El pacto in extremis que ha llevado a la presidencia de la Generalitat a Carles Puigdemont, un personaje que ya tiene muchas cosas que aclarar respecto a su currículum y sus negocios, es una manifestación de la resistencia a soltar el poder de un movimiento nacional que se ha convertido en un régimen con graves carencias democráticas, decadente, pero con una cohorte de paniaguados que se aferran al poder a cualquier precio. Me refiero al entramado social que vive de la subvención y que tiene en los medios de comunicación su núcleo duro.
Puigdemont es un ejemplo paradigmático de este mundillo que no busca tanto la independencia como el usufructo del poder para mantener su entramado de intereses
Puigdemont es un ejemplo paradigmático de este mundillo que no busca tanto la independencia, saben que no es un objetivo alcanzable a corto y medio plazo, como el usufructo del poder para mantener su entramado de intereses. Para ello es imprescindible mantener la zanahoria del procés sin parar en los costes de todo tipo que ello genera a los catalanes que no viven del dinero repartido por el régimen, sean independentistas o no.
El procés se ha convertido en la gran coartada para preservar la cohesión, someter a los discrepantes, incluidos los de las propias filas, y mantener bien alimentados a las terminales mediáticas y sociales del régimen.
Poco a poco se van produciendo grietas en el conglomerado, como les ocurre a los regímenes en decadencia, pero en estas circunstancias de debilidad nunca deben menospreciarse decisiones desesperadas que provoquen confrontación.
Por ello es más necesario que nunca mantener la lucha política y no dejarse embaucar con decisiones aparentemente de moderación, como la renuncia a la DUI, o la voluntad de prolongar la legislatura más allá de los 18 meses inicalmente previstos en la denominada hoja de ruta.
Porque lo que realmente perjudica a los catalanes, todos los catalanes, es mantener un procés que malgasta recursos en promover la independencia y ocupa el Parlament en proyectos legislativos sin viabilidad y al nuevo gobierno --ya nadie se atreve a llamarlo "de los mejores"-- en actividades propagandísticas ajenas al interés general.
Hoy podemos afirmar que "el procés nos roba". Nos roba la solvencia como país, nos roba la convivencia, la dignidad de nuestras instituciones de autogobierno
Hoy podemos afirmar que "el procés nos roba". Nos roba la solvencia como país, nos roba la convivencia, la dignidad de nuestras instituciones de autogobierno. Nos roba inversiones, empresas y, por tanto, puestos de trabajo. Nos quiere robar nuestra condición de europeos, nuestras señas de identidad de sociedad emprendedora, bilingüe, dialogante y abierta. Nos roba derechos y libertades individuales, la tranquilidad de una sociedad que quiere progresar y no perderse en batallas ideológicas fraticidas.
No es el momento de relajarse y conformarse en vivir en un país que día a día pierde oportunidades. No podemos resignarnos a no cambiar una dinámica política suicida. El mundo nos mira, pero nos mira mal. Los corresponsales extranjeros se quejan de presiones. La prensa internacional critica sin tapujos la deriva política. En estas circunstancias no caben políticas de contentamiento que permitan reponer fuerzas a quienes sólo frenan sus deseos de ruptura por su evidente carencia de fuerza suficiente para hacer realidad sus delirios.
A los catalanes nos toca mantener la oposición al régimen y hacer pedagogía entre los abducidos por el paraíso terrenal que les han prometido. Y a nivel de toda España toca llegar a los acuerdos necesarios para implementar políticas que mejoren y hagan más transparente el funcionamiento del Estado, permitan seguir creando riqueza y repartiéndola mejor, y acerquen las instituciones públicas al conjunto de ciudadanos.