los dos últimos debates de investidura no hubo una sola mención a alguno de los graves problemas de orden físico provocados por acciones humanas, que aquejan al planeta, ni siquiera al cambio climático, el más divulgado. España es el vigésimoquinto país emisor de CO2 de 195 Estados. Se dirá que un debate de investidura no puede abarcar todos los temas; cierto, pero el más grave de los temas, especialmente para España, muy expuesta a las consecuencias del cambio climático, bien merecía alguna mención de sus señorías, al menos para transmitir la idea de que están al tanto de lo que nos amenaza.
¿Cómo romper el círculo vicioso y maléfico de políticos que solo se interesan por lo que preocupa mayormente a la población, aunque no sea lo más importante para el interés general, y población que solo se interesa por lo que le atañe directa e inmediatamente? Los políticos disponen de información sobre el estado del planeta, que en su mayor parte está disponible para la población. En la era de la información, y su divulgación por medios y agentes como nunca los ha tenido la humanidad, no se puede alegar desconocimiento de las cuestiones esenciales para nuestra supervivencia. Los informes del Panel Intergubernamental para el cambio climático de la ONU (IPCC) están en Internet, al alcance, pues, de manera directa o por mediación de los divulgadores, de prácticamente todo el mundo.
En la era de la información no se puede alegar desconocimiento de las cuestiones esenciales para nuestra supervivencia
¿Quién debe tomar la iniciativa? Muchos impulsos ya surgen de grupos organizados de la población, todavía en número e intensidad insuficientes, pero la responsabilidad principal corresponde al político, y, en particular, a los gobernantes. A éstos se acaba de dirigir el papa Francisco en un valiente alegato para recordarles que tienen la obligación de “escuchar el grito de la tierra”, “cuando se maltrata a la naturaleza se maltrata también a los seres humanos”. Y añade una carga de profundidad contra el conservadurismo y el conformismo: “La economía y la política, la sociedad y la cultura deben ser urgentemente reorientadas hacia el bien común, que incluye la sostenibilidad y el cuidado de la creación”. El Papa con su autoridad moral toma el relevo de la izquierda silenciosa y el populismo estéril.
Esa reorientación requerirá liderazgos heroicos, esfuerzos ciclópeos, sacrificios inmensos, solidaridades de humanidad... Y no hay alternativa; o de una vez por todas se toma en serio la consunción del planeta y se empiezan a adoptar las medidas propuestas por los expertos --el 5º informe del IPCC 2014, que lleva por título “Mitigación del cambio climático”, va acompañado de un pedagógico “Resumen para responsables de políticas”, léase políticos (gobernantes u oposición) y responsables de la galaxia financiera-empresarial--, o el caos planetario se encuentra a la vuelta de la esquina.
Pero no solo se trata del cambio climático, éste se está acelerando por desequilibrios profundos de alcance mundial: opulencia y dispendio obsceno de recursos frente a pobreza material y miseria espiritual enormes, sobrepoblación galopante --probablemente 10.000 millones de humanos poblarán la tierra en el horizonte de 2050, que consumirán un 20% más de recursos hoy ya escasos--, saturación en la reabsorción de CO2, cuya concentración ha aumentado sin precedentes desde hace, por lo menos, 800.000 años, ocultación sistemática a la opinión pública de la emergencia planetaria... Todo ello interrelacionado, de ahí la inmensa magnitud de la reorientación necesaria. Resulta perversa y suicida la cínica afirmación de que todo se arreglará cuando el arreglo sea negocio.