Vivo en una capital de provincias donde el pulso político de la Villa y Corte se percibe lejos, muy lejos. Cuando viene un líder nacional, sea del partido que sea, se vive como cuando antaño recibíamos a los circos. Aunque estos venían más a menudo, al menos una vez al año. ¡Cómo olían! ¡Cuántos animales!

En una capital de provincias, cuando viene un líder nacional, sea del partido que sea, se vive como cuando antaño recibíamos a los circos

De buena mañana, se forma un corro alrededor de los coches de los medios, los pensionistas comentan el despliegue de fotógrafos y de locutores hablando a las cámaras, y se espera pacientemente la llegada de la estrella. A veces se escucha, pero habitualmente el común de los mortales sólo puede observar cómo el líder es rodeado de cargos y más cargos o, en la versión descamisada, de compañeros y compañeras. Es la nueva manera de hacer (pre)campaña.

Ya está el grupo en la calle o en un espacio más o menos cerrado, pero desde fuera no se escucha ni al líder ni al diputado nacional que le hace de telonero. Se oyen aplausos y comienza el circo de los móviles, selfi por aquí, selfi por allá. Y vengan fotos sonrientes con el líder. Pulgares hacia arriba, guiños, incluso alguna lengua fuera.

Ante todo, los militantes quieren tener constancia de la forma, lo del fondo es adhesión, se da por sabido, si estás estás, prietos, sin moverse. No hay que salir en la prensa, son los pensionistas en una capital de provincias los pocos que todavía leen periódicos en papel. El compañero-militante-cargo quiere verse y ser visto en el álbum que el partido subirá a facebook. ¿Dónde esta Wally? Aquí. Si no se ve, la angustia se transforma en una depresión pasajera. La solución: subir rápidamente su selfi con el líder, y a esperar que los colegas del partido te vean y den al "me gusta". Ahora sí.

Mientras, los pensionistas, pacíficos ciudadanos, siguen junto a los cámaras del canal autónomico, municipal y, si hay suerte, nacional. Esperan pacientemente por si salen de refilón en el informativo del mediodía, que hoy contemplarán en casa como otro juego de habilidad, será el segundo de gloria.

Ante todo, los militantes quieren tener constancia de la forma, lo del fondo es adhesión, se da por sabido, si estás estás, prietos, sin moverse

Llega el momento de sacar de paseo al líder por las dos calles principales, y en esta esquina un niño en brazos y en aquella un vecino con la camiseta del club deportivo de la ciudad, por si acaso. No vaya a ser que a la corte sonriente no se le acerque nadie o le silben o le insulten.

En las pequeñas capitales de provincias tenemos la suerte de que los líderes vengan a vernos cada cuatro años. Hasta los nuevos partidos han nacido viejos, en esto. Hoy he escuchado a mi quinto Monedero en la radio, en un corte publicitario de su coalición. Con su voz aflautada nos convocaba para escucharle --eso sí, por la tarde-- a él y a una mujer, que recuerda que es diputada por la provincia, hace bien porque es cunera. Aquí nos conocemos todos y todas, y ella, cuando llegó, por no conocer no sabía ni cómo se llamaban las fiestas de mi ciudad. Lo más universal que tiene.

Monedero, con su arenga publicitaria, no llamaba a los vecinos a asistir al mitin, sino a las compañeras y a los compañeros: "Adelante". Se supone que a los de su partido y coalición, no a los del trabajo. Y así todos juntos, sonrientes y con cariño, prietas las filas y las nalgas, con camisas azules y corbatas negras como las de Iglesias, el antiguo nuevo look. Se harán un selfi con él y hasta con ella, la cunera, de cuyo apellido no quiero acordarme.  El (des)orden no altera el producto.