Hay que saber perder
Mi difunto padre tenía una opinión variable sobre sus compatriotas después de cada período electoral. Si había ganado el PP, consideraba que el pueblo es sabio; pero si lo había hecho el PSOE, concluía que la gente es imbécil. Mi querido progenitor era un señor muy de derechas, y esa visión del pueblo coincidía con la de la gente que pensaba como él. La izquierda, por aquel entonces, intentaba no reaccionar de la misma manera, pero observo que ahora, desde que en las filas del progresismo se ha infiltrado todo tipo de tarugos intolerantes que tildan, no ya de imbéciles, sino de hijos de la gran puta a los que no votan lo mismo que ellos, la actitud de mi señor padre se extiende de forma preocupante entre quienes menos deberían imitarla.
Unos amenazan con irse de España --como si eso nos importara lo más mínimo--, otros dicen que igual se hacen independentistas --como si aquí hiciéramos mejor las cosas que en el resto del país--, y todos sin excepción consideran unos merluzos a los que han votado a la derechona
Y a las pruebas me remito. Tras la victoria del PP en las últimas elecciones --incomprensible, ya lo sé, pero es lo que hay--, las redes sociales se han llenado de energúmenos que insultan sin medida a los fans de Mariano Rajoy. Unos amenazan con irse de España --como si eso nos importara lo más mínimo--, otros dicen que igual se hacen independentistas --como si aquí hiciéramos mejor las cosas que en el resto del país--, y todos sin excepción consideran unos merluzos a los que han votado a la derechona.
Los más radicales han montado un cirio en Twitter --la sucursal del infierno en el ciberespacio-- al echarle la culpa de los resultados a la tercera edad, cuyo exterminio proponen sin ambages y sin la ironía de Adolfo Bioy Casares en su estupenda novela Diario de la guerra del cerdo, que no creo que hayan leído. En un ejercicio de maniqueísmo sin precedentes, estas lumbreras dividen España entre jóvenes progresistas y viejos fachas. ¡Y se quedan tan anchos! Como si no hubiera viejos de izquierdas y jóvenes de derechas. Como decía aquel personaje de la tele, señores, un poquito de por favor...
Nada tengo en contra del derecho al pataleo, pues llevo practicándolo toda la vida. Me lamento cuando una novela que me ha encantado no la compra ni Dios, o cuando nadie va a ver una película independiente porque todos prefieren tragarse la última entrega del Capitán América. También lamento profundamente tener que aguantar a Don Tancredo cuatro años más, pero si ha ganado las elecciones, ¿qué remedio me queda?
En España, la derecha nunca ha sabido perder. Y parece que ahora la izquierda tampoco. ¡Cómo echo de menos aquellos tiempos machadianos en los que solo una de las dos Españas había de helarme el corazón!