Si continúa presidiendo el Gobierno, que no es en absoluto descartable, Mariano Rajoy podrá sacar pecho ante sus colegas europeos porque ha logrado salir vivo de unas elecciones muy difíciles después de una dura legislatura de recortes y austeridad.
Los estrategas del PP han conseguido vender su gestión de gobierno con suficiente habilidad como para mantener la fidelidad de votos en amplias zonas del país.
Ha perdido el 34% de los escaños, es cierto, pero el segundo partido, el de los socialistas, se ha dejado casi el 20% sin haber gobernado. O sea, que desde ese punto de vista, el de salvar los muebles --sus muebles-- el Partido Popular ha obtenido una victoria más que respetable.
Otra cosa es que la política que ha aplicado durante estos años haya generado un malestar entre la población que se ha plasmado en el triunfo de Podemos, el gran vencedor de estos comicios. Lo es de forma clara. Comparar los resultados del partido de Pablo Iglesias con lo que anunciaban las encuestas es hacer trampa. Podemos partía de cero y en una sola convocatoria se ha convertido en el segundo partido en apoyo popular y el tercero en diputados.
Es un efecto colateral de la gestión del PP y de su estrategia electoral, muy enfocada a castigar a los socialistas. Y de eso Rajoy no podrá presumir en Bruselas o Berlín porque en España ha crecido una alternativa seria que cuestiona claramente las políticas comunitarias, como hace Syriza. El PP ha querido presentar a Pedro Sánchez como el Alexis Tsipras español cuando sabía que en realidad no era él, sino otro.
Desde el punto de vista de la derecha europea, el PP no ha podido impedir --quizá lo ha fomentado, como ha ocurrido con el soberanismo catalán-- que cinco millones de españoles apoyen a un partido a la izquierda de la socialdemocracia, en línea con el que gobierna Grecia.