En el almuerzo familiar de Reyes tuve una interesante conversación de sobremesa que quiero compartir. Lo mismo se lo explique a unos amigos en Nochevieja. En la familia de mi esposa, no en la mía, estoy considerado como una especie de intelectual. Una rara avis. Me ven con buenos ojos...
Son las personas, no los partidos, quienes corrompen. A los políticos, como al resto, les corrompe el dinero
Así que un sobrino de 38 años, extrañamente interesado en la política en estos tiempos revueltos, quiso conocer mi opinión sobre la corrupción de las instituciones, y me dijo que por eso no votaba, porque votar equivalía a ser cómplice de la corruptela, según él, generalizada. Nació el año de la Constitución. Aunque sea abstencionista es de la generación Podemos.
Le corregí la mayor: me decía que los partidos son el origen de la corrupción. Lo negué, porque son las personas, no los partidos, quienes corrompen. A los políticos, como al resto, les corrompe el dinero.
Gabriel Marcel, filósofo católico francés, dijo: "Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive". El dinero lo tienen los ricos. Los políticos que los defienden son los que más fácilmente caen. Es algo tan natural como que el riesgo de contagio es mayor cuando convives con personas que están resfriadas. La diferencia es que nadie persigue un resfriado pero no he conocido a nadie que no quiera el dinero.
El poder y el dinero bailan un tango. Los griegos le pusieron nombre al baile, le llamaron plutocracia. Al principio o al final, gente de derechas o de izquierdas. Empero, siempre quedarán hombres honrados. Como soy optimista quiero suponer más que menos.
Este principio general no se da igual en todas las latitudes. Los países meridionales tienen más corruptos que los del norte. Al menos, en Europa.
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Lo de España --Cataluña no es una excepción-- viene de antiguo. Tres casos de siglos distintos: XVII, XIX y XX.
El Duque de Lerma, valido de Felipe III, fue bautizado por el pueblo como "el mayor ladrón de España" por unos negocios urbanísticos muy contemporáneos, aunque viviera a principios del Siglo de Oro de la letras castellanas. El valido decidió trasladar la corte de Madrid a Valladolid tras haber comprado palacetes, edificios y haciendas vallisoletanas con la seguridad de que Felipe lacraría con el sello real su voluntad; y cinco años después decidió volver a Madrid repitiendo el pelotazo.
Lo de España --Cataluña no es una excepción-- viene de antiguo
Por corrupto, su secretario fue quemado en la plaza mayor de Madrid; pero el duque se salvó porque le pidió al Papa ser cardenal a cambio de una indulgencia pecuniaria. Lerma pasó a ser lo que hoy diríamos aforado papal.
El segundo ejemplo, 250 años después: la hija del maestro del periodismo español, Mariano José Larra, montó la primera pirámide financiera conocida. Creó una banca privada que daba más intereses que nadie, una especie de Rumasa 2. Baldomera, que así se llamaba la estafadora, vivía a cuerpo de rey como nueva rica. Los inversionistas cobraban los intereses pactados procedentes de los últimos depositantes de la pirámide. Todo iba viento en popa hasta que estalló la primera crisis financiera del capitalismo español. No había dinero para pagar más intereses porque no había nuevos primos depositantes. Fue acusada de estafa, y la Baldomera ingresó en prisión.
El tercer ejemplo, cien años después: el protagonista Don Juan conde de Barcelona. No dio un palo al agua en toda su vida. Vivió como el rey que no era, pero sin sus yugos. Holgazaneó como las garrapatas a costa de la nobleza que acudía a Estoril, y de empresarios advenedizos que invertían a futuro. Mario Conde, cuando era presidente de Banesto, le pagó su postrera estancia en el Hospital Universitario del Opus en Navarra.
Don Juan tenía algo más de siete millones de euros cuando heredó de su padre Alfonso XIII, y después de una vida disoluta viviendo del cuento de conde de Barcelona tenía un millón de euros más en su cuenta corriente. Vivir del sablazo fue su profesión real.
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Le decía a mi sobrino que estos tres casos --podría escribir muchos otros pero ya vale-- están en nuestros genes culturales pero no es una fatalidad ni determinismo histórico porque nos parecemos a los italianos. ¿Y, además del sol, qué tenemos en común con ellos que nos separa de los europeos del frío?
La corrupción está en nuestros genes culturales pero no es una fatalidad ni determinismo histórico
La tradición religiosa: el catolicismo. Los protestantes tienen que hablar con Dios cara a cara. Los católicos con un cura, o arrepentirse en la extremaunción haciendo un reset en sus pecados.
Eso le expliqué a mi sobrino, y se lo creyó. Me abrazó y me dijo que ya lo entendía todo. Me dio las gracias. No las merezco, pero creo lo que he escrito. Por eso lo comparto.
Toda esta historia hoy la encarna el PP valenciano. Lo peor es que no es sólo de Valencia.
PD: El próximo domingo hablaré de tres casos flagrantes de corrupción en Cataluña, a principios y a finales del XIX y en los años 60 del XX, en donde se manifiesta el gen nacional cleptómano. No hablo de los Millet, Pujol, Prenafeta, Pascual Estevill o de la Rosa por ya conocidos...