Las elecciones generales del pasado diciembre nos ha dejado un panorama desolador en cuanto a la estabilidad política se refiere. De nuevo, el centro derecha del PP ha ganado las elecciones (123 diputados) aunque muy distanciado de la mayoría absoluta que obtuvo hace cuatro años gracias a la ineptitud en temas económicos del anterior gobierno socialista.
Le sigue a una distancia considerable el PSOE (90 diputados) y a continuación los dos partidos revelación de esta legislatura representados por Podemos (69 diputados) y Ciudadanos (40 diputados). El resto está formado, como es habitual en los últimos años, por un conglomerado de partidos, comunistas, independentistas, regionalistas y pseudoanarquistas representados por las candidaturas de Unidad Popular.
Una de las frases más repetidas en los últimos días entre los líderes políticos ha sido el cómo interpretar los resultados electorales y, por tanto, la voluntad del votante según los intereses de cada uno
Pasados unos días y en vista de los resultados obtenidos han dado comienzo las primeros contactos entre dirigentes de los partidos representados llegando, a día de hoy, a unos primeros resultados que a más de uno ha dejado perplejo. Por un lado, el PP como partido más votado, propone un gobierno de coalición con unas propuestas pactadas entre PSOE, Ciudadanos y ellos mismos que sumarían casi el 73% de representación y, por tanto, mayoría absoluta, dejando a Podemos y demás partidos en principio fuera de este acuerdo.
Por otro lado, el PSOE, previa negación a aceptar cualquier acuerdo con el PP, intenta formar una mayoría de gobierno con el resto del arco parlamentario, incluidos los partidos secesionistas, buscando su voto favorable o la abstención que es lo que le permitiría conseguir una mayoría estable.
Los primeros pasos tácticos ya han comenzado cediendo, por un lado, el PP la presidencia del Congreso a un representante socialista, mientras que, por otro lado, ha sido el PSOE el que ha movido ficha cediendo en el Senado su derecho por representatividad a dos partidos, ERC y Democràcia i Llibertat (antigua CDC), para que puedan formar grupo parlamentario. Unos partidos que por activa o pasiva han declarado su voluntad de romper España. Por otro lado, el cuarto invitado en cuestión, Podemos, se encuentra en el limbo generado por ellos mismos por su tozudez en no renunciar a un referéndum sobre la independencia donde solo una parte del electorado decidiría sobre el todo.
Sin duda, una de las frases más repetidas en los últimos días entre los líderes políticos ha sido el cómo interpretar los resultados electorales y, por tanto, la voluntad del votante según los intereses de cada uno, apropiándose o manipulando hasta la saciedad de la voluntad del ciudadano sin poder de réplica.
La experiencia nos dice a priori que el conjunto de impresiones y sensaciones que estamos captando, al menos en las iniciativas tomadas por el PSOE, son arriesgadas y van en contra del sentido común
Esta táctica, usada por la mayoría, resulta efectiva cuanto más repetitiva aunque su objetivo no sea otro que esconder la realidad numérica sobre todo entre los partidos perdedores. Está visto que ante esta opción tan demagógica no nos queda otra que aceptar los resultados interpretados por nuestros líderes mediáticos y bajar la cabeza ante tan ilustres pensadores o rebelarnos ante tan absurda justificación proponiendo y publicando nuestra mejor opción. Ello pasa por utilizar el método empírico. Una doctrina basada en que la fuente del conocimiento humano es la experiencia, y esta nos dice a priori que el conjunto de impresiones y sensaciones que estamos captando, al menos en las iniciativas tomadas por el PSOE, son arriesgadas y van en contra del sentido común. La última encuesta sobre intención de voto publicada por El País va en consonancia con lo propuesto.
Muchos tenemos el convencimiento histórico de que la mayoría de la ciudadanía española, al menos desde la época de la Transición, siempre ha sido mayoritariamente progresista y de izquierdas, y sabemos también que cuando gobierna un partido conservador no es gracias a sus méritos sino al fracaso de las propuestas presentadas por los partidos progresistas. En base a este convencimiento creo que la razón y la experiencia indican que el PP debe gobernar porque la mayoría de los españoles le han otorgado esa confianza. A su vez, debe de pactar con la oposición un programa de gobierno que satisfaga los intereses de la clase trabajadora y que propicien un cambio de rumbo en la situación económica, social y educativa de este país. Parece ser que tras las últimas declaraciones presentadas por el ministro Margallo esta es la línea que proponen. Otra cosa sería que la oferta propuesta por el PP fuese insuficiente para las expectativas socialistas.
El cargo y la credibilidad de Pedro Sánchez y de Miquel Iceta no va a ser cuestionada por su electorado porque finalmente pacte y se abstenga con la derecha a la hora de formar gobierno pues ya somos lo suficientemente maduros para entenderlo y valorarlo. Por el contrario, si utilizan el poder que se les ha otorgado con fines egoístas poniendo en juego los intereses generales de los españoles a costa de un beneficio partidista o personal, aquellos que algunos denominan instinto de supervivencia, entonces, quizás el objetivo que se busca lo habrán conseguido, pero no con nosotros.
Por todo ello, entiendo que lo que hemos de exigirles no es su autoafirmación diaria de sentirnos progresistas y defensores de la izquierda en base a enviar constantes mensajes de que a la 'derechona', ni agua. Se les ha votado para ser líderes de un partido y de una militancia que ante todo está al servicio del bien común de todos los españoles, incluso de los que no nos votan.
No es cuestión de ser generosos, simplemente es actuar como políticos con experiencia y por lo tanto con conocimiento, empezando por la defensa de la Constitución y la soberanía del conjunto de los españoles frente a la avaricia que los separatistas ponen al servicio de la derecha catalana.