Nunca cesan en la agitación y la propaganda en pro de la mítica independencia de Cataluña. Gradúan la campaña o la intensifican. Ahora es tiempo de intensificarla en la perspectiva del 11 de septiembre. Las circunstancias se prestan a ello: el largo gobierno en funciones del inepto y electoralmente revalidado Rajoy --“España es irreformable”, ha sentenciado Junqueras-- y el escalonado regreso de las vacaciones --hay que recordar a los que se incorporan a la vida ordinaria que la cuestión (esencial según los independentistas), no las múltiples cuestiones (vitales para los afectados) que agobian al parado, al trabajador, al paciente en lista de espera, al joven desorientado..., sigue pendiente--.
¡Qué hastío, las mismas falacias desde hace meses, ahora ya años! ¡Qué aburrimiento tener que oponerse dialécticamente a semejantes despropósitos!
Jordi Turull, presidente del grupo parlamentario de JxSí, ha voceado que “en las Fiestas de Gràcia de 2017 ya habremos proclamado la independencia de Cataluña”, con la apostilla prudente de “si en los próximos meses los acontecimientos evolucionan según lo previsto” (por ellos).
Carme Forcadell, la presidenta del Parlament, que, promocionada por JxSí y la CUP, llegó a tan alta (e inmerecida) función desde la agitación callejera de la Assemblea Nacional Catalana, tras recibir la notificación del Tribunal Constitucional advirtiéndole de las responsabilidades en las que incurriría, si la cámara que preside sigue adoptando decisiones para avanzar en el “proceso independentista”, ha escrito en su cuenta de Twitter : “Reitero que en los estados democráticos los conflictos políticos se resuelven políticamente con diálogo y acuerdo, no en el TC”.
¡Qué hastío, las mismas falacias desde hace meses, ahora ya años! ¡Qué aburrimiento tener que oponerse dialécticamente a semejantes despropósitos!
Dicen que proclamarán la independencia de Cataluña. ¿Quiénes? ¿Cómo? ¿Qué consecuencias conllevaría en el orden interno español? ¿Quién la reconocería en la esfera internacional? ¿Qué consecuencias comportaría la independencia para la población de Cataluña? Sobre todo eso, nada, y este nada estrepitoso significa deshonestidad intelectual y moral, irresponsabilidad e indecencia políticas. Pura agitación.
Calificar de conflicto político el desacato a las sentencias del Tribunal Constitucional es, simplemente, una aberración jurídica, un escarnio al orden democrático. Dicen buscar el reconocimiento internacional a su juego, ¿qué creen que piensan de su desobediencia, proclamada en sede parlamentaria y aplicada con contumacia, en países como Alemania o los Estados Unidos, donde el respeto al Tribunal Constitucional constituye el pilar fundamental de su sistema político?
Eso y mucho más de lo mismo es lo que nos espera a la vuelta de las vacaciones, al regreso al claustro de la Cataluña unilateral de los independentistas.