En los cuentos de 'Las mil y una noches', el sultán Shahriar desposaba a una virgen cada día y la mandaba decapitar al salir el sol en venganza a la traición de su primera mujer. Cuando conoce a Scheherezade, ya había ajusticiado a tres mil doncellas, pero ella se ofrece a aplacar su ira con la estratagema de explicarle un cuento durante toda la noche que hábilmente interrumpe al llegar el alba. El sultán, ansioso por saber el final, le perdona la vida hasta el ocaso siguiente para que siga su relato, y así durante mil y una noches, lo que le da opción a darle tres hijos y conservar la cabeza sobre los hombros. La moraleja del cuento es que las palabras nos envuelven, nos cambian para llevarnos por el buen camino, un asesino vengativo se transforma en un buen padre y esposo, gracias al mensaje que contienen las historias de su mujer.
Está comprobado que las palabras bien usadas en boca de quien sabe hacerlo hacen cambiar nuestra forma de pensar y de ver las cosas
Está comprobado que las palabras bien usadas en boca de quien sabe hacerlo hacen cambiar nuestra forma de pensar y de ver las cosas. La oratoria es un arte que cultiva el hombre desde la antigüedad y que ha servido para alzar y destruir imperios. De Winston Churchill se dice que pasaba catorce horas ante el espejo preparando sus discursos, y de Adolf Hitler hemos podido comprobar que decía a su público lo que querían escuchar: una Alemania vencida y humillada tras la Primera Guerra Mundial, azotada por el crack del 29, merecía algo mejor. Y le creyeron, y le votaron, y murieron millones de personas.
Leo y escucho sobre Donald Trump, candidato republicano en EEUU, veo ciudadanos con el rostro del magnate tatuado en sus antebrazos, abuelas con pulseras que parecen de brillantes auténticos con cinco letras mayúsculas, "TRUMP", gente con pancartas que rezan que "la mayoría silenciosa" está con Donald, el hijo de un constructor millonario, hoy inmerso en política.
Los analistas comentan que en sus discursos dice lo que el público quiere oír, que representa a votantes conservadores, descontentos e indignados que ven cómo crece el desempleo, una clase media convencida de que a sus hijos les espera un futuro peor, que todo es culpa de la inmigración y de los grandes centros de poder económico. A ello hay que añadir el terrorismo, el candidato ya ha pedido la prohibición de entrada en el país de extranjeros musulmanes, y nadie se ha rasgado las vestiduras. Así que cambia sus palabras según los oyentes, su discurso no es políticamente correcto y en esencia, dice lo que le da la gana. Todo sea por el voto.
El descontento, la frustración, la desconfianza hacia el poder establecido y los gobiernos tradicionales, son el abono de los que esperan recoger la cosecha del poder. Se ejerce un voto de castigo y las ideas intransigentes, xenófobas, resurgen con fuerza. El propio Hitler, en uno de sus discursos en los que arremetía contra las democracias europeas y el capitalismo, se preguntaba quién educa un pueblo. Lo importante no es quién, sino cuál es el mensaje que se transmite. Si las palabras tienen ese poder, a nosotros nos corresponde ver más allá de ellas. A eso se le llama visión de futuro.