La historia nos tiene acostumbrados a que con demasiada frecuencia, cuando alguien con cierto reconocimiento público es llamado por los tribunales para declarar por imputación de un delito, o ingresa en la cárcel, un número más o menos importante de personas lo acompañan hasta las puertas del recinto, y no precisamente amigos íntimos ni familiares, sino gentes de su entorno profesional o artístico. A eso, los periodistas le llaman arropar, que según el diccionario significa cubrir o tapar a una persona con algo para protegerla, resguardarla o para favorecerla.
Por lo que se ve, a los arropadores les da lo mismo cuáles sean las causas esgrimidas por los tribunales para llevar a juicio a alguien: el fenómeno siempre se repite.
Por lo que se ve, a los arropadores les da lo mismo cuáles sean las causas esgrimidas por los tribunales para llevar a juicio a alguien: el fenómeno siempre se repite
En las noticias de estos días, miembros del gobierno y personas con cargos Administrativos arropan a Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau cuando acuden a declarar como imputados al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. El presidente de la Generalitat, la ex vicepresidenta y la consejera de Educación están acusados de cuatro delitos por la Fiscalía por su actuación en la organización de la consulta del 9 de noviembre pasado: desobediencia, prevaricación, malversación y obstrucción a la Justicia, que implican penas que van desde los seis meses a los 10 años de inhabilitación y prisión de tres a seis años, en el caso de la malversación.
Pero lo nuestro no es especial y ocurre como mínimo en todo el territorio español y abarca cualquier ideología. Así que se trata de un comportamiento humano, posiblemente de carácter cultural que debe tener sus raíces más profundas en los tiempos ancestrales de cuando nos movíamos por el planeta como tribus enfrentadas. A poco que alguien dedique un poco de tiempo a buscar en la hemeroteca, nos aparece sistemáticamente el arropamiento, como guinda a muy variadas tipologías de imputaciones y como un carácter diferencial muy propio.
En abril de 2004, Sortu convocó una concentración ante el Tribunal Superior de Justicia para arropar a su líder, Hasier Arraiz, que debía declarar por presuntos delitos de enaltecimiento del terrorismo y de humillación a las víctimas. Aunque parezca extraño, hubo gente que fue.
Pero para que vean que el fenómeno no es solo político cabe recordar a Del Nido, cuando en diciembre de 2013, condenado por corrupto, dejó la presidencia del equipo de fútbol del Sevilla entre aplausos. También nos viene a la memoria el soporte popular dado a las cantantes, a la Pantoja por blanqueo de capitales o a Lola Flores por evadir impuestos.
El arropamiento de Mas, Ortega y Rigau me ha recordado a lo que ocurrió en abril de 2013, cuando el diputado de CiU en el Parlament Oriol Pujol llegó al Palacio de Justicia de Barcelona para declarar por su presunta implicación en el caso de las ITV arropado de la cúpula de CDC. Oriol Pujol llegó flanqueado por el secretario de organización de CDC, Josep Rull; el presidente de CiU en el Parlament, Jordi Turull; el vicesecretario de coordinación institucional, Lluís Corominas, y el coordinador de régimen interno de CDC, Francesc Sánchez.
Todo queda en familia, por eso se parece a cuando la infanta Cristina, en febrero de 2012, viajó a Palma con su marido, Iñaki Urdangairin, para arroparle en su declaración ante el juez José Castro, por un supuesto desvío de 5,8 millones de euros de fondos públicos a través del Instituto Nóos, un organismo sin ánimo de lucro que presidió.
Recordemos también que en mayo de 2009 el presidente del Consell y líder del PP valenciano, Francisco Camps, no estuvo solo en su declaración en el Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana, ya que militantes del partido se organizaron para acudir a las diez de la mañana a la sede judicial para arroparlo. De entre las noticias sacamos además que como tuvieron que declarar tanto el secretario regional del PP, Ricardo Costa, como el jefe del Consell, Francisco Camps, ambos aprovecharon para cenar juntos. No fue un encuentro en soledad, lo hicieron rodeados de cargos y compañeros del partido en la tradicional cena que todos los años reúne a los miembros de la comisión de Sanidad del PP.
Uno de los mayores arropados “por todo un pueblo” fue Jordi Pujol, maestro de muchos de los que hoy se manifiestan a las puertas del tribunal de justicia
También en las noticias nos enteramos que en esta cena fueron inevitables las muestras de apoyo. Tanto Rus como Cervera respaldaron la actuación de Costa y Camps. El conseller de Sanidad dijo que el líder del PP "era el mejor presidente del mundo". Unas palabras respondidas con aplausos con el auditorio puesto en pie. En su discurso, Camps realizó un llamamiento a la movilización de cara a las europeas. Una cena que le sirvió al presidente para evadirse por unas horas de su declaración ante el magistrado del Tribunal Superior de Justicia José Flors.
Ya saben que esto del arropamiento viene de antiguo y casos no nos faltan. En septiembre de 1998, la cúpula y dirigentes históricos del socialismo español arroparon a su ex ministro de Interior, José Barrionuevo, quien ingresó a la cárcel para cumplir condena por secuestro y malversación de fondos. El ex presidente del gobierno y ex secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Felipe González, fue el último en despedir a Barrionuevo y al ex secretario de Estado de Seguridad, Rafael Vera, también encarcelado. González, que gobernó de 1982 a 1996, abrazó en la puerta de la prisión a sus dos antiguos colaboradores.
Pero sin dudar a dudas, uno de los mayores arropados “por todo un pueblo” fue Jordi Pujol, maestro de muchos de los que hoy se manifiestan a las puertas del tribunal de justicia. Jordi Pujol fue acusado en el caso Banca Catalana, junto con otros dirigentes de la entidad, por apropiación indebida, falsedad en documento mercantil y maquinación para alterar el precio de las cosas. Aunque la querella acabó desestimada pese a las irregularidades denunciadas por los fiscales, nos queda la duda treinta y cuatro años después, sobre la procedencia del dinero escondido por Pujol en Andorra y del enriquecimiento ilícito de toda su familia.
Entiendo a los arropadores del entorno próximo al imputado que ostenta el poder y me sugiere que en ocasiones salen beneficiados de ello sin correr los mismos riesgos, pero me cuesta más entender a los que no tienen nada que ganar. ¿Por qué será que nos gusta arropar a los corruptos y seguirlos votando para mantenerlos en el poder? ¿Qué extraña identificación se establece entre el ciudadano de a pie con los malhechores de guante blanco, los corruptos, los engañadores y los desafiadores que juegan a la cuerda floja enfrentándose a la ley? Dicen que es la identificación psicológica que se establece con la víctima, pero me huele que hay más razones. ¿Quizás existe una admiración irracional por quien ostenta el poder y se aprovecha de él para sus propios intereses personales o partidistas?
Lo cierto es que en esto no hemos cambiado nada: cuando hoy se juzga, se arropa igual que ayer.