"Solo hay una posibilidad de que Sánchez sea presidente: un gobierno de coalición con Podemos", dice Pablo Iglesias. Lo preocupante es que en las actuales circunstancias la frase resulta tan exacta como descorazonadora, habida cuenta de la irrefrenable voluntad de poder de Sánchez. El compromiso anunciado el miércoles por el PSOE y Ciudadanos es un acuerdo con aspectos interesantes cuyo eclecticismo permite presumir que, de no ser por la pretensión de Sánchez de gobernar a toda costa, aun alterando la correlación de fuerzas establecida por los españoles en las urnas, el PP también hubiera podido participar con sus propuestas en la confección del pacto, para hacerlo practicable.
La ofuscación de Sánchez, empeñado en todo momento en estigmatizar a Rajoy y al PP, convierte el acuerdo entre PSOE y Ciudadanos en papel mojado, por mucho empaque que las partes le hayan dado a su firma
Ahora bien, la ofuscación de Sánchez, empeñado en todo momento en estigmatizar a Rajoy y al PP, convierte el acuerdo en papel mojado, por mucho empaque que las partes le hayan dado a su firma. La suntuosa puesta en escena del miércoles en el Congreso, tratándose como se trata de un acuerdo inaplicable por falta de quórum, refuerza el halo de electoralismo cortoplacista que irradia la estrategia de Sánchez desde que asumió la responsabilidad de intentar la investidura. Es un acuerdo entre partes, pero improductivo a efectos de gobierno. ¿A qué viene, entonces, tanta ostentación? Que lo celebren entre los firmantes, que lo publiciten tanto como quieran, pero que no confundan todavía más a la gente presentando por todo lo alto un acuerdo particular como un pacto de interés general.
Es verdad que Rajoy renunció a ir a la investidura, pero no es menos cierto que lo hizo consciente de que para seguir en La Moncloa dependía necesariamente de Sánchez. Para Rajoy no había socio propiciatorio alternativo. Ni siquiera Rivera, pues sus 40 escaños eran, y siguen siendo, insuficientes para él. Era Pedro o nada, y Pedro le negó tres veces por lo menos. De ahí que el líder popular se inhibiera. Si Rajoy hubiera tenido algún posible socio propiciatorio alternativo y aun así hubiera rechazado el encargo del Rey por miedo a fracasar en su intento de llegar a un acuerdo, entonces estaría plenamente justificado acusarle de pusilánime e irresponsable, pero nunca fue ese el caso. En principio, Rajoy también hubiera podido llegar a un acuerdo de cara a la galería con Rivera pero, sin la aquiescencia por acción u omisión de Sánchez, ese acuerdo hubiera sido tan estéril como el de Sánchez con Rivera.
Sánchez, en cambio, sí tenía alternativa: o el PP o Podemos. Porque si los 40 escaños de Ciudadanos eran insuficientes para investir a Rajoy, cuanto más para proclamar a Sánchez. Por desgracia, aritméticamente Ciudadanos solo puede ser un complemento, más o menos vistoso pero complemento al fin y al cabo. Se entiende que, si Sánchez aceptó el encargo del Rey, lo hizo a sabiendas de que, tras sus repetidos desaires a Rajoy y al PP, su única posibilidad de ser presidente era un Gobierno de coalición con Podemos, porque esa era la única fórmula aceptable para el único socio propiciatorio que le quedaba a Sánchez. Son habas contadas. Se supone también que cuando el líder socialista acepta el encargo de formar Gobierno sabe que se está echando irremediablemente en brazos de Pablo Iglesias. Se trata de una decisión discutible, pero legítima. Lo que no es ni legítimo, ni responsable, ni respetuoso con la ciudadanía es asumir el reto de la investidura con el único objetivo de darse autobombo de cara a las próximas elecciones.
Lo que no es ni legítimo, ni responsable, ni respetuoso con la ciudadanía es asumir el reto de la investidura con el único objetivo de darse autobombo de cara a las próximas elecciones
Queda claro que quien se expone a poner el país en manos de Podemos es Pedro Sánchez y nadie más, por mucho que ahora algunos intenten responsabilizar también de este envite a Rajoy, conminando al PP a abstenerse ¡por sentido de Estado! en la investidura de Sánchez con el apoyo de Rivera. El PP ya tiene suficiente con sus cuitas internas, como para que encima le endilguen las de sus adversarios políticos. Cada palo que aguante su vela. No puede ser que todo sea culpa del PP, por muy reconfortante que resulte para los demás partidos esa cada vez más generalizada atribución de culpabilidad adánica a los populares. La corrupción corroe al PP, y desde luego motivos para la contrición no faltan estos días en la calle Génova. Pero resulta obsceno el cinismo de Sánchez cuando apunta la corrupción como principal causa de su rechazo a la gran coalición que propone el PP, como si el PSOE no fuera el partido que lidera el ranking de causas abiertas por corrupción en toda España, el que más imputados tiene y el que mayor cuantía presuntamente ha distraído.
Por supuesto, no se trata de alimentar el mezquino "y tú más", pero tampoco de abonar el pornográfico "y yo menos" que los socialistas llevan practicando impunemente, al menos, desde el debate televisado en que Sánchez acusó a Rajoy de no ser decente. El miedo a embarrarnos en la ciénaga de los reproches cruzados entre partidos no debería llevarnos a la inhibición ante la ominosa asimetría de la tolerancia que se impone en nuestro debate público para mayor gloria del PSOE, que pretende irse de rositas y con Sánchez como presidente. Y todo ello a pesar de haber cosechado los peores resultados de la historia de su partido, amén de la mencionada corrupción.
Consentir esa asimetría de la tolerancia para evitar la acusación de fomentar el "y tú más" o, peor aún, de dispensar la corrupción del PP, implica dar carta blanca a la estrategia del PSOE, compartida en parte por Podemos. Ambas formaciones pretenden, por un lado, denigrar al PP como un partido consustancialmente corrupto y deletéreo, un partido non grato por utilizar su propia nomenclatura. Por otro lado, el PSOE pretende además echar por tierra el trabajo del Gobierno de Rajoy en la pasada legislatura, despreciando entre otras cosas sus indiscutibles logros en materia económica, reconocidos por todo el mundo menos por la izquierda española --el Partido Socialista Francés, por ejemplo, pone como modelo la reforma laboral del PP--, para volver a las políticas que nos llevaron con Zapatero a la peor crisis de nuestra historia reciente.
El acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos --que, insisto, prevé medidas interesantes en materia de regeneración política, despolitización de la justicia y lucha contra la corrupción-- está viciado de origen porque implica, entre otras cosas, aceptar la sectaria degradación del PP por el PSOE y el falseamiento de la historia de la crisis en pro de los socialistas. El PP no puede aceptar esas leoninas condiciones de partida. No puede, es más, no debe abstenerse ante semejante desafuero.