Decía mi abuela que lo que mal empieza mal acaba, y cuánta razón tenía la buena mujer. Pese a no haber ido nunca a la escuela y no tener más formación que aquella que da la vida a fuerza de batacazos y sinsabores, la señora tenía un gran sentido común. Mucho seny, como diríamos en Cataluña.
Los que conocen los recovecos de la organización antisistema opinan que son los sectores más radicales los que monopolizan sus asambleas y no pararán hasta la revolución
Justo el que ha faltado a ese puñado de familias, integrantes de las 300 que hablara Félix Millet, destinadas a controlar el país una vez sea república independiente, cuando reunidos en Cadaqués o en Sagaró decidieron poner en marcha el procés. Igual que hicieron hace más de 40 años los Pujol, Alavedra, Roca y otros conjurándose para hacer de Convergència Democràtica el pal de paller de la política catalana.
El pasado 29 de mayo, Artur Mas decía a El Periódico: "Si la CUP veta el presupuesto, el procés queda muy tocado". Y Carles Puigdemont en una entrevista a El País, el pasado 5 de junio, remataba: "No se puede ir a la independencia con unos presupuestos prorrogados". Que cada cuál saque sus propias conclusiones.
Pues bien, ahí está: la CUP ha mantenido la enmienda a la totalidad de los presupuestos de 2016 y los votos de la formación anticapitalista, sumados a los de los grupos de la oposición hacen que el Gobierno los tenga que guardar en el baúl de los recuerdos. Es la primera vez que ocurre algo semejante en el Parlamento catalán.
Los cuperos han hecho lo que se podía esperar de un grupo antisistema que quiere hacer la revolución: no dar estabilidad a un gobierno que va a la deriva y que es incapaz de conjugar las demandas independentistas y las necesidades presupuestarias.
Primero enviaron a Artur Mas a la "papelera de la historia", según sus propias palabras. Después, en los cinco meses escasos de legislatura, y pese a haber firmado un pacto de estabilidad parlamentaria en el que se comprometían a no vota nunca con la oposición, han votado más de 60 veces distinto a cómo lo ha hecho Junts pel Sí. Y ahora el órdago: presupuestos atrás. Ni tan siquiera han dado la oportunidad de que se puedan debatir.
Los que conocen los recovecos de la organización antisistema opinan que son los sectores más radicales los que monopolizan sus asambleas y no pararán hasta la revolución. Pero claro, el proyecto de país no es el mismo el de la CUP que el de Junts pel Sí. De hecho, si escarbamos un poco, podremos comprobar que el proyecto de CDC y el de ERC se parecen como un huevo a una castaña.
En cualquier caso, que nadie se engañe: el proceso está tocado, pero no hundido. Al dragón indepe aún le queda mucha vida y ha de dar muchos coletazos, aunque cada vez más lastimeros
En estos momentos todas las hipótesis son plausibles.
Carles Puigdemont ya ha hablado de una moción de confianza después del verano. Tampoco se debería descartar un adelanto electoral, si bien, por cuestiones meramente legales, no podría ser antes de otoño. De todos modos, no es nada habitual que un presidente convoque elecciones sabiendo que las va a perder.
Aunque, en mi opinión, lo más probable es que se intente seguir adelante con las cuentas prorrogadas, y casi de forma inmediata se empiece a negociar con los mismos que han rechazado estos números un presupuesto para 2017. Eso sí, los contactos, en principio, serán muy discretos y tan lejos de los focos como sea posible. Ni a unos ni a otros les interesa volver a pasar por las urnas. Los únicos que podrían sacar partido serían los republicanos, y estos han comprendido que les resulta muy rentable cocer a sus socios-adversarios a fuego lento.
En este contexto, justo es reconocer la capacidad de reacción de Francesc Homs, que ha propuesto abrir una ponencia parlamentaria, en el Congreso de los Diputados, para abordar la cuestión catalana. Quizás sea un intento tímido, como han dicho algunos, de encauzar el problema a través de las instituciones y no de las movilizaciones en la calle. De todas maneras, bienvenido sea, más vale tarde que nunca. Además, nunca se debe rechazar la posibilidad del diálogo.
En cualquier caso, que nadie se engañe: el proceso está tocado, pero no hundido. Al dragón indepe aún le queda mucha vida y ha de dar muchos coletazos, aunque cada vez más lastimeros. Son demasiados los intereses que ha alimentado la bestia durante mucho tiempo como para ahora dejarla morir por inanición.