Con lo que le ha caído al PP. Con lo que le está cayendo. Escándalo tras escándalo. Corrupción sobre corrupción. Imputados y más imputados. Hoy uno y mañana tres. Es una cadena sin fin. Pues no pasa nada. El 30% de los votantes españoles siguen fieles al Partido Popular. ¿Cuál es la razón?
No es fácil de entender, pero la realidad es la que es. Parece que los ciudadanos hayan perdido la sensibilidad. La preocupación. El interés. Parece que todo le da lo mismo
Cada ciudadano puede votar al partido que le de la gana. Faltaría más. Es una obviedad. Pero que este alto porcentaje de los españoles siga confiando en el PP es preocupante. ¿Por qué? Sencillo. Porque el partido está salpicado por la corrupción hasta la médula. La sede central fue reformada con dinero negro. Por eso se parece más a una cloaca que a una sede. El juez ha impuesto una alta fianza. Y no hay justicia libre ni jueces independientes, que están puestos por los políticos, si no el PP estaría fuera de la ley y sus directivos, bastantes, a la sombra. Pues los españoles siguen confiando en el partido. ¡Qué les voy a decir! Así es. Claro que en esto de la corrupción son tres patas las que sujetan el banco: el corruptor, el corrupto y la ciudadanía que tolera el entramado.
No es fácil de entender, pero la realidad es la que es. Parece que los ciudadanos hayan perdido la sensibilidad. La preocupación. El interés. Parece que todo le da lo mismo. Y no debiera. Habría que tener el coraje de condenarlo. Pues no. Porque aquí entran en litio las fobias y las filias políticas. Son los míos y les voto aunque salga el sol por Lisboa, piensan algunos. ¡Ay, los referentes éticos! Dónde estarán. Se perdieron en 1935. Sobornos, estraperlo y corrupción terminaron con la carrera política de Alejandro Lerroux, que entonces presidía el Gobierno. Fue una cadena de dimisiones. Ministros y cargos provinciales. No quedó nadie. No quedó ni el partido Radical. De 103 diputados cayeron a cuatro en las elecciones de 1936. Casi no queda ni el nombre. Duró poco. ¡Qué lección! Y sin la información que gozamos ahora. Bueno, ahora, tampoco es tanta. Y la calidad y la independencia informativa hace tiempo que volaron por el cielo de lo imposible.
Entonces, ¿a qué se debe esa fidelidad? Siempre ha habido misterios de muy difícil explicación. Este parece ser uno de ellos. Como no sea que nos agarremos a la neopolítica que algunos defienden. Es una nueva disciplina que analiza los estímulos de la comunicación política y cómo afecta al cerebro de los ciudadanos, ya sean electores o activistas. ¡Qué cosas tiene la ciencia! Ya lo decía George Lakoff, que no votamos con la razón y analizando los hechos, sino que votamos desde nuestros valores, ligados a las emociones. Ahora ya vamos entendiendo. Valor y, sobre todo, emoción. Como en el fútbol. Se parecen bastante. Emoción por los colores, emoción por el partido.
Los resultados de las elecciones son emociones. Nada de racionalidad. Seguimos aferrados a nuestros esquemas e ignoramos los hechos
Da igual que juegue mal. Da igual que la cloaca de corrupción salga ya por el albañal. Tenemos los valores marcados en el cerebro y no hay forma de renunciar. La decisión está tomada de antemano. Voto fijo aunque España arda como las ruedas de Seseña. Da igual. Las informaciones sobre la conducta de los políticos o sobre la situación del país nos las pasamos por el arco. Ignoramos los hechos y votamos al político. Ignoramos el fuera de juego y gritamos el gol. Tal para cual. Son lo mismo. Emociones. Los resultados de las elecciones son emociones. Nada de racionalidad. Seguimos aferrados a nuestros esquemas e ignoramos los hechos.
De esta forma se explica que todas las informaciones sobre políticos, sobre corrupciones, sobre mentiras, sobra la incapacidad de algunos para resolver problemas, no cambien la intención del voto. Esta circunstancia es cierta. A ella se agarran los políticos. Saben bien los dirigentes del PP que hagan lo que hagan, digan lo que digan, tienen asegurado un mínimo de siete millones de votos. Y si el escándalo es de tal envergadura que puede derrumbar columnas algunos podrían dejar de votar a su partido, pero tienen la seguridad que no votarán al partido contrario.
Los votantes del PP nunca votarán a Unidos Podemos, como tampoco a la inversa. Como mucho votarían en blanco o abstención, caso de cabreo con el propio. Porque las emociones son las que dirigen el voto. Ahí van dirigidos los mensajes. Los populares lo saben bien. Sus asesores, más. Las emociones. Pocos mensajes. Cortos. Repetidos. Muy repetidos. Hasta el aburrimiento. Nos suenan algunos. "Somos el partido que más puestos de trabajo creó en toda la historia de la democracia española". "ZP dejó cinco millones de parados". "La culpa es de ZP". Detrás de estos eslóganes que mueven las emociones hay siete millones de votantes. Seguros. Suficiente. No necesitan más. ¿Para qué?