Vuelta la burra al trigo. El PSC ha retornado al referéndum secesionista después de un paréntesis de dos años. Así lo ha explicitado en una ponencia a debatir en el próximo congreso si fracasa la reforma en clave federal de la Constitución propuesta por el PSOE. Y como modelo, la Ley de Claridad canadiense.
El PSC ha vuelto al redil, incapaces de sostener el pulso a la atmósfera viciada del pujolismo. Prefiere unirse al egoísmo nacionalista y a la ilegalidad del derecho a decidir, que a la legalidad y legitimidad de la Constitución
O lo que es lo mismo, el PSC ha vuelto al catalanismo, esa atmósfera étnica aparentemente inocua, cordón umbilical de la clase social dominante en Cataluña, que ya no hay que identificarla únicamente con la clase económica dominante de las 300 familias burguesas tradicionalmente dueñas del dinero y el poder, sino con la nueva clase social hegemónica nacida del pujolismo, que vive del negocio nacional, que es transversal y reúne en un mismo afán a las clases medias catalanistas encuadradas en la enseñanza, el periodismo, en las profesiones liberales, en las instituciones nacionalistas: funcionarios, artistas y rentistas del régimen que viven de subvenciones, y que aúna a botiguers de todos los niveles, a colaboracionistas por conveniencia y a los estamentos de la Iglesia. Una argamasa transversal cuyo denominador común es el catalanismo, verdadero caldo de cultivo sin el cual no se podrían entender ni el nacionalismo, ni el independentismo, ni el estado de sugestión colectiva que caracteriza a las sociedades abducidas por un delirio temporal inevitablemente transitorio.
Por decirlo sin ambages, son los dueños de la masía, los amos de Cataluña, esa casta que está convencida de ser la esencia de Cataluña frente a todos esos nouvinguts, charnegos e hispanohablantes de cultura “española” y residentes en los cinturones industriales de la Cataluña productiva, presuntos culpables de querer destruir la cultura y la lengua catalanas, los eternos sospechosos de ser malos catalanes por el simple hecho de haber nacido en otra parte de España, ser hijos o nietos de ellos, seguir a la selección española, hablar en la lengua “impropia”, bailar sevillanas en lugar de sardanas, ser seguidores del RCD Español, o cualquier otra desviación de la identidad del “buen catalán”. Sin olvidar a todos esos catalanes de generaciones que tienen el mal gusto de sentirse españoles.
El PSC ha vuelto al redil, incapaces de sostener el pulso a la atmósfera viciada del pujolismo. Prefiere unirse al egoísmo nacionalista y a la ilegalidad del derecho a decidir, que a la legalidad y legitimidad de la Constitución: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado” (Art. 1º, 2.) ¿Qué es lo que no han entendido como demócratas? ¿También confrontan la legalidad española con “la legalidad catalana” como hace el nacionalismo? ¡Da tanta pereza abordar la barbaridad...!
El problema no está sólo en su vuelta al redil catalanista, sino en inutilizar de entrada la vía reformista. Si el catalanismo sabe que tendrá el referéndum si se opone a la reforma, ya sabe lo que tiene que hacer para conseguirlo: rechazarla en bloque. Flaco favor le hace a sus compañeros del PSOE. Aunque todo hay que decirlo, nos hace un favor a los que pensamos que, de salir adelante la reforma que propone el PSOE, los nacionalistas conseguirían las tajadas del independentismo sin la incomodidad de sus costes: reconocimiento de Cataluña como nación, un cupo económico camuflado, blindaje de la inmersión y de la escuela catalanista, y tribunales catalanes propios. A lo que se añadirían las nuevas exigencias del PSC: reconocimiento de Cataluña en el plano internacional en igualdad con España, recursos económicos suficientes con reconocimiento de una corresponsabilidad fiscal real, bilateralidad económica y política, ordinalidad fiscal, capacidad para organizarse en nuevas regiones (¿Están pensando en els Països Catalans para anexiones posteriores?) etc.
Si el catalanismo sabe que tendrá el referéndum si se opone a la reforma, ya sabe lo que tiene que hacer para conseguirlo: rechazarla en bloque
Como vemos, todo muy socialista: lo que nunca aceptarían como privilegio a un particular, lo exigen como territorio. Esto es una mofa a los valores de igualdad de la izquierda. Un ciudadano con mayor renta ha de pagar más para lograr que todos accedan a los derechos sociales básicos, pero un territorio con mayor renta, sobre todo si es el meu, ha de acaparar toda la propia. Y a los ciudadanos de comunidades más desfavorecidas, que le den. Entiendo que un partido de derechas reivindique el interés propio como respuesta retrógrada a la sensibilidad social, pero jamás entenderé que la reivindique un partido socialista. A no ser que haya traicionado por completo a las clases más desfavorecidas por las cuales nació.
Y como las desgracias no vienen solas, el único partido que había nacido para combatir esa anomalía, C´s, empieza a camuflarse en el paisaje como lo hizo el PP de Piqué, o como siempre lo ha hecho el PSC. Esa es la singularidad de verdad de Cataluña. Tarde o temprano todos caen en el síndrome. Para desgracia de quienes sufrimos esta atmósfera asfixiante. Y nos damos cuenta.
PD 1. La ley de Claridad Canadiense prevé una pregunta clara y sin trampas, una participación elevada (¿un 70% podría servir?) y una mayoría ganadora mayor de la simple (¿un 65% podría estar bien, señores del PSC?). Garantiza también el respeto a las minorías (¿A partir de la independencia respetarían a los hispanohablantes? ¿Podrían estudiar en su lengua y utilizarla sin restricción?), y el principio de divisibilidad del territorio (es decir, Tarragona, Barcelona y su cinturón industrial, por ejemplo, podrían exigir, a su vez, un referéndum para separarse de Cataluña). ¡Ah!, y el previo reconocimiento de la soberanía nacional española. ¿Respetarían tanta claridad, señores catalanistas? Lo digo por cómo la respetan ahora, sin siquiera tener independencia alguna.
PD 2. El discurso de Xavier Marín Vázquez contra cualquier clase de referéndum deja las enaguas del PSC al descubierto. Merece la pena leerlo.