Aunque parezca el título de una comedia sobre identidades nacionalistas, la realidad suele superar a la ficción. Hace 170 años, un catalán y un vasco propusieron en Sevilla la celebración de una feria de compra y venta de ganado que con el tiempo se transformaría en la Feria de Abril.
Visitar la Feria de Abril es un viaje al pasado de los carruajes y las tradiciones. Un viaje lleno de sensaciones que la realidad virtual nunca podrá superar
La propuesta de Narciso Bonaplata y José María de Ybarra, dos empresarios asentados en Sevilla, tuvo que salvar algunas disconformidades con el alcalde para que el Cabildo la aceptase. Finalmente, en marzo de 1847 la reina Isabel II le concedió a Sevilla el privilegio de feria, inaugurándose un mes más tarde con 19 casetas. El éxito fue tan rotundo que, poco tiempo después, separaron la mercadería del ganado, que ya alcanzaba las 60.000 cabezas, dejando espacio para la diversión: puestos de buñuelos, turrones, avellanas y casi cien tabernas.
Actualmente la Feria de Abril cuenta con 1.047 casetas, pocas públicas y muchas privadas, iluminadas por 237.000 farolillos. Cada día 700 relucientes carruajes recorren las calles del Real, que se identifican con nombres de toreros, y gitanas con delantales blancos fríen sus 'calentitos' en el Patio de las Buñueleras. A nivel económico su impacto duplica el de la Semana Santa y representa unos 675 millones de euros, más del 3% del PIB de la ciudad.
Según un estudio de la Universidad de Sevilla, 36,7 millones de los ingresos de la Feria provienen de las instituciones públicas y privadas, 158,5 millones de los visitantes y 480 millones de euros los genera el sector textil y la hostelería. Los 2.111 taxis de la ciudad salen en bloque para celebrar los mejores días del año, en los que incrementa su servicio en un 40% y los hoteles y los pisos turísticos festejan que no tienen habitaciones disponibles. En total se estima un consumo de un millón de litros de cerveza y 680.000 botellas de manzanilla.
Los andaluces celebran su feria con naturalidad, transformando su indumentaria y convirtiendo el Real en una ciudad temática que recrea, como ningún otro escenario, la tradición y la solera. Las clases marcan las distancias pero todos disfrutan de la fiesta. Los nombres de sus casetas muestran su gran sentido del humor: 'A guena hora', 'Ahí Queo', 'Ahora vengo', 'Aki no hay quien viva', 'Arroz pa’cuatro', 'Güele a feri'a , 'Er-pes-es-pa', 'Esta to arreglao' o 'Los que suamos'.
La Feria demuestra cómo la unión de identidades puede dar lugar a iniciativas brillantes que logran persistir en el tiempo. No puedo imaginar mejor equipo que un catalán, un vasco y un sevillano
Son días en los que los que nadie duerme, ni los que trabajan en la feria que acaban la semana al límite de sus fuerzas, ni los que disfrutan de la manzanilla y el jamón serrano, la música, el colorido, los bailes y los amigos. Visitar la Feria de Abril es un viaje al pasado de los carruajes y las tradiciones. Un viaje lleno de sensaciones que la realidad virtual nunca podrá superar.
La Feria refleja dos temas de actualidad que no esta de más recordar. Por un lado demuestra cómo la unión de identidades puede dar lugar a iniciativas brillantes que logran persistir en el tiempo. No puedo imaginar mejor equipo que un catalán, un vasco y un sevillano.
Además, estamos experimentando en algunas ciudades importantes barreras a proyectos relacionados con el turismo. No estaría de más que los que frenan a los emprendedores visiten la Feria de Abril para darse cuenta de que nuestras circunstancias presentes y con bastante certeza, futuras, son que vivimos del turismo y que cualquier acción que lleve a atraer un turismo de calidad, impactará de forma beneficiosa en la población a todos los niveles, desde los comerciantes y los hosteleros, hasta los taxistas o los camareros.
Los ayuntamientos deben gestionar y planificar para que el desarrollo turístico se lleve de forma sostenible, protegiendo la calidad de vida de los ciudadanos. Sin embargo no debería limitar de forma sistemática las iniciativas de creación de hoteles de calidad, pisos turísticos o buenos restaurantes, ni la celebración de ferias comerciales. En un país que vive del turismo se debe cuidar al ciudadano, al emprendedor, a la empresa y al turista, como los sevillanos acogen a los que visitamos su feria y nos brindan lo mejor que tienen, su alegría.