Mentiría si dijera que me he alegrado con la elección de Josep Maria Álvarez como secretario general de UGT. Ahora bien, como mi filosofía de la vida me hace ver la botella medio llena, siempre busco la parte positiva de las cosas; así que esta elección demuestra que esa paranoia común, en el imaginario separata, de que 'España odia a los catalanes', es una mentira más del rosario inventado por la Santa Compaña.

Esta elección demuestra que esa paranoia común, en el imaginario separata, de que 'España odia a los catalanes', es una mentira más del rosario inventado por la Santa Compaña

Que los separatas resulten antipáticos a una mayoría de españoles (los separatistas no son menos españoles) puedo entenderlo porque a mí también me resultan 'antipáticos' los batasunos con el corte de pelo estilo hacha; pero, si fuera vasco, estoy convencido que habría abertzales a los que tendría estima, de la misma manera que la tengo con algunos amigos separatas; porque, gracias a Dios, no sufro hemiplejía mental.

No paso a mis amigos por este filtro aunque reconozco que mi relación es más profunda con quienes no lo son. Con los separatas me guardo de cerrar la arqueta con siete llaves, como el cofre del Cid depositado en una estancia del Alcázar de Segovia. Alguno se cabrea cuando me lee, pero cada uno es libre de leer hasta lo que le disguste. Yo hago el mismo ejercicio masoquista. Son vicios adquiridos para estar al día.

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Una aclaración importante: resultar 'antipáticos' no tiene nada que ver con el sentimiento de odio. Los serbios odiaban a los croatas, los bosnios a los serbio bosnios y viceversa; por eso pasó el holocausto de los 90: en la zona de los yugoslavos del sur (por eso el nombre de Yugoslavia) se revivió el genocidio nazi que no debemos olvidar porque la memoria es una buen antídoto para no tropezar con la misma piedra.

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Vuelvo al ugetista Álvarez: me ha disgustado que fuera elegido secretario general de UGT porque rechazo ese juego dialéctico que ha mantenido con la matraca del derecho a decidir. Defender ese 'derecho' no equivale a ser separatista, como demuestra una persona tan poco de fiar como Pablo Iglesias. Empero, tendría que haber sido más valiente; no ya pensando en los que no les hace ninguna ilusión romper España, sino en la mayoría de sus afiliados que no entienden que el nacionalismo ayude a la clase trabajadora, siguiendo con esa dialéctica viejona del pasado siglo. De hecho, en el Congreso Extraordinario que lo eligió, se acabó cantando la Internacional que es la canción antitética a cualquier nacionalismo.

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La izquierda española tiene un problema más grave de lo que piensa porque es lo que hace fuerte a la derecha. Una parte de la izquierda más vieja se siente acomplejada en defender a España. Sí defiende a la gente pero no a sus símbolos, esos que brotan del corazón porque se han mamado en casa o aprendido en la escuela. Y a menudo, como si tuviera parálisis labial, hasta le cuesta decir su nombre.

Esto es, sin ningún género de dudas, la peor herencia que nos dejó el franquismo. No pasa en ningún otro país de Europa. Como decía Hegel: la cosa está en la Historia. Por falta de espacio, no voy a extenderme por qué no pasa.

Una parte de la izquierda más vieja se siente acomplejada en defender a España. Sí defiende a la gente pero no a sus símbolos

La identidad nacional, no tiene que ver con ser nacionalista, es anterior a sentirse de izquierdas o derechas.

El filósofo riojano Gustavo Bueno, él que se define como marxista radical, dice que el mayor pecado de la izquierda es ser antiespañola. Rechazo esa palabra por insana. Me recuerda al franquismo; la gastó usándola injusta y arbitrariamente.

Si el heterodoxo marxista Gustavo Bueno me leyera, me mandaría a freír espárragos...

Yo no digo eso, sino que la izquierda española aún tiene un síndrome no superado, herencia del franquismo que abusó del nombre de España. Bien es cierto que cada vez menos, pero a los políticos de izquierdas que les cuesta pronunciar su nombre, les pasa algo parecido a los perros de los reflejos condicionados de Palov, que en el subconsciente esos símbolos les rememoran un sentimiento negativo porque es un pasado de dolor.

El franquismo fue la versión dictatorial del viejo nacionalismo español ya residual, pese a que los separatas sacan a pasear como un espantapájaros a la menor ocasión. Es un trauma no superado.

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Pensándolo mejor, cambio de opinión y sí prefiero que Pepe Álvarez haya sido elegido secretario general de la UGT, porque estando en ese papel institucional dejará de jugar a esta cosa tan típica de la puta y la ramoneta.

A este asturiano, que se ha aclimatado a la fabla conceptual nacionalista, le vendrá bien cambiar de aires, oxigenarse y volver a la cultura genuina de su sindicato que no puede ser nacionalista. De hecho, esta ideología es la corrupción del sindicalismo.

PD: Este artículo es el entremés del que saldrá el domingo de Ramos en el que defiendo el derecho a cambiar de opinión, siempre que no sea por espurio interés... Y la mejor prueba de ello es el escrito que acaban de leer, porque permítanme esta frase de José Antonio Marina que, aunque lo parezca, no tiene nada de irónica: "El cerebro es más inteligente que nosotros”. Este final, doy mi palabra, no estaba programado cuando empecé a escribirlo.