Paseaba hace unos días por el casco viejo de Barcelona, por detrás del mercado de Santa Catalina. Tenía que contestar unos cuantos mensajes y decidí sentarme un rato al sol en la terraza de un bar. Pedí un cortado y me relajé. En la mesa contigua, tres jóvenes, que rozaban la treintena, daban buena cuenta de sus bocadillos y charlaban sobre asuntos de actualidad política.
Se mofaban del vodevil en que se ha convertido el desencuentro de los partidos de ámbito nacional --y con razón--, pero la cosa no tardó en desembocar en el monotema catalán. Los repasé por el rabillo del ojo. Uno era a todas luces cupero --aro en el lóbulo, cráneo casi rapado, cazadora y camiseta con la estelada-- y los otros dos tenían toda la pinta de ser afines a ERC.
El señor Junqueras, cuando dice esas animaladas, parece olvidar que todos los españoles somos hijos de las mil leches, fruto de polvos, cópulas, violaciones masivas, invasiones y mestizajes inevitables
No parecían muy contentos y sí muy conscientes del bajón por el que atraviesa su inefable proceso de autodeterminación. Sacaron a colación el anuncio de la ANC de que el habitual acto multitudinario del próximo 11S quedaría repartido en cinco concentraciones en diferentes puntos del país. Los tres coincidían en que era una equivocación, un error.
Dejé de escucharles durante unos pocos minutos mientras mandaba un whatsapp a mi hija y, cuando volví a conectar la antena, cacé al vuelo la frase que me lleva a escribir estas líneas. El del aro soltó, literalmente: "És qüestió de temps, tot arribarà, perquè amb aquesta gent [els espanyols] no compartim ni l'ADN; els catalans som molt més francesos, o italians... Ho va dir l'Oriol fa pocs dies".
Pagué y me marché con el estómago revuelto, entre asqueado y tristón, tras haber sondeado la profundidad del abismo de cretinismo, incultura y estulticia moral en la que buena parte de mis conciudadanos se han precipitado siguiendo a los indecentes flautistas de Hamelín nacionalistas; meditando en esas declaraciones del vicepresidente de la Generalitat, ese paradigma de historiador que, a ratos libres, se dedica a mirar con su único ojo bueno a través de un microscopio, vestido de antropólogo genetista cuatribarrado.
El señor Junqueras, cuando dice esas animaladas, parece olvidar que todos los españoles somos hijos de las mil leches, fruto de polvos, cópulas, violaciones masivas, invasiones y mestizajes inevitables; que a los españoles nos han fertilizado celtas, romanos, visigodos, musulmanes, judíos, tropas napoleónicas, ingleses, por el norte y por el sur, y hasta tal punto que el propio Mendel tiraría la toalla y nos daría por caso perdido. Incluso los vikingos nos penetraron por la retaguardia, perdón, por el Guadalquivir, arrasando Sevilla y cepillándose todo cuanto se movía. Pero esa luminaria oronda y ojiplática que es nuestro vicepresidente se empeña en ignorar, en sus manifestaciones inequívocamente etnicistas, que nos fuimos al catre con alanos (caucásicos), vándalos (escandinavos) y suevos (germánicos); o que nos fecundaron griegos (Rosas, Ampurias) e incluso egipcios.
Fueron fenicios, cartagineses, númidas, mauritanos, magrebíes y subsaharianos más negros que el carbón los que nos desvirgaron y nos pusieron el culo como un tomate
Lo nuestro es, por fortuna, el resultado de siglos de coyunda. Pero en el caso de los españoles que habitan en esa entelequia llamada Països Catalans, aún hay más, porque el señor Junqueras no debería soslayar que hubo una Prima Volta, una Prima Notte, un primer polvo, ese revolcón que jamás se olvida. Nos lo pegaron, y bien pegado, fenicios de Tiro, Sidón y Biblos (Líbano) que campaban por Levante, enseñándonos cómo vender porteros automáticos a la tribu vecina, en fiestas y cacerías, y a llenar bolsas con pesetas.
Y tras los fenicios llegaron en tropel sus hijos naturales, los cartagineses, desde África (Túnez), cuando Cartago dirimía la hegemonía naval y el control de los graneros de trigo del mediterráneo con la emergente Roma. La dinastía de los Barca o Bárcidas --Amílcar y sus hijos, Anibal y Asdrúbal-- controló todo el litoral español; fundó Cartago Nova (Cartagena), fortificó Akra Leuka (Alicante) y Barcino Nova (Barcelona); pacificó y convivió con layetanos, ausetanos, indigetes y otras tribus catalanas durante muchos años. En Cataluña se concentraría el gran ejército con el que Anibal llevaría la guerra (Segunda Guerra Púnica) hasta el mismo corazón de Roma, dejando a miles de los suyos en la retaguardia, de retén en nuestras tierras.
Por lo tanto no busque, señor Junqueras, su reflejo y el nuestro en el espejo de Francia, Aquisgrán, Carlomagno o el Sacro Imperio Romano Germánico, ya que fueron fenicios, cartagineses, númidas, mauritanos, magrebíes y subsaharianos más negros que el carbón los que nos desvirgaron y nos pusieron el culo como un tomate. Esperma africano por un tubo. Deje de hacer de doctor Mengele de pueblo y mida sus palabras, porque es usted responsable moral del eco que estas puedan causar en buena parte del grueso de sus seguidores, entre cuyas virtudes no destaca precisamente ni la cultura ni la capacidad de análisis, y sí un preocupante nivel de indigencia intelectual.
Piénselo. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
Y si leer esto le entristece, corra a derramar algún lagrimón de los suyos sobre la tumba de Heribert Barrera, su mentor espiritual en asuntos de supremacía étnica.