En una de las mesas redondas de la Universitat Catalana d'Estiu (UCE) unos filólogos --ojo, algunos, catedráticos de universidad-- han abogado por la eliminación del castellano en la “futura república catalana”. Ese nuevo acto de radicalismo no ha sido bien aceptado por todos los políticos independentistas. Bueno, al menos, por uno. El diputado de ERC Gabriel Rufián, según algunas fuentes, abandonó como protesta el acto.
Cuando el independentismo no ha cuajado y la mentira se ha adueñado de una parte de la sociedad, entran con fuerza los radicales
Horas más tarde, el propio Rufián dejo caer un tuit. Fue su respuesta a mi pregunta sobre la veracidad de la anulación del castellano en una hipotética Cataluña independiente. Una frase clara y contundente: “De cuanto decís, que en Catalunya (sic) se 'anula' un idioma hablado por 500.000.000 de personas, diría q es lo más falaz y ridículo”. Malos tiempos para la lírica independentista, que diría la canción.
Cuando el independentismo no ha cuajado y la mentira se ha adueñado de una parte de la sociedad, entran con fuerza los radicales. Gabriel Rufián, a su pesar, no es un radical. Es el típico buen chaval de barrio que va a su rollo. Es alguien gracioso, con argumentos ciertamente a veces hilarantes, pero al menos habla. Se le debe reconocer que ha sido el único líder de ERC en criticar, sin tapujos, la propuesta de esos radicales filólogos.
Y no hay que ser político para darse cuenta de la atrocidad de la propuesta de la UCE. Si algo necesita el independentismo es aglutinar una base social más amplia. Hacer una independencia desde un idioma es un error grave. No sólo de concepto sino incluso de inteligencia. Las independencias se montan a través de la economía, jamás de los sentimientos. Y ese detalle nimio fue el germen del procés. Cuando quedó claro que la economía no generaba argumentos se ha tirado de sentimientos e idioma. Y ahí los números cantan. El procés se desinfla.
Y a pesar de la ocultación por parte de los medios públicos y privados catalanes, las cifras no mienten. Desde la aparición de la democracia Cataluña ha pasado de ser cabeza de España a finales de los 70 a ser una pequeña cola de ratón en Europa. Un índice demoledor es el índice de progreso social de la Unión Europea. Una versión adaptada del PIB con base social. Una versión donde más cifras son sumadas como nuevas variables para estimar la realidad de cada territorio.
En el caso de Cataluña, somos la 165ª de 272 regiones en Europa. Les voy a ahorrar que comprueben, por sí mismos, que no somos la primera de España, tampoco la segunda, ni la tercera. Somos la comunidad número 12 en España. Detrás de nosotros sólo están Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Baleares y Canarias. Pero, además, pisándonos los talones. Extremadura es, por ejemplo, la 167ª, sólo dos puestos por debajo. Por su parte, Madrid esta en el lugar 87ª, y el País Vasco, por citar otra comunidad histórica, referente para muchos catalanes, en el 102º. Galicia, la tercera comunidad histórica de España, esta en el 157º. También por delante.
Siempre hemos dicho que lo peor del procés es la falta de autocrítica. Ahora alguno dirá que el descenso a los infiernos de Cataluña en el Índice de Progreso Social es fruto de la política de Madrid. Pero curiosamente el País Vasco, con muchas más diferencias, en estos 35 años de democracia está donde está. Hasta Galicia nos supera. Quizás el oasis catalán ha sido la perdición de Cataluña. Mientras unos creían trabajar por el bien de todos, otros se forraban a su costa. Cataluña se ha hundido mientras algunos han robado. Resultado: Cataluña no es lo que era, y en manos de radicales nunca volverá a serlo.
Cataluña se ha hundido mientras algunos han robado. Resultado: Cataluña no es lo que era, y en manos de radicales nunca volverá a serlo
Porque los radicales no son sólo malos personajes, sino que son, sobretodo, pésimos gestores. No gestionan por conocimiento sino por sentimiento. No hablan de economía sino de idioma. No suman, sino restan. Y el gran problema catalán es que, como un cáncer, se han adueñado de la mayoría de las instancias públicas y privadas de Cataluña. Que llamemos intelectuales en Cataluña a gente como Rahola, Soler o Culla tiene su gracia. La desgracia es que en Europa no miran, ríen. ¿Qué cara se le pone a cualquiera que sepa leer un dato? En TV3 no saldrán, tranquilos, cuando nos llenamos la boca con que somos una potencia económica y aparecemos en un patético lugar 165 de las 272 regiones de Europa.
La realidad es la que es. Como hemos escrito muchas veces, al independentismo no se le vence con chillidos, con sentimientos; se le gana con datos. Explicando cada día una historia real. Desmintiendo cada día una mentira. La economía jamás ha sido la base de esta supuesta independencia catalana. Aunque algunos imberbes como Gabriel Rufián se lo hayan creído. Siempre ha sido el idioma. El problema es que hemos llegado muy lejos, y desactivar sentimientos basados en un idioma llevan a cualquier territorio simplemente al conflicto.
Los políticos independentistas --como Junqueras, Mas o Puigdemont-- son tan cobardes y negados que se han visto superados por los radicales. Su silencio ahora simplemente ridiculiza más sus actos. Exterminar el castellano como pretenden algunos es ciertamente un dato que todos los catalanes debemos conocer. Es ese plan B escondido que nunca explican. Pero curiosamente un plan B que ha hecho a algunos vivir, y vivir muy bien, del cuento, durante 30 años. Lástima que tipos como Rufián, con su verborrea infantil, sean también temerosos de reconfirmar que esos de la UCE son simplemente unos tarados. Su fin no es la independencia, sino el exterminio del que no hable nuestro idioma. Porque el catalán es tanto suyo como nuestro. No seremos filólogos pero no dejamos de ser catalanes por ello. Porque, no lo duden, mucho independentista empieza a tener miedo de sus radicales. Y una sociedad con miedo es una sociedad indigna. Cataluña ya no tiene vergüenza de personas como Rufián. El diputado Gabriel Rufián al lado de los exterminadores es un alma cándida.