El profesor italiano Raffaele Simone plantea en su último ensayo, 'El hada democrática' (Taurus), algunos problemas que nos ocasiona la falta de reflexión. Se refiere a que con la ausencia de discurrir, el sistema democrático se halla en apuros, malparado y mal protegido. Junto al uso de razón se necesita que todos los ciudadanos orquestemos virtudes cívicas y un tono moral poderoso. ¿Pero dónde han ido a parar estos requisitos? ¿Qué se hace contra la infantilización y la alienación programada?
El resultado de nuestras carencias se expresa en votos 'vacíos', en descontento y en desconfianza, en desinterés por participar en la causa pública
El resultado de nuestras carencias se expresa en votos 'vacíos', en descontento y en desconfianza, en desinterés por participar en la causa pública. También produce un pasto dispuesto a los populismos de distinto género. Se facilita asimismo la construcción de una tupida red de mafias, financieras o no, consecuencia de la escasa, insuficiente o nula, vigilancia ciudadana de sus instituciones y de sus medios de comunicación, de la tolerancia de las corrupciones de distinto grado. En el siglo XIX, Alexis de Tocqueville postulaba su propósito de vencer la demagogia con la democracia, esto es, con un robusto ejercicio de sensatez y de ciudadanía desacomplejada. No nos cansemos de ello y no cedamos el paso a quienes pretenden ser los señores de la tierra, en exclusiva. Todos los seres humanos lo somos. Sepamos lo que anda en juego si renunciamos a este título.
Es frecuente en los medios de comunicación leer y oír comentarios sumamente despectivos y hostiles sobre adversarios políticos. Consentir estos automatismos no solo abre el paso al odio y al espíritu de guerra, sino que es una práctica de sinrazón que se vuelve en nuestra contra, más tarde o más temprano. Como apuntaba Boris Cyrulnik en una reciente entrevista, "¿podemos quedarnos tranquilos cuando se desprecia a alguien por mecanismos sectarios?". Es evidente que no, porque es participar en una infamia de linchamiento que nos avisa de lo que nos puede ocurrir si somos críticos con los poderosos de turno. No nos engañemos. El desprecio a alguien por mecanismos sectarios está a la orden del día, incluso entre los 'bien pensantes' que se arrogan con hipocresía una potestad suprema, reñida con una simple brizna de consideración.
En cualquier caso y más allá de razones de supervivencia social, merece la pena ser benéficos y justos con nuestros semejantes
Hace tiempo decidí tener el menor trato posible con esta clase de fariseos o de contagiados; y, por supuesto, no aceptar en mis relaciones con ellos este estúpido rol presuntuoso que gustan de exhibir. Diré que no me arrepiento en absoluto de mostrarles un rechazo cordial unas veces, definitivo otras. No tengo ni deseo una guía para trepar. Aspiremos solo a estar orgullosos de nuestra alma, como pretendía Ramón Gómez de la Serna, el gran autor de las 'greguerías'. Nadie nos podrá desposeer de esta voluntad.
En cualquier caso y más allá de razones de supervivencia social, merece la pena ser benéficos y justos con nuestros semejantes. No se puede, en cambio, ser afables y efusivos con quienes no se lo merecen por su pésima relación con la verdad, por su desdén y su prepotencia; serlo tiene efectos secundarios en nuestra vida. Sepámonos de memoria estos versos de Federico García Lorca: "¡Qué blando con las espigas! / ¡Qué duro con las espuelas!".
En cualquier caso, nuestra hada protectora estará en el desplegar buena intención y mejor inteligencia. Todos podemos acceder a este modo de hacer. Y pensar: por nosotros y por todos los habidos y por haber. Para que lo necesario sea posible.