En el origen de los Estados de derecho que conforman las democracias actuales y las sociedades más garantistas está el respeto a la propiedad privada. John Locke la puso como condición de todo contrato social. Con buen criterio Locke supo ver que, sin garantías jurídicas, una sociedad es inviable. Cualquier sociedad. Sin ellas, la generación de riqueza se estanca. Hasta en una sociedad comunista la propiedad privada, aunque se reduzca a los enseres personales, debe garantizarse si se quiere preservar la paz social.
Hoy en España se camina a lomos del populismo por una senda muy peligrosa mezclando cláusulas hipotecarias abusivas, desahucios, necesidades sociales, situaciones injustas con okupación ilegal de viviendas particulares. Como si todo fuera igual. No es lo mismo ocupar un bien público abandonado, con fines sociales, o garantizar la vivienda a quienes la ruleta de la vida les ha dejado sin trabajo y sin recursos para seguir pagando la hipoteca, que apropiarte del bien del vecino por las bravas. En Cataluña la irresponsabilidad alcanza a la propia legitimidad de la Constitución. Esa actitud genera una falsa legalidad paralela y una sensación colectiva de derechos prejurídicos y predemocráticos. Entre ellos, los que se atribuyen los okupas en nombre de su 'derecho natural' a una vivienda por encima del derecho positivo de propiedad.
Hasta en una sociedad comunista la propiedad privada, aunque se reduzca a los enseres personales, debe garantizarse si se quiere preservar la paz social
La consecuencia de cuestionar la legitimidad de las leyes de un Estado de derecho tiene siempre daños colaterales. Incluso en aquellos que viven de cuestionarlo. En cualquier momento y de cualquier forma. Como la tragedia de ver cómo unos desconocidos ocupan tu casa de pronto, roban tus pertenencias y encima justifican su acción satanizando la propiedad que has comprado a través de una hipoteca que religiosamente pagas cada mes.
Traigo aquí la impotencia y la desesperación de una familia corriente como testimonio de las pesadillas de muchas otras al ver cómo ocupan su propiedad sin que el Estado, el Gobierno de la Generalitat, la Administración de Justicia, los Mossos d'Esquadra o nuestros políticos parlanchines hagan nada por restablecer 'de inmediato' el allanamiento de morada, la okupación, el abuso, la humillación y el robo, cuando no el temor a ser agredido por reclamar lo que es tuyo.
Albert Villar es un padre de familia de 50 años que no entiende por qué las autoridades no hacen nada per se para recuperar la vivienda que le han usurpado. Vive de su trabajo como naturópata en Vilanova i la Geltrú. Un mal día se encontró con su casa de Riudecols (Tarragona) okupada. La reforma del Código Penal de 1996 tipifica este delito como usurpación, el cual puede agravarse si se añade allanamiento de morada o robo. Él intentó por las buenas recuperar su propiedad. Se presentó con una pareja de mossos d'esquadra, pactó con el ocupante desalojar la vivienda en dos días. Hasta hoy. Ya lleva un año sin poder disponer de su vivienda, mientras sigue pagando la hipoteca, los recibos del agua, las tasas e impuestos municipales.
Este es su testimonio:
"El motivo de este escrito es denunciar la okupación e invasión de mi propiedad privada y la indefensión en la que me encuentro ante el supuesto delincuente. Digo 'supuesto' pues no sé si ante la ley y la sociedad se le puede calificar así, ya que hoy en día tienes la sensación que ante según que individuos y actitudes tienes que dirigirte a ellos de usía. A la usurpación de la propiedad he de añadir también la violación emocional y mental a la cual me siento sometido al ver cómo todos mis enseres y recuerdos que conformaban el contenido de mi casa y de mi historia personal han sido invadidos por extraños, como mi ropa de vestir, mis sábanas, colchones y toallas que con tanto cariño bordó mi nombre en ellas mi abuela. Como la pérdida de mis libros o la desaparición de todos esos objetos llenos de emociones y recuerdos de la infancia, como álbumes de fotos, la guitarra acústica que me regalaron cuando cumplí 18 años, la pelota de futbol de mi niñez, etc.
Por suerte no he tenido que vivir las consecuencias de una guerra y el tener que abandonar mi casa con solo lo puesto... pero el día que pueda entrar en mi casa de nuevo, creo que la sensación no será muy diferente, a juzgar por la desolación que percibí cuando me personé con los Mossos d'Esquadra al poco de ser ocupada. Había desaparecido la nevera, los muebles, mis objetos personales, ropa... Es difícil describir el choque emocional y la tristeza al comprobar cómo han desaparecido cosas sencillas que me han acompañado en mi vida y no volveré a recuperar.
Todavía percibo en mi piel el sentimiento que me recorría por todo el cuerpo y que acababa en la boca de mi estomago, cuando me estaba dirigiendo a la pareja de Mossos d'Esquadra y les decía delante de mi violador: '¿Pero no pueden echarlo de mi casa, cuando estoy identificándome como quien soy y les estoy enseñando mis escrituras y los recibos de la hipoteca que pago cada mes [...]; es increíble que esto pueda pasar [...] ¿Y entonces, qué puedo hacer?'. Y con perplejidad para mí y normalidad para ellos me dijeron: 'Tiene que marcharse y poner una denuncia o arreglarlo de buenas con el individuo en cuestión, y piense que lo primero va para largo, a parte del coste económico que le supondrá, etc. Lo sentimos las leyes están así'.
No entiendo nada, yo creía que estaba en una sociedad donde la ley facilitaba la convivencia y evitaba el abuso. Si las autoridades no garantizan mis bienes en un caso tan evidente, están enviando un mensaje a las gentes honradas de que arreglen sus problemas por otros medios. Y eso sería la anarquía, donde sólo se beneficiaría el más fuerte o con menos escrúpulos. Me siento impotente".
Albert es un buen hombre, padre de familia, trabajador y cívico. Los jueces suelen cerrar los casos con desalojos después de un penoso, caro y largo proceso judicial. Y en la mayoría de los casos sin consecuencias para los okupas. Suelen ser insolventes, y la atmósfera social ve con simpatía sus acciones. Barcelona, en particular, y Cataluña, en general, son una de las sociedades que mejor acogida tienen de Europa. La buena conciencia a coste cero de unos la pagan con su propiedad y un alto coste emocional, otros. El populismo.