Una buena parte de la sociedad no da crédito a los acontecimientos que se producen estos días en Cataluña. Hechos sorprendentes acompañados por lo general de violencia, y que tienen como segunda característica común la desobediencia de normas tan básicas como el respeto a la libertad de expresión o a la propiedad.
Los que saben apelan a la tradición anarquizante del pueblo catalán, probada a lo largo de los últimos tres siglos. No faltan quienes teorizan que este fenómeno es el resultado de una crisis que castiga a las clases medias y populares hasta hacerles perder la más mínima consideración por el marco de convivencia porque se sienten defraudadas.
También hay quienes aprovechan que el Pisuerga pasa por Valladolid para armar un discurso sobre la rebelión y el llamado empoderamiento de las clases menestrales engañadas por el Estado (español, claro): un cuento que trata de convencernos de que este soberanismo S. XXI nace de abajo arriba.
Pero también hay gente que apunta que asistimos a un desprecio por la ley y una afición por la desobediencia que, como el independentismo, se han estimulado desde el poder. No de forma directa, quizá, pero sí con el ejemplo.
El suceso que más ha impactado en las últimas semanas ha sido el de los disturbios de Gràcia, con un alcalde --Xavier Trias, de CDC-- que estuvo pagando un generoso alquiler al dueño del local okupado con dinero público para que los okupas no le estorbaran en su campaña electoral.
Y uno se pregunta, ¿de dónde habrán sacado esa idea? Ahí va una pista: basta con mirar a quienes guardan silencio
Hemos visto a concejales de Barcelona respaldando con su presencia a los revoltosos que protagonizaban los incidentes. Los mismos cargos electos que asisten al pleno municipal con una camiseta decorada con el rostro de la alcaldesa y enganchan carteles de protesta en el mismo salón consistorial.
Pero el barrio de Gràcia no está solo. En la Universidad de Lleida llevan semanas de guerra campal con encierros incluidos porque unos sesudos estudiantes han decidido hacerle la vida imposible a una profesora.
¿Qué anima a estos jóvenes a actuar así? Probablemente, el convencimiento de que incumplir una obligación cuando no te gusta es normal. Además, hacerlo tampoco tiene coste. Y uno se pregunta, ¿de dónde habrán sacado esa idea? Ahí va una pista: basta con mirar a quienes guardan silencio.