El verbo "partir" encierra una rica polisemia que va de lo concreto ("romper" o "dividir" un objeto) a lo abstracto ("iniciar" un proceso). "Partir" implica separar una parte del todo, significado que está también presente en el acto de "marchar" o emprender un nuevo camino. "Partido" y "partida" son el resultado de la acción de "partir".
¿Puede vivir segura una sociedad empeñada en levantar cada día fronteras políticas, económicas, culturales y humanas entre sus ciudadanos?
Los partidos tienen su origen en una división, una separación del todo social para constituirse en grupo. Se trata de un proceso paradójico, pues por una parte "divide" y por otra trata de "unir" lo que está disperso para convertirlo en un grupo homogéneo. Los partidos encierran esa contradicción: deben diferenciarse del conjunto social, pero aspiran a representar a la mayoría.
Un partido político surge cuando una parte de la sociedad siente que sus intereses necesitan ser representados y defendidos: esta es la teoría clásica. Cuando la sociedad estaba más claramente dividida en clases, los partidos nacían para representar y defender los intereses de clase, fundamentalmente la burguesía o el proletariado. Al borrarse los límites de clase, la función de representación se ha vuelto más compleja. Aunque sigue manteniéndose una clara diferencia entre dos extremos, una minoría adinerada y poderosa y otra sin recursos y empobrecida, cada vez más numerosa, en medio existe una amplia clase con importantes diferencias económicas entre sí.
Los partidos, al volverse la sociedad más diversa y heterogénea, han tenido cada vez más difícil diferenciar el grupo social al que quieren representar, pero, dado el juego democrático, todos aspiran a representar a la "mayoría social". La actual crisis de los partidos en España, y el surgimiento de otros nuevos, tiene que ver con la ruptura de ese vínculo entre los partidos y su base social.
Podemos empezó estableciendo la diferencia entre una minoría ("la casta") y la mayoría ("el pueblo", "la gente"). Agotado el término "casta" ha recurrido a sinonimos como "los privilegiados", "las élites", "los de arriba", etc. La tendencia a enfrentar a la sociedad en dos bandos responde a esa división marxista inicial de la sociedad en dos grupos económicamente bien diferenciados. Pero hoy ningún partido puede aspirar a ser respaldado por una mayoría social basándose en esas categorías.
La condición de ciudadano no se limita hoy a pertenecer a un grupo económico en función de su renta o salario. Su vinculación con la sociedad va mucho más allá, y su nivel de vida no depende sólo de su capacidad adquisitiva, sino de los servicios sociales, de la red de infraestructuras y comunicaciones, del medio ambiente, de las posibilidades de disfrute personal, de las relaciones sociales, de las libertades y la seguridad de su entorno, de su estado de salud, del acceso a la cultura y el arte, etc., sin olvidar que una parte importante de su vida está en sus manos, en su esfuerzo y su capacidad.
Necesitamos partidos que unan, no que dividan, disgreguen y enfrenten
Un partido político, por tanto, no se limita a representar y defender los intereses económicos de un grupo, sino que ha de atender a aquellas necesidades del individuo cuya satisfacción dependa del orden social y la intervención del Estado. Es aquí donde hemos de introducir otras categorías para definir el sentido y la acción de los partidos políticos.
Hasta ahora, los partidos políticos se han basado en una concepción economicista del ser humano y el ciudadano, olvidando otros aspectos. Por ejemplo, el sentimiento de unidad e igualdad entre todos los ciudadanos de una misma nación. ¿Puede vivir segura una sociedad empeñada en levantar cada día fronteras políticas, económicas, culturales y humanas entre sus ciudadanos?
Además del eje pobreza-riqueza, existe hoy otro mucho más decisivo en la medida en que sin encararlo es imposible resolver ningún problema social: afianzamiento del Estado democrático-disolución del Estado democrático. Esta es nuestra encrucijada histórica. O triunfa la democracia o triunfa el populismo disgregador y contrademocrático. El mayor error de los partidos es separar los problemas sociales y económicos de los políticos, culturales, simbólicos, emocionales e institucionales. Para eso necesitamos partidos que unan, no que dividan, disgreguen y enfrenten. Partidos para unir, desarrollar y afianzar los vínculos comunes, los únicos que hacen posible el bien común.