Cainismo suicida
"Nunca pactaré con el PP", repite Pedro Sánchez; "Ser socialista es una forma de vivir y de entender la vida radicalmente distinta de la que representa el PP, ¿estamos de acuerdo o no?", remacha el líder del PSOE.
Me pregunto qué le lleva a pensar que ambos partidos son absolutamente incompatibles.
En media Europa son frecuentes los gobiernos de coalición conservadores-socialistas. ¿Por qué España tiene que seguir siendo diferente?
En media Europa son frecuentes los gobiernos de coalición conservadores-socialistas. ¿Por qué España tiene que seguir siendo diferente?
El PSOE gobernó con el PNV en 1986, convirtiendo a Ardanza en lehendakari; el Partido Socialista ha formado gobierno de coalición con los nacionalistas canarios de centro-derecha en varias legislaturas, la última en 2015; se ha ofrecido a colaborar con CiU en pasadas ocasiones. ¿Por qué le resulta más compatible el acuerdo con las derechas nacionalistas, que no creen en la solidaridad entre los españoles, que con el PP?
Puede suponerse que el repudio al Partido Popular es consecuencia de la marea corrupta que le afecta, pero aguas podridas también las tiene en su partido, y en todo caso, el rechazo podría ceñirse al dirigente del partido conservador políticamente responsable, pero no a toda la masa del mismo. Además un acuerdo podría (debería) supeditarse a la aprobación de un paquete de medidas anticorrupción, que es la forma más inteligente de prevenir y sancionar el delito.
Cabe aducir que su rechazo es fruto de los recortes en las prestaciones sociales acometidos por Rajoy, pero eso supondría olvidar los efectuados por Zapatero. Además, se pacta hacia el futuro, para modificar mediante mutuas cesiones la situación actual; no pactar entraña el riesgo de no poder formar un gobierno parcialmente diferente y perpetuar la política criticada.
Si las principales causas para justificar su rechazo a cualquier acuerdo con el PP tienen fácil réplica, ¿a qué se debe su hostilidad?
Mucho me temo que esta no obedece a motivos ponderados, sino viscerales. Planea el fantasma de las dos Españas. En la mayor parte de Europa se comprende que liberal-conservadurismo y socialdemocracia comparten espacios comunes (democracia frente a totalitarismo de derechas o de izquierdas, economía de mercado, Estado de bienestar, etc.), y se diferencian tan solo en una cuestión de grado (la mayor o menor confianza hacia la economía de mercado o bien, el mayor o menor entusiasmo hacia la libertad o la igualdad).
¿Por qué le resulta al PSOE más compatible el acuerdo con las derechas nacionalistas, que no creen en la solidaridad entre los españoles, que con el PP?
El discurso y la estrategia de Pedro Sánchez constituye un retroceso en la convivencia entre los españoles porque enseña que no se debe pactar con el discrepante, sino expulsarlo de la decisión política.
Hay dos tipos de tolerancia: la pasiva, que consiste en aceptar que el otro exista, y la activa, que predispone a aceptar la parte de verdad y de bondad que pueda atesorar el diferente. La convivencia estalló en 1936 (y en 1934) porque al adversario se le contemplaba como enemigo con el que nada había que compartir. Desde su exilio mejicano el historiador socialista Ramos Oliveira narraba que en las Cortes "cada sesión era un tumulto permanente y, dado que todos los representantes de la nación estaban armados, en cualquier reunión podría haberse temido una catástrofe. Considerando la frecuencia con la que se exhibían o se hacía referencia a las armas de fuego, hubo que adoptarse la insultante precaución de cachear a los legisladores cuando entraban". Hubo de pasar cuarenta años para que los políticos fueran capaces de convivir en las Cortes. Hemos aprobado la asignatura de compartir Parlamento, pero aún no hemos superado, a diferencia de los centroeuropeos, la de compartir gobierno. Y algunos incluso se jactan de negarse a hablar con el discrepante ¡Qué retroceso!
Esa actitud cainita dificulta la gobernación y enrarece la convivencia.
