Los historiadores nacionalcatalanes, docentes incluidos, suelen referirse al Santo Oficio como la Inquisición 'española', con todo lo que ello conlleva de 'Estado español' (sic), histórica y genéticamente represor. Cuando en 1640 Cataluña (mejor dicho la Generalitat y una parte de Cataluña) se enfrentó a España (precisemos, a la Monarquía de Felipe IV y sus ejércitos), uno de los principales ideólogos de aquel desastroso proceso, Gaspar Sala, afirmó en su 'Proclamación católica' que si algo distinguía al catalán era su ortodoxo e inquisitorial catolicismo: "Por los catalanes goza España el santo Tribunal de la Inquisición, y fue su primer Inquisidor el santo Catalán Raymundo de Peñafort, a cuya instancia se erigió en la ciudad de Lérida, antes que en otra ciudad de España".
Nadie debe extrañarse que Gaspar Sala sea, hoy día, uno de los padres de la patria, o como mínimo de la tradición catalana. Tanta devoción despierta entre el nacionalcatalanismo que, en 2003, distinguidos historiadores publicaron un fetichista, carísimo y elitista facsímil junto a la primera traducción al catalán de dicha Proclamación.
Cuando, en enero de 1641, la Generalitat firmó la concordia con Luis XIII por la cual Cataluña pasaba a depender de Francia, en uno de los puntos se reivindicó la continuidad de la Inquisición
No es posible seguir al pie de la letra a Sala y afirmar que los catalanes fueron los únicos fundadores de la Inquisición. Sin embargo, hay hechos que aún no se han explicado bien y que necesitarían de una investigación seria y rigurosa. Cuando, en enero de 1641, la Generalitat firmó la concordia con Luis XIII por la cual Cataluña pasaba a depender de Francia, en uno de los puntos se reivindicó la continuidad de la Inquisición. Eso sí, un Santo Oficio que sólo entendiera en materias de fe, que fuese respetuoso con las leyes catalanas y cuyos inquisidores fueran únicamente catalanes.
Es todavía un misterio por qué la Generalitat no echó a los inquisidores que eran castellanos hasta septiembre de 1643, y por qué dejó escapar la oportunidad de abolir el tribunal. Tal vez no lo hicieron porque --como había defendido Sala-- la Inquisición era un signo de la identidad catalana. O quizás no quisieron romper todos los vínculos con la monarquía de Felipe IV, en concreto uno de los más fundamentales: la providencial catolicidad española, diferente del cristianismo regio francés.
Tampoco nadie se ha de rasgar las vestiduras cuando se recuerde que Francesc Martí Viladamor, uno de los principales ideólogos de la revuelta catalana de 1640 y activista de la unión con Francia, escribió en 1641 que "soy español, aunque por catalán vengo a ser un español de Francia". No hay ninguna paradoja encerrada en esa afirmación, es todo más sencillo. Como tampoco la hubo en aquel debate de hace un par de meses entre Margallo y Junqueras, cuando éste sin sonrojo alguno afirmó que los catalanes aunque se independizase Cataluña seguirían conservando la nacionalidad española.
Parece lo contrario pero la historia nunca se repite, sí hay similitudes, sobre todo en las tragedias y en los disparates. Tampoco ha de extrañar que haya religiones que crean firmemente en la reencarnación o en el libertador destino de los pueblos. Aunque con dogmas nacionales por medio, tanta repetición da que pensar.