Cuenta Norbert Elías en su ensayo Sobre el tiempo (1984) la historia de un grupo de hombres que subieron día tras día por el interior de una alta torre. La primera generación alcanzó la quinta planta, la segunda llegó hasta la séptima y la tercera a la décima. Pasado algún tiempo, los descendientes lograron arribar al piso número cien. Y sucedió un desastre que cambió la percepción del tiempo pasado y presente: la escalera se vino abajo.
Las generaciones posteriores se quedaron en la centésima planta y olvidaron que sus antepasados habían vivido siempre en pisos más abajo, incluso dejaron de recordar cómo habían llegado a esa altura
En lugar de arreglar ese camino desmoronado, las generaciones posteriores se quedaron en la centésima planta y olvidaron que sus antepasados habían vivido siempre en pisos más abajo, incluso dejaron de recordar cómo habían llegado a esa altura. La perspectiva cambió, se veían a sí mismos y al mundo desde esa planta. Más aún, recuerda Elías, "consideraban como simplemente humanas las representaciones que se hacían desde la perspectiva de su planta".
Como en toda parábola, el relato puede encerrar una analogía sorprendente con una situación actual. Si la relacionáramos con el comportamiento y el lenguaje de nuestras élites políticas, la similitud resultaría más que asombrosa. La semejanza es muy preocupante, entre otras razones, porque todavía quedan algunos viejos de los que llegaron a la planta cien y que han sido testigos del derrumbe --al menos parcial-- de la escalera.
Encerrados en esa centésima planta encontramos a diversos grupos. Dos de ellos están formados por élites jóvenes, insertas en la estructura y dinámica de dos viejos partidos, que participan en la construcción de ese imaginario de la democracia, sin ser plenamente conscientes de cómo han llegado a esa altura y olvidando que buena parte de la escalera se ha derrumbado. Como mucho, elaboran discursos de supuestas legitimidades, con argumentos parlamentaristas y con términos tan hueros y maleables como "cambio", "mayoría" o "mandato popular".
Todavía nos tocará a nosotros, a los de plantas más abajo, arreglar la escalera y rescatarlos
En el piso hay otras élites jóvenes, insertas en nuevos partidos, las únicas que recuerdan cómo han llegado hasta esa altura, aunque todavía creen que la escalera sigue en pie tal cual. Unas han alcanzado la cima por la vía de la defensa de la igualdad de todos los ciudadanos después de haber sufrido la política excluyente de elites nacionalistas, que también han construido --con total impunidad y durante más de treinta años-- naciones con derechos históricos desde la idílica perspectiva de una esquina de esa última planta. Aquellos recién llegados confían en que el mercado --ahí es nada-- alivie las penas y diluya los espasmos fascistoides de los iluminados por el dogma nacional.
Otras elites jóvenes han alcanzado la cima por la vía de la defensa de la igualdad de toda la gente, después de haber participado y domesticado las protestas masivas del 15M ante el imparable avance de la pobreza y el gravísimo deterioro de las condiciones laborables de la gran mayoría de los trabajadores, pero prefieren ignorar la política excluyente de sus colegas nacional-iluminados.
Y ahí siguen en la planta cien, encerrados en lo más alto de la torre. Un esfuerzo inútil para resolver un problema que en el fondo es simple, escribió Elías, una prueba de que se olvida el pasado social. Y añadimos, y el presente y el futuro. Todavía nos tocará a nosotros, a los de plantas más abajo, arreglar la escalera y rescatarlos. Más madera.