Bernard Manin fue el primer autor en introducir el concepto de “democracia de audiencias”. Con el mismo, Manin pretendía hacer alusión al tipo de democracia surgida a partir de finales del siglo XX, caracterizada por el aumento interrelacional entre el sistema político democrático y el modelo de las audiencias televisivas. Según el propio autor, tras el parlamentarismo dominante en el siglo XIX y el sistema de partidos de masas característico del siglo XX, el nuevo siglo XXI viene marcado por esta “democracia de audiencias”.
Los líderes políticos adquieren, paulatinamente, más notoriedad, mientras que otros elementos, como el programa o el ideario, se tornan secundarios
Diversos son los factores que explican este creciente fenómeno y sus consecuencias. En primer lugar, la crisis ideológica. En el marco de los factores políticos, la crisis ha propiciado el denominado adelgazamiento de los partidos, sugerido ya en su día por Weber, y el consiguiente abandono o renuncia a parte de sus ideales o propuestas políticas. Como consecuencia directa, los líderes adquieren, paulatinamente, más notoriedad, mientras que otros elementos, como el programa o el ideario, se tornan secundarios. Ello provoca que la militancia pierda su rol dentro del partido y que la élite del mismo acabe por distanciarse de ellos y de sus propios electores, ya que es el mismo Estado el que se convierte en transmisor de los mensajes partidistas a estos últimos.
En segundo lugar, el votante es concebido como una audiencia a la que ganar a través de campañas específicas, dominadas por grandes temas --“issues”-- como la corrupción, el desempleo, la seguridad, entre otros. Desde una perspectiva sociológica, la correlación entre clase social y voto ha mermado, pues los partidos se han encargado de establecer una “audiencia” de carácter flexible con el electorado dominada por el populismo, esto es, encarada hacia la presunta defensa de los intereses volátiles de dicho electorado.
En última instancia, la comunicación es otro de los factores a tener en cuenta. La influencia de los medios de comunicación en la política, la comunicación mediática y el marketing electoral provoca que las campañas se centren en los líderes, en los candidatos y en los grandes temas y no en temas programáticos o ideológicos.
En países como Estados Unidos esta tendencia ya es una realidad: la “democracia de audiencias” se ha instaurado. Los sondeos y las campañas tienen como utilidad la modelación de las preferencias del público. Los partidos, por su parte, proponen un líder e intentan ajustarse a las preferencias del electorado. Todo ello se desenvuelve en un entorno dominado por los medios de comunicación y, específicamente, por la televisión. Estos medios son los que inducen mediante imágenes los candidatos o partidos y, finalmente, los votantes ven reducido su papel a la emisión de su voto el día de los comicios electorales.
La influencia de los medios de comunicación en la política provoca que las campañas se centren en los líderes, en los candidatos y en los grandes temas y no en temas programáticos o ideológicos
En España, hemos podido ver cómo los partidos tradicionales --PSOE y PP-- han ido abandonado sus extremos, correspondientes al binomio izquierda-derecha, para situarse cada vez más en el centro. Al mismo tiempo, ello ha conllevado un progresivo abandono de parte de su propia ideología. El ulterior fin es captar la mayor parte del electorado posible. Es por ello que tratan de identificarse con una amplia gama de ciudadanos y responder a sus demandas. La forma de conseguir dicho fin, en el marco de la “democracia de audiencias”, es a través de la explotación de la imagen de sus líderes en los medios de comunicación, en el caso del PSOE, Pedro Sánchez y, en el del PP, Mariano Rajoy, y mediante la elaboración de programas electorales poco detallados, destinados a que el máximo número de electores se identifique con ellos.
Los nuevos partidos, por su parte, también buscan hallar un hueco en el centro del espectro ideológico. La explotación de la imagen de sus líderes es, igualmente, una pieza clave, y sus programas se centran tanto en captar la mayoría de votos que algunas de sus propuestas, que giran en temas a temas como el paro o la corrupción, son tachadas de populistas.
Efectivamente, estamos inmersos en la era de la “democracia de audiencias” propuesta por Manin, donde los partidos catch-all son los que mejor situados están y los que parten con ventaja ya que consiguen captar la atención del votante medio. Por tanto, es necesario que la ciudadanía se abastezca de toda la información posible y tenga el sentido crítico necesario para no errar en su elección.