El 'procés' de la 'revolución de las sonrisas' ha entrado en una fase de descomposición caracterizada por dos elementos fundamentales: el frikismo y la violencia. De la misma manera que en la etapa dorada de las movilizaciones independentistas su maquinaria funcionaba como un reloj de precisión y casi nada se salía del guion, ahora da la sensación que no hay nadie al frente del timón, y que cada sector tira por su lado.
Las 'frikadas' han sido parte consustancial del 'procés' pero la cantidad de despropósitos ha aumentado en esta fase terminal
Las frikadas han sido parte consustancial del 'procés', con propuestas tan peregrinas como la de instalar una base naval china en el puerto de Barcelona, pero la cantidad de despropósitos ha aumentado en esta fase terminal. Ya no es solo que Empar Moliner se dedique a quemar fakes de la Constitución para asegurarse unas buenas ventas de su libro en Sant Jordi y la renovación de sus contratos en los medios controlados por los independentistas.
Ni que Gabriel Rufián haya situado el nivel del parlamentarismo secesionista bajo mínimos con intervenciones dignas de 'Mujeres y hombres y viceversa'. O que un 'historiador' de la 'causa' asegure que Cervantes y Shakespeare eran la misma persona, un 'catalán de Alicante'. Cuando Cataluña está en manos de una formación, la CUP, que pierde el tiempo presentando mociones anti-tampax y pro-esponjas o copas menstruales significa que todo se acabó.
Ya solo les queda amedrentar y coaccionar. Como los 'revolucionarios sonrientes' de la UAB, que se han dedicado a ejercer el matonismo impidiendo el derecho a la libertad de expresión de los jóvenes de Societat Civil Catalana. El 'procés' se ha convertido en un problema de orden público, porque la impotencia que sienten ante su fracaso llevará a una minoría a radicalizarse. Ojalá la 'revolución de las sonrisas' no se convierta en la 'revolución de los bates de béisbol'. De los Mossos depende.