Sabido es que una declaración de guerra se realiza mediante la publicación de un documento, donde se explicíta el casus belli. Una de las constantes provocaciones del nacionalcatalanismo desde que está en el poder ha sido el uso y abuso de esa locución latina. Recordemos, por ejemplo, la sonada advertencia que hizo Pujol el 4 de julio de 1996 a Aznar cuando a su ministro de Administraciones Públicas, Rajoy, se le ocurrió la posibilidad de aprobar, con premeditación, una ley de grandes ciudades con la complicidad del alcalde Maragall, entre otros. El magno poder de la autonomía estaba en juego, y el gran jefe de la famiglia no estaba dispuesto a ceder ni un milímetro de su omnímodo poder.

Cridas, brigadas, plataformas, grups de defensa, y tantos otros movimientos paralingüísticos han ido inoculando el virus de la identidad y el cancerígeno odio al invasor, hasta converger en la ANC

Desconozco si el uso nacionalista de esa locución se hace con el segundo y más laxo significado que le da el diccionario de la RAE: "Motivo que origina o puede originar cualquier conflicto o enfrentamiento", más que con el primero: "Causa o motivo de guerra". Aunque, si la lengua catalana es la pròpia de Cataluña, sólo cabe admitir la única acepción que incluye el diccionari de la GEC: "Designa l'esdeveniment que dóna motiu o pretext a una declaració de guerra". Un significado belicista en sentido estricto.

No es casualidad que uno de los fundamentos del nacionalcatalanismo sea el uso preciso de la lengua y, de manera más concreta, la elevación a los altares del saber y del poder universitario y de la enseñanza de la filología catalana, desde mediados de los años 70 del siglo XX. ¡Cómo olvidar la corte de estudiantes que acompañaba al il·lustre i gloriós Carles Castellanos, mártir en vida, por los pasillos de la UAB!

Cridas, brigadas, plataformas, grups de defensa, y tantos otros movimientos paralingüísticos han ido inoculando el virus de la identidad y el cancerígeno odio al diferente, hasta converger en la ANC con los filólogos Forcadell y Castellanos al frente. Por no hablar del proselitismo de los departamentos de filología y de traducción e interpretación, y de aquella subvencionada cantera de cachorros independentistas que ahora, treinta y tantos años más tarde, son conocidos y venerados prohombres y prodonas del entramado nacionalcatalanista en el poder.

Y de lengua y de odio al invasor sabe mucho Carles Puigdemont, formado en los mismos círculos y con los mismos fundamentos totalitarios. Luego no se extrañen que si el malvado Estado español intenta hacer algo para parar el procés, el nuevo president hable de casus belli a la catalana y no a la española. No estaría de más que el Gobierno central y el resto de partidos nacionales respondiesen en la misma lengua, en catalán, así sabríamos de qué están hablando.