La decisión de la delegada del Gobierno en Madrid de prohibir la presencia de esteladas en la final de Copa me ha recordado a la presión aislada de un delantero en solitario ante una defensa que sabe mover la pelota. Porque la primera evidencia del episodio es que desde el Gobierno --llevamos así 40 años-- no hay ninguna estrategia conjunta para hacer frente al separatismo.
Si un grupo pidiera la eliminación de las autonomías pitando Els Segadors, serían tratados como provocadores y no recibirían ninguna comprensión de nadie, la mía tampoco
Es probablemente sano que un Estado democrático no alinee todas sus instancias ni presione a toda la sociedad, incluidos famosos, famosillos y medios de comunicación, en una misma dirección, como sí hace el régimen nacionalista, que consigue que en Cataluña instancias políticas y sociedad respondan con una voz cuasi-unánime cada vez que desde el poder se toca a rebato.
En todo caso, puedo asegurar que, si en un partido de la selección catalana apareciera un nutrido grupo de partidarios de la eliminación de las autonomías con banderas españolas, pitando Els Segadors, serían tratados como provocadores y no recibirían ninguna comprensión de nadie, la mía tampoco. Pues lo mismo debería ocurrir cuando se insulta al Rey y se pita el himno español de forma nada espontánea, sino como producto de una campaña política. ¿No es eso un desprecio a parte de los asistentes, a sus símbolos y a sus creencias?
El episodio permite visualizar la clara diferencia de calidad democrática entre Cataluña y el resto de España. Mientras en Cataluña se desobedecen las leyes y se incumplen las sentencias, en el resto de España, como hemos visto, el Gobierno acata las sentencias desfavorables. En Cataluña hubiera sido muy difícil, por no decir imposible, encontrar un juez que hubiera osado enfrentarse al poder. En España, los medios han adoptado posiciones diferentes. En Cataluña, salvo alguna excepción, como en todo régimen autoritario, todos a una con la estelada.
Pero no es eso lo que quiero destacar en este articulo. Me parece mucho más peligroso y significativo el hecho que desde Cataluña se está propagando a toda España un trastorno psicológico que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con los secuestradores e identificarse progresivamente con sus ideas. En efecto, el síndrome de Estocolmo campa por sus respetos desde hace tiempo en Cataluña, pero también hace estragos en el resto de España, con la aparición de los "equidistantes". Y es que ser no separatista tiene un coste en Cataluña, el ostracismo, y ningún premio en España. En cambio, ser independentista o, por lo menos comprensivo con el separatismo, tiene premio en Cataluña y ningún coste en el resto de España.
El síndrome de Estocolmo campa por sus respetos desde hace tiempo en Cataluña, pero también hace estragos en el resto de España, con la aparición de los "equidistantes"
Junto al síndrome de Estocolmo --Montilla fue una de sus víctimas más sonadas-- en Cataluña existe la convicción de que con o sin independencia el poder siempre va a estar en manos nacionalistas, y ya se sabe que el pueblo tiende a identificarse con el poder, hasta que empieza a descomponerse, momento en que el noble pueblo declara sentirse engañado, o que cumplía ordenes... Ahora estamos en la fase de la adhesión inquebrantable.
Esta práctica unanimidad pública --en privado todavía hay resistentes--, esta búsqueda, incluso de algunos críticos, de ser reconocidos por el régimen como miembros de la manada es un síntoma inequívoco de que nos deslizamos hacia una pendiente muy peligrosa. Y es que resistir la presión del régimen no es ni agradable ni rentable. Cuando denuncias el acoso a los disidentes, algunos prefieren no oírlo o te responden que son casos aislados o exageraciones. Que, si no te metes en política, no pasa nada. Lo más parecido al fascismo, entendido como un régimen nacionalista y autoritario, aunque sus impulsores se declaren antifascistas, como los bolivarianos o los castristas, al menos hasta la visita de Obama. Y eso que todavía no tienen todo el poder.
Si consiguieran un Estado independiente, las probabilidades de instaurar un régimen autoritario bajo la amenaza del enemigo exterior e interior, la eterna cantinela, son muy elevadas. Y las victimas del síndrome de Estocolmo y los tibios, si nos atenemos a otras experiencias históricas, que no se equivoquen, también saldrán trasquilados.