Rodrigo Rato afronta un horizonte procesal cada vez más negro. Esta semana proyectó una imagen lastimosa en su fugaz entrevista con una agencia de noticias. El antaño todopoderoso vicepresidente del Gobierno es la viva estampa de un hombre vencido y desbordado por las circunstancias. Semeja el árbol caído del que todo el mundo hace leña.
Desde hace tiempo es objeto de indagaciones por la polémica salida de Bankia a bolsa y por las tarjetas Visa “gratis total”. Ahora le achacan, además, haberse embolsado comisiones millonarias por la adjudicación de la publicidad de Bankia cuando lideraba sus destinos. Para ello utilizó un arsenal de sociedades sitas en paraísos fiscales y a varios testaferros, que le permitieron eludir el pago de impuestos al fisco español.
Rato aseguró que todas esas imputaciones son falsas, que no se metió en el bolsillo un solo céntimo ilegal y que declaró a Hacienda todas sus ganancias. Pero las pruebas que día tras día se van acumulando en su contra son abrumadoras
En la citada comparecencia, Rato aseguró que todas esas imputaciones son falsas, que no se metió en el bolsillo un solo céntimo ilegal y que declaró a Hacienda todas sus ganancias. Pero las pruebas que día tras día se van acumulando en su contra son abrumadoras.
¿Por qué dimitió del Fondo Monetario Internacional mucho antes de concluir el mandato? Nunca llegó a saberse el motivo real del cese, como si de un secreto de Estado se tratara. Ahora se va comprobando que su regreso a Madrid no obedecía a otro propósito que el de amasar dinero a manos llenas.
Tras instalarse en la Villa y Corte, Rato entró a trabajar en el banco de inversiones Lazard, Emilio Botín lo designó miembro del consejo asesor internacional de Banco Santander y La Caixa lo aupó a la presidencia del órgano asesor de su filial Criteria.
Pero todo eso no le bastaba. Aspiraba a más. Y removió cielo y tierra hasta encaramarse a la presidencia de Caja Madrid. El empeño no le resultó fácil, pues requería el previo desalojo de Miguel Blesa, que se aferraba a la poltrona como una lapa y se negaba en redondo a abandonarla, pero finalmente sucumbió.
Es de recordar que Blesa había escalado el puesto gracias a los buenos oficios de su compañero de correrías José María Aznar. Luego transformó Caja Madrid en una especie de puerto de Arrebatacapas. Distribuyó generoso alpiste entre los representantes de los partidos políticos y los sindicatos refugiados en el consejo de administración de la entidad. De esta forma, Blesa pudo hacer y deshacer a su antojo. Convirtió la caja su cortijo particular y se dedicó a vivir como un nuevo rico a costa de la institución.
Prebostes enchufados
Una de las primeras decisiones de Rato tras empuñar la batuta de Caja Madrid consistió en subirse el sueldo a más de 2 millones de euros, aparte de las demás mamandurrias inherentes al cargo, como consejero de las participadas IAG de líneas aéreas y Mapfre de seguros, más la depredadora tarjeta “black” puesta a disposición todos los vocales.
Rato había acaparado en la vicepresidencia del Gobierno un inmenso poder. Se sirvió de él, entre otras cosas, para colocar a sus amigos y paniaguados al frente de las grandes empresas y ex monopolios privatizados. A su dedo providente se debieron las irrupciones de Francisco González en Argentaria, Manuel Pizarro en Endesa, Alfonso Cortina en Repsol, y César Alierta en Tabacalera y después en Telefónica. Ya es sabido que semejantes compañías son fuente inagotable de fondos para desparramar favores de todo tipo y colocar a políticos cesantes.
Una vez encumbrados a sus respectivas cúpulas, los compadres de Rato se autoconcedieron unas pagas de infarto y corrieron a dotarse de contratos más blindados que un Panzer de la Wehrmacht
El caso es que una vez encumbrados a sus respectivas cúpulas, los compadres de Rato se autoconcedieron unas pagas de infarto y corrieron a dotarse de contratos más blindados que un Panzer de la Wehrmacht. Así se aseguraban el disfrute de una jubilación dorada para el caso de que un día aciago se les expulsase del sitial. Todo ello, claro está, a costa de las arcas de las empresas y de sus cohortes de accionistas.
Rato no quiso ser menos que sus empingorotados secuaces y repitió la jugada en Caja Madrid. Pero una cosa es arramblar con unos honorarios de vértigo y otra muy distinta apropiarse adicionalmente de gabelas a destajo, por medio de personas interpuestas y utilizando una red de sociedades extranjeras para evadir impuestos. La justicia determinará si las acusaciones tienen base. En todo caso, a Rato le aguarda un largo calvario judicial.