No llueve y, sin embargo, corren aguas sucias por las alcantarillas del foro madrileño. No se entiende muy bien la actitud del presidente Mariano Rajoy. La actitud referente a la guerra contra el yihadismo, ni la actitud referente a los debates. Muchas opiniones. Algunas interesadas. En su propio partido, el PP, también. El grupo o ‘banda’ de Aznar está que muerde. No lo quieren ver ni en campaña. El de Aguirre se defiende a mamporro sucio al ver que son defenestrados del poder del partido. Cifuentes hará limpieza, que falta hace.
Las aguas del arroyo madrileño bajan bravías porque no entienden la postura de Rajoy. De no mojarse. No se moja ni debajo de la ducha, pues todo el mundo sabe que se ducha con chubasquero
Pero además, las aguas del arroyo madrileño bajan bravías. Porque no entienden la postura de Rajoy. De no mojarse. No se moja ni debajo de la ducha, pues todo el mundo sabe que se ducha con chubasquero. Así, ya puede el Hollande suplicar ayuda. Que grite lo que quiera. No hay respuesta. Este año, no. El próximo... ya veremos, tras contar. Que estos españoles son muy raros y lo mismo votan a otro. Se ha paseado por París estos pasados días, pero no se fijó dónde estaba el Arco de Triunfo. Hollande lo iba a cruzar y Rajoy lo rodeaba. Nada de coincidir. Sí, hombre, me pide tropas y ¿qué hago? Se decía Mariano a sí mismo. No saludando, no pide. A Navidad. Que espere a Navidad. Y si me felicita, --eso demostraría que he ganado-- lo mismo le hago un regalito. Pero ahora , no.
La indefinición de Rajoy altera los nervios de los franceses. Sólo ha hecho una llamada. La noche del 13 y ya está. No tiene tiempo. El fútbol le ocupa. Ya lo dijo como justificante de no acudir a los debates. Que tampoco va. Ahí voy a ir, para que me sacudan, piensa. No tengo nada que ganar y sí mucho que perder. Me sacarían los colores y yo ya no estoy para eso, se dice todas las noches Mariano.
En algunos cenáculos madrileños se le trata de cobarde. Pero Mariano tiene coraza. Va con los suyos, solo con los suyos, solo con sus fieles, a la batalla electoral
Ni ayuda a Francia con soldados, ni debate para complacer a sus adversarios, si no enemigos. ¿Miedo a perder las elecciones? Algo de eso hay. Por ello en algunos cenáculos madrileños se le trata de cobarde. Pero Mariano tiene coraza. Va con los suyos, solo con los suyos, solo con sus fieles, a la batalla electoral. Y a paso lento. Cuanto más prisa, peor, porque llega Navidad. Se termina el año. Regalos. Cava, digo champán, --no sé en qué estoy pensando--. Y a lo peor me echan de Moncloa. Pues aprovechemos estos días que nos quedan. Que me critican los líderes de los demás partidos, que lo hagan. Me escondo cuando quiero, faltaría más.
¿Y la imagen de España? ¿Eso qué es?, se pregunta Mariano. Ambigüedad, inseguridad, dudas, indecisión. De todo se le puede acusar al presidente, pero él sigue sin mojarse. A debatir manda a Soraya, para que se curta. Por si el Albert no me quiere de presidente. Pues ponemos a Soraya. ¿Cómo? No tan rápido. Es conocer poco a Mariano pensar que dejaría así de fácil la presidencia. Ni soñarlo. Mariano se agarraría al poder como una lapa. No se va de Moncloa ni a puntapiés. ¿Y si hay que pactar? Uf, Dios mío. Nos darán las uvas, pero del año siguiente. Aburrirá a sus interlocutores y lo dejarán solo. Aburridos se irán. Por no aguantar ese martirio, que gobierne solo. Si el resultado final se parece a lo que pronostican las encuestas nos espera una larga travesía del desierto. Y los cobardes son los que llegan a la otra orilla. Allí nos vemos.