El lunes al president Puigdemont le han cogido en un descarado renuncio. No en el ámbito doméstico sino en el balcón más público que en Europa existe, en Bruselas. Si hay en política una cosa arriesgada es adelantar acontecimientos, pero en este caso no es un riesgo sino una certeza.
El idealismo está en el ámbito de la imaginación, pero el realismo está en el suelo que pisas al despertar todas las mañanas
El día 9 hará cuatro meses que Artur le traspasó el 'marrón' a Carles. Parece que hayan pasado los cuatro años de una legislatura.
Puigdemont no repetirá, no sólo porque el anterior inquilino se diera un descanso forzado y, embebido de si mismo, quiera volver; sino porque el mocho adolescente que Don Carles lleva como sombrero se le ha puesto pocho.
Sí, esos dieciocho meses se le harán más que largos, eternos; porque es consciente que cada día repite la misma pesadilla que todos los niños hemos tenido alguna vez: que unos 'malos' te persiguen pero tú no puedes correr. Estás apresando con unos barrotes invisibles que no te permiten huir...
Este hombre de mentalidad adolescente aún no se ha enterado que una cosa son los libros de caballerías de Don Quijote y otra los de Sanchos. La política no es oficio de Don Quijano sino de Panzas. El idealismo está en el ámbito de la imaginación, pero el realismo está en el suelo que pisas al despertar todas las mañanas. Y ese suelo que dice querer transitar está adherido al suelo con pega Loctite.
No está en la realidad. Está en el reino de la palabrería, en fierabrás y sus ungüentos. Empero, desde el primer día se hundió en tierras movedizas de esas que lentamente te van arrastrando hasta el fondo del fango. Puigdemont entró con mal pie y peor fario desde el minuto uno al elegir como sustituto a la alcaldía de Girona a un impresentable de nombre ya olvidado. Tan impresentable era el alcaldable como quien lo eligió; porque para serlo tenía que pasar por encima de dieciocho cabezas. Toda una demostración de catadura moral de las dos cabezas que juntas sólo suman media.
Puigdemont no está en la realidad. Está en el reino de la palabrería, en fierabrás y sus ungüentos
Por eso a nadie tiene que sorprender que el flamenco hijo de pasteleros mienta con tanto descaro, que no lo haga intramuros, en asuntos de casa entre los estómagos agradecidos de sus conmilitones, sino en Flandes mismo, en la ciudad del niño que pixa, y que una hora después de la meada (dijo que no había solicitado una entrevista con las máximas autoridades comunitarias) apareciera la portavoz europea, la bella walquiria Mina Andreeva, y le diera un rapapolvo haciéndole crecer la famosa nariz de palo de Pinocho del cuentista italiano Carlo Collodi.
Al menos, Mas y Junqueras son mejores actores cuando mienten. Son más profesionales. Puigdemont es un amateur, no tiene tablas. Se nota que es un recién llegado en el arte escénico de la política.
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Que al día siguiente de esta cagada maloliente aparezca en los medios un espontáneo caganer de pesebre llamado David Raventós diciendo que va a luchar contra Goliat y el pensamiento de los Freixenet no con una piedra sino al estilo Xirinachs, en plan dieta de huelga de hambre, cambiando la Modelo en los años 70, por la Torre de Barcelona en Diagonal 477 hasta conseguir la independencia de Cataluña y/o Escocia.
Este David Raventós está como un llum, como el que le inspiró al cura barbudo y montaraz que hace unos años se perdió en el frenopático de un bosque otoñal. Sueñan con ser Quijotes, quisieran ser Sanchos, pero no son ni lo uno ni lo otro. ¡Ya les gustaría!
Alonso Quijano era mucho más lucido que toda la tropa de indepes. No son Quijotes sino de lo que se mofó don Miguel de Cervantes: son Amadís de Gaula.
Río por no llorar.