Hace menos de un año, en un muro de hormigón junto al que paso cada día para ir a trabajar, alguien había escrito con un spray negro, en letras mayúsculas, ‘MACHETE AL MACHOTE’ acompañado del dibujo de lo que parecía ser el machete de rigor del que caían unas gotas rojas. El mensaje, que muchos niños repetían en voz alta en su camino al colegio, encantados por el juego de palabras, resistió unos meses, hasta que fue borrado por los servicios municipales. Al cabo de unos días, apareció otro --‘Todas las putas acabaréis muertas’-- que, afortunadamente, también fue eliminado.
El delito de amenazas consiste en infundir a otro el temor a sufrir un daño propio o ajeno mediante cualquier medio capaz de ser percibido por la víctima, desde el clásico gesto de pasarse un dedo por el cuello, hasta las amenazas verbales o por escrito. Uno de los más utilizados últimamente por los acosadores es el servicio de mensajería Whatsaap. En los casos de violencia de género es habitual hallar en los atestados policiales páginas enteras de las conversaciones que luego serán la base para acusar y algunas frases son capaces de amedrentar a cualquiera.
“A ver quién se va acordar de ti cuando acabe contigo”, decía el mensaje que, efectivamente, acabó con ella
“Te voy a matar”; “tengo una bala que tiene tu nombre”; “sacaré los ojos a tus hijos”; “te enterraré en cal viva”; o el clásico, “de la cárcel se sale, de la tumba no”, son expresiones que luego se intentan justificar en un contexto de divorcio, de infidelidad, de problemas económicos, e incluso argumentan que no serían capaces de ponerlo en práctica. Otros niegan su autoría alegando que su teléfono está al alcance de más gente, que se lo dejó en el trabajo, que no recuerda haber escrito nada parecido…
Para muchas personas, el insulto, la amenaza o incluso la agresión, son actos normales y cotidianos. Es frecuente escuchar en un juicio al acusado reconocer que sí, que pegó o amenazó a su madre, a su pareja, a su compañero de trabajo o a un simple desconocido, pero que no hubo para tanto, que le pegó o le insultó “lo normal”, y se muestran sorprendidos de que ello tenga importancia suficiente como para justificar una condena. Pero el miedo a que las amenazas se conviertan en realidad, causa un sufrimiento difícilmente reparable. Pánico a salir a la calle, a que suene el timbre de la puerta, o simplemente a recibir un nuevo mensaje en el móvil, genera un estrés que se manifiesta en crisis de ansiedad, taquicardias, problemas digestivos y hasta enfermedades mentales.
La señora X, de 45 años de edad, viuda, recibía serias amenazas de un sujeto con el que mantuvo una relación de pareja durante seis meses. Cuando decidió terminar con él, el acoso era tal que se vio obligada a cambiar de número de teléfono e incluso de domicilio, pero no le sirvió de nada. Siguió llamándola y le dedicaba cientos de mensajes, a cual peor. Nunca se materializaron en agresiones reales, pero a la víctima se le agravó la dolencia cardíaca que padecía. Por fin, se decidió a denunciar, el individuo fue condenado y durante un tiempo, recuperó su vida normal. O casi. Hasta que un día, cuando todo parecía olvidado, recibió en su móvil el siguiente mensaje: “A ver quién se va acordar de ti cuando acabe contigo”. La señora X sufrió un infarto y falleció. El agresor acabó con ella, pero no con su historia, que es la de muchas mujeres que sufren en silencio.