Mucho se ha escrito y hablado sobre el adoctrinamiento político que sufren los niños catalanes, y, evidentemente, este tipo de disyuntivas son desmentidas por unos y sostenidas por otros, que manifestamos la realidad de un hecho cierto e indubitado. El devenir cotidiano de cualquier escuela es un espacio cerrado, porque en el aula sólo están el profesor y los alumnos, y por tanto, lo que ocurre y lo que se dice en esa estancia sólo podemos saberlo directamente por el testimonio de nuestros propios hijos, sobrinos o hijos de amigos.
Me voy a limitar a exponer en este artículo tres ejemplos de mi entorno familiar, para que el lector constate la triste realidad de la escuela pública y concertada catalana. Y, como es lógico, no menciono el nombre del colegio, para evitar posible represalias sobre unos menores que no son culpables de nada sino que son víctimas de una planificación ideológica a la que se ven sometidos.
Los alumnos cuyos trabajos abogaban por la independencia de Cataluña recibieron el aprobado, y los pocos que se atrevieron a afirmar que la independencia no era conveniente para Cataluña obtuvieron una mala calificación
Primer ejemplo. La profesora estaba explicando en clase que Cataluña es una "nación"; mi sobrino levantó la mano y la profesora le da la palabra: "Con todos los respetos, señora, le recuerdo que Cataluña es una región de España". La reacción de la maestra fué fulminante: fue expulsado de clase y posteriormente desposeído de sus responsabilidades como delegado de curso, cargo que es otorgado en votación democrática entre los compañeros de la clase. Supongo que la profesora consideró que un alumno que tenía esa opinión sobre Cataluña no era "digno representante" de sus compañeros.
Segundo ejemplo. El profesor encarga a los alumnos un trabajo de dos o tres páginas que describa las ventajas y los inconvenientes de una Cataluña independiente, y que incluya en sus conclusiones si la independencia sería buena o no para Cataluña. Durante la clase se planteó un debate previo en el que los alumnos que manifestaban opiniones proclives a la independencia conseguían la aquiescencia del profesor, mientras que los alumnos que manifestaban una opinión contraria obtenían la respuesta del maestro, siempre en forma de réplica explicativa de que su opinión era errónea. Al día siguiente, los alumnos cuyos trabajos abogaban por la independencia de Cataluña recibieron el aprobado, y los pocos alumnos que se atrevieron a afirmar que la independencia no era conveniente para Cataluña obtuvieron una mala calificación.
Tercer ejemplo. Este lo he visto con mis propios ojos hace tres años en el comedor de una escuela pública en el que estaba expuesta una pancarta de unos ocho metros de largo por un metro de ancho, que cubría toda la pared, en la que ponía: "Proclamem la independència ja". Debo de reconocer que la visión de esa pancarta en esa estancia me recordaba los comedores de las granjas y de las fábricas soviéticas, en las que los sufridos trabajadores no podían librarse de los eslóganes políticos mientras tenían unos momentos de asueto para comer.
Un cuarto ejemplo ajeno a mi entorno familiar. Se refiere a la Escola Jacint Verdaguer de Tárrega, en la que mediante un escrito dirigido a los padres se les recomendaba que vistiesen a sus hijos con camisetas de la estelada el último día lectivo de curso.
Mediante un escrito dirigido a los padres se les recomendaba que vistiesen a sus hijos con camisetas de la estelada el último día lectivo de curso
Esta lamentable realidad es la prueba evidente de que las nuevas generaciones de catalanes están programadas ideológicamente en el odio contra España y contra todo lo español, preparando a futuros ciudadanos que, cuando consigan la edad que les permite votar en comicios electorales, decanten su voto básicamente hacia las Candidaturas de Unitat Popular (CUP), que son hijas de la escuela catalana, tanto en sus integrantes como en sus votantes, que tienen edades que oscilan generalmente entre 18 y 40 años.
En las pasadas elecciones autonómicas del 27 de septiembre, el voto separatista consiguió más de un 47% de sufragios, y es evidente que, si la escuela pública y gran parte de la concertada siguen en la misma línea de convertirse en cantera de independentistas, ese porcentaje irá subiendo inexorablemente, conforme los mayores de 18 años se incorporen en los procesos electorales. Tampoco debemos de olvidar que, a partir de ahora, todas las elecciones generales, autonómicas y municipales, serán plebiscitarias, y por tanto tarde o temprano, a bien seguro, las candidaturas separatistas conseguirán un porcentaje superior al 51% de los votos. Cuando llegue ese día, el Gobierno central se verá enfrentado a un serio problema, la comunidad internacional cambiará su criterio, que necesariamente será favorable a una mayoría real de los catalanes y Cataluña estará irremediablemente perdida.