Interesante experiencia la que ha sufrido el pueblo español a lo largo de este 2015. Después de haber superado una situación crítica, hasta 2011, provocada por la actuación de un gobierno mediocre dirigido por un primer ministro también mediocre, el sufrido pueblo español ha retirado una buena parte de su confianza a quien ha hecho posible la superación de la crisis y ha elegido para formar el Congreso Legislativo a una mayoría de partidos liderados por un grupo de jóvenes que en su mayoría lo mejor que se puede decir de ellos es que son tan mediocres como los gobernantes que nos condujeron a la crisis anterior, al bonito son del 'Flautista de Hamelin'.
La sociedad española es desconcertante a la hora de elegir a las personas que tienen que representarlos en las instituciones encargadas de dictar las leyes de convivencia
Lo interesante de esta experiencia, más allá de sus previsibles efectos catastróficos, es que no se produce en una nación insignificante, atrasada y por tanto manipulable. Se está produciendo en España, la cuarta potencia económica de Europa y una de las quince naciones más ricas y poderosas de un mundo compuesto por más de doscientos países y territorios autónomos que querrían encontrarse en nuestra situación.
España es una nación en la que la libertad, seguridad, economía y atenciones sociales y culturales han alcanzado unos niveles ni tan siquiera soñados por la inmensa mayoría de los países de este mundo y ha constituido una sociedad avanzada en la mayor parte de sus realizaciones.
Esta sociedad que se destaca en el mundo por la capacidad profesional, cultural, deportiva, empresarial y vivencial de sus miembros es sin embargo desconcertante a la hora de elegir a las personas que tienen que representarlos en las instituciones encargadas de dictar las leyes de convivencia.
Resulta complicado explicar por qué esta sociedad ha adoptado una posición tan hostil a su gobierno y ha preferido sustituirlo por un conjunto de aspirantes que durante sus campañas solo han transmitido argumentos vacuos cuando no sectarios, totalitarios y demagógicos, si es que se pueden llamar argumentos a las cosas que han ido emitiendo por sus bocas.
España, por su nivel de desarrollo, tendría que tener una administración y unas instituciones moderadas y hasta cierto punto aburridas, orientadas a la eficacia y eficiencia en sus actuaciones. Sin embargo, los españoles hemos elegido como administradores y representantes nuestros a unas personas que en una buena parte no tienen ni los conocimientos, ni las capacidades, ni los méritos para ocupar los puestos subalternos más bajos en las empresas e instituciones para las que tienen que dictar normas y leyes. Y, como es lógico, a falta de esas capacidades, su gestión se termina caracterizando por un conjunto de ocurrencias sectarias que lo único que consiguen es enfrentar a unos sectores de la sociedad con otros mientras que el resto se escurre buscando alternativas que eviten el efecto de esas ocurrencias.
España, por su nivel de desarrollo, tendría que tener una administración y unas instituciones moderadas y hasta cierto punto aburridas, orientadas a la eficacia y eficiencia en sus actuaciones
Tratando de encontrar una explicación al éxito que han tenido estos personajes en sus campañas, uno puede llegar a pensar que las motivaciones de los votantes tienen que estar relacionadas con sus aspiraciones inducidas por unos medios de comunicación activistas del cambio más que en los hechos contrastables y también más allá de que sus aspiraciones estén ya satisfechas o vayan más allá de lo que esos mismos votantes están dispuestos a implantar en sus vidas privadas.
Un ejemplo de esto último lo podemos encontrar en la aspiración lógica a que se erradique la corrupción de los políticos y sus partidos. En efecto, durante toda la campaña el tema de la corrupción se ha utilizado con gran eficacia como arma arrojadiza contra los casos habidos en uno de los partidos contendientes en las elecciones. Daba la sensación de que erradicando a ese partido de la vida política se libraría a la sociedad de esa lacra y se daría satisfacción a una de las aspiraciones sociales de las que se señalaban más arriba. Llegados a este punto cabría preguntarse si es que en los demás partidos no se han producido otros hechos de corrupción y, yendo más allá, si es que en esta sociedad el nivel de moralidad es tan alto que no puede soportar estos casos de corrupción. ¿Hay acaso alguien que pueda tirar la primera piedra?
Si la respuesta a estas preguntas no fuera positiva en todos los casos, nos encontraríamos con que quizás en lugar de argumentos arrojadizos lo que estaría esperando la sociedad serían propuestas de regeneración. Propuestas para facilitar una regeneración de los valores colectivos no solo para los políticos y los partidos sino fundamentalmente dirigidas a facilitar la regeneración de la sociedad de abajo a arriba de forma que, entonces sí, los electores tuvieran criterios fundados con los que exigir a políticos y partidos lo niveles morales que ellos mismos habrían alcanzado.
Afortunadamente España está en Europa y, de la misma manera en que las empresas y los profesionales han desarrollado su actividad adaptándose a estándares internacionales que han colocado a la economía española como la cuarta potencia del continente, parece razonable pensar que el comportamiento de la sociedad homologada con los niveles de sus compatriotas europeos termine forzando a sus instituciones y representantes a que se homologuen con sus contrapartes europeas.