En nuestro país es muy común que la sociedad, con la complicidad de los medios de comunicación y de acciones de marketing transparentes o encubiertas, toque con una varita mágica a determinados personajes para darles el estatus de celebridad. En la mayoría de los casos, no se trata de personas que estén realizando labores esenciales para la sociedad, como médicos o ingenieros que permiten que disfrutemos de una mejor calidad de vida. Los grandes profesionales que no viven de los medios, huyen desaforadamente de compartir su vida personal o sus inquietudes y de ponerse en el punto de mira mediático y, con algunas excepciones, consiguen no despertar el interés de las masas.
Estamos experimentando la irrupción de un tipo de 'celebrities' que, con una creatividad y un humor enfocado a las nuevas generaciones, ha conseguido captar la atención de millones de internautas
Sin embargo, hay otros grandes profesionales que han utilizado magistralmente el potencial de los medios de comunicación y se han unido a estrategias de marketing conjuntas de marca-país para conseguir un reconocimiento mundial, con un impacto extraordinario en otros sectores. Es el caso de Ferran Adriá y el antes y después de su portada en The New York Times de 2003. Ferran Adriá es un genio de la cocina y del marketing y uno de los principales artífices de que nuestro país se haya convertido en uno de los destinos gastronómicos por excelencia.
Desde hace poco tiempo estamos experimentando la irrupción de un tipo de celebrities que, con una creatividad y un humor enfocado a las nuevas generaciones, ha conseguido captar la atención de millones de internautas. El éxito lo han logrado con pocos recursos, creando una nueva cultura de comunicación directa e informal, a través de grabaciones caseras la mayoría de baja calidad, que suben al canal de vídeos por excelencia de internet. Su gran hazaña es que no necesitan a los medios tradicionales.
El fenómeno de los youtubers arrastra a millones de personas y en nuestro país viene encabezado por un malagueño que lleva colgando vídeos en internet desde diciembre de 2011. Con sólo 26 años, Rubén Doblas Gundersen, conocido como El Rubius, ya tiene un canal en Internet con más de 17,4 millones de suscriptores y sus vídeos los llegan a ver más de 20 millones de internautas hispanos, con un impacto superior al de las celebrities americanas.
A nivel internacional, el rey del canal online de vídeos es el sueco PewDiePie, un comentarista y tutor de videojuegos, que dejó sus estudios universitarios para hacer vídeos, mientras sobrevivía vendiendo perritos calientes. Felix Kjellberg creó su primer canal en YouTube en 2010 y el segundo en 2012 y desde entonces ha conseguido más de 43 millones de suscriptores que le han generado ingresos anuales de más de siete millones de dólares.
Estos genios comunicacionales tienen en común que han empezado desde cero con una tecnología accesible a todo usuario de internet
Los ingresos de los youtubers provienen de la publicidad, en forma de anuncios y banners, que se transmite con cada vídeo. En la mayoría de los casos son anuncios optativos para el internauta, que tiene la opción de cerrarlos para comenzar o continuar con la grabación. De los ingresos publicitarios totales, YouTube se queda con un 45% y, del 55% restante, las agencias les cobran a los youtubers entre un 15% y un 30%. El hecho de que después de deducir estas comisiones puedan presumir de unos ingresos altos refleja la contundente apuesta de las empresas por el canal y por estos suscriptores de oro.
Estos genios comunicacionales tienen en común que han empezado desde cero con una tecnología accesible a todo usuario de internet. El contenido de sus vídeos es provocativo, directo y cercano, y su sentido del humor refleja la libertad de los que están por encima de todo. Independientemente del lenguaje de sus vídeos, que puede resultar en muchos casos soez, nadie puede menospreciar su trabajo porque han demostrado su capacidad para superar los canales de comunicación tradicionales y llegar con pocos recursos a millones de personas que les observan detrás de una pantalla con curiosidad, admiración o envidia.