Y también es perjudicial para la causa de la socialdemocracia. Primero, porque al repudiar en bloque al PP, no por lo que hace, sino por lo que es, solivianta al electorado de derechas, que se moviliza extraordinariamente despertándolo de la abstención. Segundo, porque impide que antiguos electores de ese partido recalen en el PSOE ya que deslegitimar sin paliativos una opción democrática implica desvalorizar a todos los que de buena fe confiaron en ella. Tercero, porque su estrategia de apisonadora ("derogaré..., derogaré...") sacude al desalentado simpatizante derechista, que piensa que entre dos partidos con graves problemas de corrupción no debe facilitar que gobierne el que tumbará las reformas con las que percibe una mejora de la economía. Cuarto, porque aleja al electorado templado que se mueve entre ambos partidos al mostrarse como un líder intransigente, en contraste con Albert Rivera. Quinto, porque divide a su propio partido entre los experimentados dirigentes que no abominan del PP y una parte de sus militantes que lo recusan simplemente por no ser de izquierdas. Sexto, porque al cerrar con el Partido Popular cualquier vía de entendimiento, su acceso al gobierno queda supeditado a la buena disposición de Podemos, cuyo objetivo es fagocitar al PSOE. Séptimo, y en clave exclusivamente catalana, porque al deslegitimar al PP realza implícitamente a Convergència (derecha mala frente a derecha pasable); tratar al PP como un leproso no facilita el trasvase de votos de la derecha nacionalista hacia la derecha constitucionalista; la fuerza de CiU ha residido siempre en su capacidad para tejer alianzas con PP, ERC y PSC; ¿cómo piensa el PSC desalojar a CDC? ¿buscándose gratuitamente enemigos? ¿reeditando un nuevo tripartito cuyas funestas consecuencias todavía está pagando? El suelo electoral del PP es sorprendentemente altísimo. Pedro Sánchez impide que baje. El coraje y el ponerse estupendo puede entusiasmar a los propios, pero no necesariamente contribuye a ver aplicar, ni aún parcialmente, el proyecto socialista.
¿Qué impide al PSOE imponer como condición al PP el modificar ciertas políticas sociales, el reformar las instituciones o el nombrar un presidente de gobierno prestigioso o independiente?
Además, la gesticulación anti-PP resulta inútil para recuperar los votos perdidos hacia Podemos. El éxito de este partido no reside ni en los fundamentos teóricos de sus fundadores ni en sus amistades exteriores, ni en sus postulados económicos, que carecen de referente en Centroeuropa. Podemos surgió por el hartazgo ante la corrupción y por la crisis económica. Ambas fuentes de las que bebe Podemos se drenarán en cuanto se renueve la vida pública y se reduzca el paro. El pacto con C's va en esa dirección, pero es aritméticamente insuficiente. Pablo Iglesias tiene prisa porque sabe que esas dos circunstancias son coyunturales y que un pacto regeneracionista y reformista impedirían el sorpasso dentro de cuatro años.
Los pactos no son contratos de adhesión, aunque Rajoy crea que sí, son acuerdos en los que todos ceden parcialmente para obtener un beneficio conjunto mayor. ¿Qué impide al PSOE imponer como condición al PP el modificar ciertas políticas sociales, el reformar las instituciones o el nombrar un presidente de gobierno prestigioso o independiente? Creo que fundamentalmente dos cosas: cainismo y nula confianza en el talante moderado de los españoles. "Como pactemos con la derecha --se entiende que con la derecha constitucionalista, no con la nacionalista-- los militantes nos queman las Casas del Pueblo", decía un dirigente regional. ¿Tanto valor se otorga a los fanáticos? ¿Tanto cuesta eliminar los Pirineos?
Y, mientras tanto, se debilita la cultura de la convivencia, se retrasan las medidas contra la nueva recesión, se bloquean las reformas contra la corrupción y, por tanto, se sigue abonando el campo en el que germinó Podemos, "aliado" de la socialdemocracia. Sánchez, pudiendo pactar con todos, ha preferido depender de Pablo Iglesias.