España necesita un gobierno. Pero no cualquier gobierno. Necesita un gobierno que abra una nueva etapa. No se trata de conseguir una investidura que alumbre un gobierno débil y sin capacidad para iniciar una agenda reformista potente. El objetivo no debería ser un gobierno de Mariano Rajoy basado en la abstención de otras fuerzas políticas que al día siguiente pasan a la oposición, ni un Sánchez presidente gracias al totum revolutum de podemitas y secesionistas.
Si se trata de evitar rupturas revanchistas y la desmembración del país, se deben abordar con determinación los cambios necesarios para dar solución a los problemas que amenazan nuestro sistema de convivencia. Y para ello es imprescindible cambiar la dinámica política actual. Y hacerlo con una base parlamentaria lo más amplia posible que permita abordar los temas nucleares: hacer eficaz y creíble la lucha anticorrupción, reformar la ley electoral y la ley de partidos, mejorar el funcionamiento del estado de las autonomías y hacer frente al desafío independentista,y plantear las reformas necesarias para hacer sostenible nuestro estado del bienestar, muy especialmente las pensiones.
Sobre estas bases deberían poder ponerse de acuerdo conservadores y reformistas. Nuestros conservadores deberían hacer suya la frase de 'El gatopardo': "Que todo cambie para que toda siga igual". Dicho de un modo que parezca menos cínico, abordar las reformas necesarias para cambiar lo que esta agotado y atrofia el sistema. El objetivo debe ser salvar lo esencial: la economía social de mercado, el Estado de derecho, la unidad del país y el proyecto europeo. Y aunque puede ser injusto para las personas afectadas, esto exige cambios legislativos y de acción política, pero tambien caras nuevas que rompan con el pasado inmediato.
Las últimas elecciones han dejado tres grandes bloques políticos: el conservador, con 137 diputados; el reformista, con 117, al que pueden unirse los 5 diputados del PNV y el único de CC; el rupturista, con 71, y el secesionista, con 19 (ERC, CDC y Bildu).
Los 254 diputados que, como mínimo, se obtendrían con la suma de conservadores y reformistas deberían ser capaces de ponerse de acuerdo en las reformas necesarias y en un gobierno que las lleve a cabo en un periodo de tiempo acotado. Y ni Rajoy, contaminado en exceso por la etapa que queremos dejar atrás, ni Sánchez, sin la necesaria capacidad de liderazgo interno y externo, sirven. Búsquese a un conservador lampedusiano para presidir un gobierno que cuente con el aval de, al menos, 254 diputados. Y a partir de aquí que se afronten con decisión los complejos retos que el país tiene por delante. Tiempo tendrán los partidos implicados para reforzar su perfil propio de cara a las siguientes elecciones.
Puede defenderse, como ha hecho un reciente manifiesto de personas vinculadas con la izquierda, que la verdadera mayoría reformista está en un acuerdo de PSOE, Podemos y Ciudadanos (188 diputados). Pero además de que las diferencias programáticas son muy profundas, Podemos produce reticencias sobre su compromiso con la democracia representativa y con Europa, este acuerdo sería minoritario en el Senado, y queda muy lejos de las mayorías reforzadas que exigen algunas de las reformas planteadas.