En casa de mis padres, en un armario del office que separa la cocina del comedor, hay una libreta vieja marrón de hojas casi transparentes escritas con una letra cervantina con originales florituras, que reconozco como la de mi abuela.
Mi abuela nació en el año 1913 en el barrio de Vegueta de Las Palmas de Gran Canaria. En aquel entonces, en las grandes casas coloniales se respiraba una profunda tradición culinaria y las señoras competían entre sí por destacar en las reuniones sociales. El tiempo tenía otra cadencia y la oferta limitada de actividades hacía que las clases de cocina fueran una institución. Conservo el carnet de mi abuela de clases de cocina y recuerdo su dedicación y tiempo para anotar recetas en la libreta de piel que ataba con una cinta.
Las recetas que obtenían el estatus de pasar a formar parte de las elegidas se convertían en un activo familiar que debía mantenerse en secreto y que solamente se transmitía a las hijas y a las nueras
Las recetas que obtenían el estatus de pasar a formar parte de las elegidas se convertían en un activo familiar que debía mantenerse en secreto y que solamente se transmitía a las hijas y a las nueras. El género masculino vivía entonces alejado de los fogones y ni siquiera podía mostrar interés en una actividad que entonces era exclusiva de las señoras. Las recetas se heredaban cocinando y compartiendo trucos que nunca saldrían del círculo más directo. Con poco detalle e incluso alguna errata, una receta podía enviarse como ofrenda a alguna prima, pero era excepcional y de forma sutil se procuraba que nunca les quedase como en casa.
Guardo en mi recuerdo exquisitos almuerzos y cenas diarias de dos platos y postres variados como la merienda de chocolate, la tarta chumba, la leche frita; meriendas interminables de sándwiches de tomate, de gambas, pechugas a la villaroy, medialunas calientes de jamón y queso, y pasteles y postres, que hicieron a mi abuela famosa en mi colegio.
Cuando ya tuve edad para interesarme por la cocina, mis mejores amigas y sus madres me pedían recetas de mi abuela y me costaba entender por qué me prohibía compartirlas. Se ponía muy seria y, protegiendo el legado, me decía que esas recetas eran el resultado de siglos de tradición familiar y que si todo el mundo tuviera acceso, su labor dejaría de ser especial: “Cuando una amiga te la pida, tú le preparas el postre pero no le das la receta”.
Así lo hago. Cuando mi amiga Manuela me nombra la crema de limón, un postre muy especial por las generaciones que lleva en la familia, se lo envío a casa para que disfrute de su textura suave y su punto de equilibrio de acidez y dulzura. Los poderes de esta receta yo los he experimentado, la crema de limón de mi abuela reduce el estrés y ayuda a mejorar el estado de ánimo y el descanso.
En épocas tan convulsas políticamente, un gran festín de Babette con los miembros del Parlament, los del Congreso e incluso la Realeza, sin duda podría ser una vía para la solución de conflictos que entran en un callejón sin salida
En Navidad, desde hace unos años, les envío a mis mejores amigas un pastel como muestra de cariño y de confianza porque la comida une. En épocas tan convulsas políticamente, un gran festín de Babette con los miembros del Parlament, los del Congreso e incluso la Realeza, sin duda podría ser una vía para la solución de conflictos que entran en un callejón sin salida, aunque para ello necesitamos educación, predisposición, a Babette y un premio de lotería.
Mi abuela no conoció internet, murió en 1995, cuando todavía ni siquiera teníamos e-mail. Estoy segura de que le hubiese apasionado entrar en las páginas de gastronomía y encontrar sorpresas culinarias que nunca hubiese imaginado. Además de ver cómo se comparte de forma masiva y gratuita una información tan valiosa, incluso con vídeos tutoriales que muestran paso a paso la elaboración de un plato, con el único interés de comunicar, compartir y conseguir un like o una valoración.
Afortunadamente el tiempo ha demostrado que los hombres también pueden cocinar, e incluso cuando se trata de estrellas Michelin, como en los puestos ejecutivos, ellos cogen las riendas. Y cuando un restaurante consigue una estrella, su facturación inmediatamente se duplica, además de convertirse en visita obligada para los que quieren estar a la última en todo.
La cocina ha subido a un nivel superior, los grandes chefs se han convertido en estrellas del firmamento, los programas de cocina como Masterchef han conseguido audiencias que superan los 5 millones de espectadores, y el turismo gastronómico ha puesto en el mapa localidades hasta entonces desconocidas.
Sin embargo, lo que a mí más me sorprende es la generosidad del desconocido, de aquellas personas que a cambio de nada dedican tiempo y conocimientos a compartir información por internet y en la cocina son muchos los que de forma desinteresada participan colgando recetas y consejos.
Lo que a mí más me sorprende es la generosidad del desconocido, de aquellas personas que a cambio de nada dedican tiempo y conocimientos a compartir información por internet
Los premios Saveur 2015 seleccionaron de 50.000 blogs los 78 mejores en 13 categorías y el blog ganador fue 'My name is Yeh', que cuenta historias y fotos de viajes en torno a recetas que pretenden inspirar a los lectores, otro blog que debo recomendar es 'Apt 2B Baking Co.', de Yossy Arefi, un fotógrafo y repostero de Brooklyn que escribe libros de recetas.
Como no puedo compartir las mejores recetas de mi abuela porque son de mi madre, os regalaré la mejor receta que yo he conseguido y que cumple varias características básicas para que forme parte de mi repertorio: es exquisita, se hace en pocos minutos y tiene chocolate. La conseguí hace 10 años en un café de Anacapri y me la dio personalmente una auténtica nonna italiana. La señora debía tener unos 80 años, salió de la cocina y en italiano me regaló verbalmente una gran receta que ha acompañado a mis hijos en su infancia y que como muestra de agradecimiento hacia todos los que me han regalado buenas recetas en Internet comparto con vosotros.
Pastel de Capri
Batir 250 gramos de azúcar con 250 gramos de mantequilla hasta que quede cremoso. Añadir 4 o 5 huevos lentamente sin dejar de batir, 300 gramos de almendras molidas y 250 gramos de chocolate negro derretido. Poner en el horno a 180 grados 45 minutos.
La libreta de mi abuela sigue en el office. Hace un año se me ocurrió pedírsela a mi madre para hacer fotocopias y no me la quiso dejar. Si le pido una receta concreta, mi madre me la envía inmediatamente por e-mail y se ofrece a venir a casa a prepararla, pero la libreta no sale de su casa ni en forma de fotocopias. Quizás porque tengo una editorial y sabe que llegará el momento en el que sus recetas verán la luz en forma de libro, ebook o en blog, pero lo cierto es que todavía yo no me atrevo a regalaros la receta de la crema de limón y el legado continúa.