El otro día visité el museo de una ciudad lejana, un museo con una colección de segunda categoría, mal iluminada y necesitada, además, de un buen trabajo de restauración, y con el ánimo un poco encogido por todo ello, cuando ya casi iba a salir de repente me encontré ante un pequeño Morales, que es algo que siempre levanta el ánimo, aunque fuese una de sus inconfundibles, melancólicas piedades al pie de la cruz. Con María demudada y llorosa abrazada al Cristo ceniciento, con los labios morados, muerto. Salí muy reconfortado.
Ayer pude contemplar varios lienzos muy parecidos, pero de mejor calidad y condiciones de iluminación, exposición y conservación muy superiores, en el MNAC, en la exposición monográfica sobre Morales organizada por el museo del Prado, el de Bellas Artes de Bilbao, y el barcelonés. Es una maravilla. Sólo el óleo que te sale al paso en la entrada de la exposición, la deslumbrante “Virgen del pajarito” o “La oropéndola”, ya merece la pena de subir a Montjuich.
Nosotros no estamos ni un centímetro más lejos de esas representaciones que de las de Bacon, por poner un ejemplo moderno
Ahora bien, al leer el catálogo me han sorprendido unas palabras de Miguel Zugaza donde el director del Prado parece lamentar (ahora soy yo el que lamenta no haber tomado nota de sus palabras exactas) una religiosidad o sentimentalidad exagerada o contrareformista que emana, o parece emanar, como si fuera un defecto, de parte de la obra del “Divino Morales”.
También la comisaria de la exposición, Leticia Ruiz, habla de que sus cuadros están “pintados según una religiosidad quizá muy diferente, lejana a la actual”.
Y también el mismo director del MNAC, Pepe Serra, sostiene que “hay que superar la barrera de la temática religiosa para ver a un pintor extraordinario”.
Vaya por delante que admiro –lo digo con sinceridad y sin pizca de ironía— a Leticia Ruiz, Miguel Zugaza y Pepe Serra. Leticia Ruiz ha hecho un trabajo formidable; Zugaza es lo mejor que le ha pasado al Prado en muchos años; y Pepe Serra es lo mejor que le haya podido pasar al MNAC. Son tres profesionales no solo competentes, sino excelentes. Pero aquí me están contando algo que no entiendo. Me gustaría saber qué me están diciendo. ¿Qué es lo que les preocupa?
Hasta la joven, informada y didáctica guía que mientras yo andaba por las salas contemplando aquellas vírgenes tan melancólicas, tan retenidamente tristes, con su hijo tan doliente en brazos, explicaba la exposición a un grupito de visitantes, parecía pedirles que fuesen condescendientes para con un “angst” trasnochado. En la imaginería de Morales algo le parecía exagerado y quizá levemente kitsch.
Repito, ¿qué les preocupa? Sin duda algo parecido a lo que preocupaba a Cees Noteboom cuando escribió el texto para el catálogo de la exposición de Zurbarán en la National Gallery de Londres; allí dice: “Su imaginería me fascina aunque se haya hecho extraña a nosotros y, en esencia, inaccesible”. Los monjes meditabundos y santos tétricos de Zurbarán “parecen emisarios de otro mundo”, “pertenecían a un mundo que para nosotros ha devenido inaccesible para siempre. El milagro es que a pesar de todo podamos verlos. No es posible acercarse más al enigma”.
¿Pero qué está usted diciendo, señor Noteboom? ¡Los santos de Zurbarán no son emisarios de otro mundo, son mis vecinos! ¡El del segundo primera, el del cuarto segunda! ¡Yo mismo en despachos barceloneses y madrileños he asistido muchas veces a conversaciones como la del Papa Urbano II con San Bruno que nos sobrecoge en el museo de Bellas Artes de Sevilla! Y unas veces yo fui Urbano, y otras Bruno. Zurbarán habla de nosotros, de la soledad del hombre con sus anhelos de redención, con su soledad y su locura obsesiva, con una elocuencia terrorífica pero perfectamente accesible. Como habla Morales del sufrimiento, de la pérdida de los seres queridos, de la íntima soledad. Nadie, nunca, ha pintado como él, y tantas veces como él lo ha hecho en los numerosos retratos de la Virgen con el Niño, el silencio de quien sabe cosas de las que no debe hablar. Nosotros no estamos ni un centímetro más lejos de esas representaciones que de las de Bacon, por poner un ejemplo moderno.
¿Tenemos que superar la barrera de la temática religiosa para disfrutar de las Cantatas de Bach? No. ¿Entonces? ¿No será que Zurbarán y Morales suenan a algo demasiado castellano, demasiado español, demasiado místico, demasiado Inquisición? ¿No será que un viejo complejo se ha colado sin sentirse, por pereza de pensar dos veces las cosas antes de decirlas, incluso en nuestra mirada a esas obras maestras… que por otra parte cuidamos tanto, veneramos y exponemos con tan buen gusto y tanta delicadeza?
En general creo que podemos contemplar, admirar y disfrutar sin necesidad de carraspear ni mucho menos pedir perdón.