Viena, 31 de diciembre de 2015. Está oscureciendo después de un día gris. Temperatura, cinco grados bajo cero. Una turista española de mediana edad se aparta del grupo y, decidida, va hacia un puesto donde se anuncia que se adivina el futuro por el módico precio de veinte euros. El guía le advierte de que tenemos que seguir con la ruta programada y que no hay tiempo para detenerse. Le habla a su espalda porque ella, ni caso, de hecho ya ha llegado al puesto y acaba de sentarse en la silla de madera colocada ante la profesional convenientemente ataviada para su cometido, con su túnica y su gorro picudo cuajado de estrellas plateadas. El resto de turistas nos miramos, resignados, y uno apunta al guía que la mujer lleva todo el viaje dándonos la lata con que no se marchará de la ciudad sin que le echen las cartas, le lean las líneas de la mano y todo lo necesario para saber qué le depara el año siguiente.

Parece ser que en el siglo de la tecnología seguimos obsesionados por conocer qué nos depara el futuro

Barcelona. Una noche cualquiera, en un programa de televisión en el que con una llamada de teléfono al 'gabinete astrológico' de turno por el módico precio de 1,20 euros por minuto, si llamas desde un fijo, y 1,58 euros por minuto, si lo haces desde un móvil (con el IVA incluido en ambos casos, lo que es de agradecer), puede consultarse sobre el amor, el trabajo, la salud y cualquier otra cuestión que nos angustie. Una mujer llama para saber si puede fiarse de su novio, del que sospecha que no es agua clara. El adivino le pregunta si tiene antecedentes penales y ella (que recordemos, llamaba para saberlo), contesta que no; a pesar de ello, el adivino le asegura que tendrá problemas con la justicia.

Parece ser que en el siglo de la tecnología seguimos obsesionados por conocer qué nos depara el futuro. Hemos sustituido las consultas sobre cómo resultará la cosecha o si ganaremos la batalla, por otras adaptadas al tiempo en que vivimos. El oráculo, el horóscopo, la interpretación de los sueños, las runas, el tarot, cualquier método ha servido y sirve para saciar esa ansia. Sócrates y Platón escribían sobre las profecías de los oráculos, y Aristóteles señala en su 'Ética a Eudemo' refiriéndose al dios que "Él lo ve todo claro, el porvenir, el presente y todo aquello de lo que el razonamiento se separa".

¿Por qué interesa tanto lo que va a suceder? ¿Y qué pasa si lo que nos dicen no nos gusta? En 'El Señor de los Anillos', Galadriel advierte a Frodo de que su espejo mágico muestra cosas que fueron, y cosas que no son, y cosas que quizá serán. Siempre puedes escoger entre mirar o no, pero invariablemente caeremos en la tentación: queremos saber. Acabaremos escogiendo la pastilla roja que Morfeo ofrece a Neo en 'Matrix' para ver lo que hay en el fondo de la madriguera de conejos.

La consulta se nos hizo eterna, dada la temperatura, pero tras escasos diez minutos, la mujer de mediana edad volvió al grupo y pudimos seguir con la visita. Nadie se atrevió a preguntarle cuál había sido el resultado, pero parecía satisfecha. Si las predicciones que le hicieron se han cumplido o no, es un misterio que nunca sabremos. Quizá sea mejor así.