A partir de los acontecimientos políticos presentes, no resulta fácil formar juicios templados y desplegar opiniones razonables, pues o bien nos sobra información y nos falta criterio certero, o bien nos faltan datos y nos sobran prejuicios. Contar con esta dificultad, permite que nos esmeremos en ser cabales, con paciencia y armonía. Hannah Arendt, ya fallecida, es una pensadora política de inmejorable referencia para esta tarea liberadora; he escrito ‘es’ y no ‘fue’, puesto que su reflexionar sigue siendo actual. Se expresaba con deseo de lucidez y asumiendo el riesgo de ser señalada, esto es, con un miedo superado por su confianza en sí misma y una honda convicción de lo mejor. Su predisposición al asentimiento no la llevaba a enmascararse, según soplara el viento, o a renunciar a la libertad de discrepar y reconocer realidades desagradables a sus allegados.
Alertaba del hechizo, propio de un cuento de hadas, que puede llevar a querer lo 'imposible' al precio de perder la capacidad de hacer lo 'posible' y no atender, como Dios manda, a nuestras necesidades cotidianas
Hacia 1970, tras las revueltas estudiantiles y en medio de la efervescencia de la guerra de Vietnam, publicó Crisis de la República (Trotta), breve libro que compendiaba tres ensayos sobre la mentira en política, la desobediencia civil y la violencia. Su rigor y su decencia le permitían replantearse frases hechas y eslóganes politizados; y salir al paso de lo inaceptable, que se cuela de matute. No le importaba que le llamaran blasfema por decir que “el Tercer Mundo no es una realidad sino una ideología”. No se enquistaba en etiquetas fáciles, así: “La extrema izquierda tiene la desgraciada inclinación a calificar de ‘fascista’ o ‘nazi’ a todo lo que, a menudo con razón, le desagrada, y de denominar genocidio a cada matanza, lo que, obviamente, no es exacto”.
Hace casi medio siglo, advertía que el sistema de partidos sufre una enfermedad: la burocratización (el dominio de Nadie no es la ausencia de dominio, donde todos carecen de poder tenemos una tiranía sin tirano) y el hecho de que las maquinarias de los grandes partidos hayan logrado imponerse a la voz de los ciudadanos, incluso en países donde se respeta la libertad de expresión y la de asociación. Ahora bien, donde todos son culpables, nadie lo es: “El ‘todos los blancos son culpables’ no es solo un peligroso disparate sino que constituye también un racismo a la inversa y sirve muy eficazmente para dar a las auténticas quejas y a las emociones racionales de la población negra una salida hacia la irracionalidad, un escape de la realidad”. Esto es capital y merece una atenta reflexión.
Subraya Hannah Arendt que los países occidentales, llamados capitalistas, poseen “un sistema legal que impide que se hagan realidad los ensueños de la dirección de las grandes empresas de penetrar en la vida privada de sus empleados”. Es el Estado de Derecho que debemos cuidar para guardar buena salud. Glosaré, por último, otra idea que acariciaban las manos de la pensadora alemana y hebrea. Alertaba del hechizo, propio de un cuento de hadas, que puede llevar a querer lo imposible al precio de perder la capacidad de hacer lo posible y no atender, como Dios manda, a nuestras necesidades cotidianas. Ahí queda eso, impreso o negro sobre blanco. Es evidente que nos corresponde encarnarlo. Verde y con asas: la alcarraza.