En mayor o menor medida, todos tenemos un jefe, todos debemos darle explicaciones a alguien, y de ese triste destino no se libran ni las naciones (supuestamente) soberanas, que son, por otra parte, una entelequia en vías de extinción. La España de Mariano Rajoy recibe estos días las amenazas de Bruselas por incumplir el objetivo de déficit. Si se impone la severidad germánica, nos va a caer un multazo del copón; si Francia e Italia nos echan una mano, en su condición de firmes aspirantes al ingreso en el Pelotón de los Torpes de la economía europea, igual nos libramos con un chorreo y unas collejas. Pero la bronca y el bochorno no nos los quita nadie.
Reconozco que es una pena que el presidente de los Estados Unidos no pueda dar fe ante la comunidad científica internacional de la existencia de Joan Tardà, pero el hombre no viene a hacer antropología
Si esto le ocurre a un país, digamos, de verdad, ¿qué desgracias sin cuento no dejarán de acaecerles a los que aspiran a serlo, pero que, de momento, no superan la categoría de región o comunidad autónoma, un eufemismo de gran éxito en España? El honorable Cocomocho está que trina porque el Constitucional le ha venido a decir que se meta sus estructuras de Estado por donde le quepan. Tampoco ha sentado bien entre los habitantes de la Cataluña catalana que los nacionalistas no hayan sido invitados a comer con Barack Obama: reconozco que es una pena que el presidente de los Estados Unidos no pueda dar fe ante la comunidad científica internacional de la existencia de Joan Tardà, pero el hombre no viene a hacer antropología, sino a quedar bien antes de jubilarse; y además, si vas de visita a un país extranjero, ¿para qué vas a hablar con los que quieren cargárselo?
Como el delirio es transversal y aquí todo el mundo se cree libre y soberano, el Ayuntamiento de Barcelona ha intentado cerrar el CIE, pero el Gobierno central no le ha hecho ni el más mínimo caso. Jaume Asens, perroflauta en jefe de can Colau, ha puesto el grito en el cielo, pues igual ya tenía un plan para redistribuir a los internos en el súper top manta del Paseo Marítimo, pero las jerarquías es lo que tienen, y el Ministerio del Interior está por encima de cualquier ayuntamiento. Como cantaba el inolvidable Sandro Giacobbe, lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo.
Urge una cura de humildad en todos nuestros estamentos políticos. Si España reconoce que solo es una región europea, tal vez Cataluña y Barcelona deberían hacer un esfuerzo parecido, conformarse con el destino que les ha tocado y arrimar el hombro en las facetas sociales que les corresponden. O eso, o ir encajando golpes y tragando sapos hasta el fin de los tiempos, como más les plazca.