No debería haber dudas de que la mayor riqueza de los pueblos es el saber de sus habitantes y su honradez, la cual siempre es desinteresada. Un saber ‘honrado’ no manipula ni compite para humillar o aplastar, sino para compartir con afecto e ilusión, y desvelar la realidad tal y como es. Decía Descartes que el sentido común es la cosa mejor repartida del mundo, porque nadie quiere tener más del que tiene. Pero en una sociedad, lo que a todos nos conviene es la mejor distribución ciudadana de la capacidad de pensar y del uso de la razón. La riqueza personal se multiplica entonces.

Para algunos, el activismo resulta un modo de encarnar el buenismo, 'una forma refinada de consumismo para bienintencionados'

Sería conveniente que los universitarios fueran garantía de sentido de responsabilidad y supieran hacerse cargo de la complejidad de las cuestiones. Aunque no se intervenga en las primeras líneas de la política, nadie, y acaso menos que nadie los universitarios, debería mostrar resignación a la prepotencia; de cualquier tipo: ya sea intelectual, física o económica. Hace poco, el profesor y ensayista Daniel Innerarity se ha referido a la ‘indignación’ como una virtud cívica necesaria pero insuficiente. Habría que darle cauce con eficacia, palabra clave. Para algunos, el activismo resulta un modo de encarnar el buenismo, “una forma refinada de consumismo para bienintencionados”. La pose de quienes pretenden ocupar el lugar de ‘buenos’ de profesión en nuestro pesebre social, un estatus. Pero ni el papel de indignado ni el de víctima le convierte a uno en políticamente infalible, tampoco fiable.

El 16 de noviembre hará veinte años que la UNESCO aprobó una Declaración de Principios sobre la Tolerancia. Poco después, la ONU estableció esa fecha como Día Internacional de la Tolerancia. Su actual secretario general, Ban Ki-moon, hace con motivo de tal jornada “un llamamiento a todos los pueblos y gobiernos para que combatan activamente el miedo, el odio y el extremismo con el diálogo, la comprensión y el respeto mutuo. Luchemos contra las fuerzas de la división y unámonos en pos de nuestro futuro común”.

Hay términos que penetran en el lenguaje común y otros que no: así, Ibarretxe habló del ‘derecho a ser’ y del ‘derecho a decidir’, este último, un eufemismo del derecho a la secesión o a la autodeterminación, ha prosperado especialmente en Cataluña

En España la Asociación por la Tolerancia, junto con la Fundación de Víctimas del Terrorismo, conmemora esta efeméride desde hace 14 años con un ciclo cinematográfico. En Barcelona, y con entrada gratis, este 7 de noviembre fueron proyectadas dos películas en el cine Méliès: 'Negociador' y '‘71'. Entre medio hubo un coloquio sobre nacionalismo y lenguaje, con el profesor Manuel Montero, ex rector de la Universidad del País Vasco, y el periodista y economista Santiago González.

Se mencionó que desde que la cúpula de ETA fue descabezada en Bidart, en 1992, los comunicados etarras renunciaron a su Euskadi nominal para poner Euskal Herria. Este término es el que asumen ahora todos los nacionalistas. El de Euskadi, de Sabino Arana, es ahora el empleado por los ‘españolistas'. Y el de País Vasco queda para los historiadores, según señaló González. Hay términos que penetran en el lenguaje común y otros que no: así, Ibarretxe habló del ‘derecho a ser’ y del ‘derecho a decidir’, este último, un eufemismo del derecho a la secesión o a la autodeterminación, ha prosperado especialmente en Cataluña. En ‘procés’ se ha quedado el antiguo ‘proceso de paz’ vasco; un bien en sí mismo que significaba negociar contrapartidas para el alto el fuego terrorista. Siempre el chapapote de la confusión.

Montero aludió a lo que los separatistas vascos llaman la ‘Navarra marítima’, al cinismo de hablar de ‘persuasión armada’ o a la petición de que ETA fuese ‘creativa en el desarme’; formulada por un mediador internacional, un increíble mentecato. Vaciedad de vaciedades, lugar donde todos parecemos hacernos tontos.