Los políticos españoles tienen propuestas en sus programas para mejorar el uso del tiempo. Entre ellas, destaca la de volver al huso horario que deberíamos compartir por geografía con Canarias, Portugal y el Reino Unido a fin de terminar con el sistema que arrastramos desde los años 40, causa directa de un importante desajuste con la hora solar, cuando la dictadura de Franco adelantó una hora los relojes para sintonizar con los de Alemania. Otras propuestas son establecer que la jornada laboral termine a las dieciocho horas y favorecer la compatiblización de trabajo y familia. Creo que todos estaríamos de acuerdo con llevar una existencia mucho más acorde con el medio en el que vivimos; la pregunta es si a pesar de que lo deseamos, somos capaces de hacerlo.
Parece que ya no tenemos tiempo de pararnos a pensar, de disfrutar de la mutua compañía, de hacer felices a los demás simplemente con prestarles un instante de atención
Dividimos nuestros días en franjas horarias, cada una de ellas aprovechadas al extremo, para caer rendidos en la cama, con la sensación de que hemos hecho mil cosas pero ni la mitad de las que nos gustarían. El cerebro humano tiene una gran capacidad para realizar varias tareas a la vez y así vamos saliendo adelante sin darnos cuenta de que estamos envueltos en una inmensa telaraña de obligaciones. Algunas son impuestas, otras, las hemos creado nosotros y agobiados, suspiramos por tener más tiempo. Sobre este último decía Aristóteles que fluye continuamente y no puede detenerse en un instante que posea una duración. Está sucediendo ahora y ya es pasado. San Agustín reflexionaba en su obra Confesiones sobre el significado del tiempo y expresaba: "Si nadie me lo pregunta lo sé; pero si quiero explicárselo al que me pregunta no lo sé". Lo concibe como medida del movimiento, el pasado ya no es y el futuro todavía no ha llegado, sólo es real el presente, pero éste se nos escapa de las manos. Hoy, la física cuántica nos habla de partículas subatómicas que existen fuera de nuestro concepto espacio-tiempo y a los profanos se nos antojan ciencia-ficción.
Las ideas y la ciencia pueden ayudarnos a resolver los problemas de nuestra ajetreada existencia, pero es la propia sociedad que hemos creado entre todos la que nos lleva a ese ritmo acelerado que no sabemos frenar. Parece que ya no tenemos tiempo de pararnos a pensar, de disfrutar de la mutua compañía, de hacer felices a los demás simplemente con prestarles un instante de atención. Es habitual ver en un restaurante a familias o amigos que en lugar de aprovechar la circunstancia de estar juntos, se dedican a mantener una mínima conversación sin dejar de consultar sus dispositivos electrónicos. Queremos estar en muchas partes a la vez y realmente no estamos en ninguna; nos angustia la falta de tiempo libre, pero competimos con nosotros mismos en un absurdo anhelo de conseguir logros de todos los tamaños. Y mientras tanto, la vida pasa en un suspiro...
Dice el Eclesiastés en el Antiguo Testamento que todo tiene su momento y que bajo el cielo hay un tiempo para cada cosa, un tiempo para nacer y un tiempo para morir. Disfrutémoslo a conciencia.