Una de las razones del éxito del nacionalismo radica en su habilidad para desempeñar papeles emocionalmente manipuladores y, por tanto, políticamente fructíferos.
Esta función de rebeldía ante el Estado le otorga al nacionalismo un plus de atractivo ante el electorado joven, inconformista o idealista
Ante el Estado se comporta como un niño indómito que desafía los mandatos injustos de un padre convertido en padrastro. Los niños rebeldes despiertan un padre autoritario. El crío que cuestiona del padre su prestigio (denigrándolo) o su autoridad (desobedeciéndolo) estimula la faceta autoritaria del progenitor. Así, este tiende a exacerbar el mensaje de que la ley debe ser cumplida porque existe tal obligación, sin reparar en que el deber de obediencia emana de su legitimidad y de la finalidad benéfica de la ley (garantizar derechos y libertades en igualdad y ordenar la sociedad en aras al bienestar colectivo).
Es decir, frente a un niño rebelde e impulsivo que reclama justicia, el Estado (especialmente cuando gobierna la derecha) replica con apelaciones al cumplimiento del deber. A ese mensaje es receptivo un adulto o un niño adaptado, no un niño que piensa que todos tienen la obligación de satisfacer sus insaciables deseos.
Este padre normativo en casos graves se convierte en un padre autoritario, lo que incrementa la rebeldía del nacionalismo. En otras ocasiones, el padre tiende a ser complaciente, con la vana esperanza de que la concesión calme la indocilidad o abone el amor del hijo díscolo.
Esta función de rebeldía ante el Estado le otorga al nacionalismo un plus de atractivo ante el electorado joven, inconformista o idealista. Le permite exhibirse ante la sociedad catalana como el paladín de una Cataluña humillada. Y además le otorga un proyecto liberador e ilusionante.
El complejo Companys arrastra todavía al PSC, pues al asumir el nacionalista el papel de pal de paller, padre protector o padre autoritario de Cataluña empuja a amplios sectores de la izquierda al rol de niño sumiso
De ahí la facilidad con la que el nacionalismo desempeña un segundo papel, pero esta vez de cara a la sociedad catalana: el de padre protector de Cataluña. Sin dificultad alguna se autoconvierte en el pal de paller, en el sostén y continuador de las esencias catalanas, en el macho alfa de Cataluña, en el mesías que conduce al pueblo a la tierra prometida. Aquellos catalanes que no comparten su visión son ignorados por este nuevo padre que actúa, con frecuencia, como un padre autoritario, que denigra o descalifica a los catalanes no nacionalistas (“sucursalista”, “vendido a Madrid”, “facha”, etc.).
Muestra de su autoritarismo es su afán de controlar el pensamiento y la acción de la sociedad catalana, como nos recuerda el memorándum reservado de los consellers de Pujol. Otra exhibición de su pulsión de control es su política para uniformizar lingüística y culturalmente Cataluña (siempre camuflada bajo los dos mantos antedichos: el proteccionista hacia lo catalán y el insumiso frente a las “amenazas de Madrid”).
Ese padre director de Cataluña, a su vez, provoca la asunción de dos papeles entre los sectores no nacionalistas: el de niño rebelde o el de niño sumiso. Ejemplo del primero lo constituyen Vidal-Quadras (enfant terrible del nacionalismo), Antonio Robles y, en cierta medida, Ciutadans. Es el rol que más nervioso pone al nacionalista, porque le recuerda su actitud intolerante y cuestiona su legitimidad contra el Estado. Por esa razón el nacionalismo lo castiga con el ostracismo interior o con la difamación (“ultraderechista”).
El segundo rol, el de niño sumiso, lo desempeña un amplio sector del PSC, como manifestación secundaria del complejo Companys. Cuando Companys se sublevó en octubre de 1934 contra el gobierno de la República, volviéndose del balcón de la plaza de Sant Jaume, les dijo a sus acompañantes: “Ya nadie podrá decir que soy poco catalanista”.
El complejo Companys era fruto de su pasado: fue redactor de La Publicidad (diario de Lerroux), concejal independiente en las listas del Partido Republicano Radical (el lerrouxista) y luego militante del Partit Republicà Català (PRC). Fue republicano, no nacionalista. Al confluir el PRC con Estat Català y formarse así ERC, el sector nacionalista siempre le reprochaba su pasado y le tildaba de pusilánime frente a “Madrid” (de nuevo el nacionalismo en el papel de macho alfa de Cataluña y padre autoritario de los catalanes no nacionalistas). Es decir, a Companys, le hacía sentir culpable y le colocaba en una posición incómoda, pues cuestionaba su autoimagen de rebelde luchador contra las injusticias.
El complejo Companys arrastra todavía al PSC, pues al asumir el nacionalista el papel de pal de paller, padre protector o padre autoritario de Cataluña empuja a amplios sectores de la izquierda al rol de niño sumiso. Este niño es dócil porque le reconoce al que asume el rol de padre director tal condición y porque intuye en él unas cualidades que aprecia: su defensa del débil (el nacionalista cree formar parte de una nación vejada y ser él su valedor) y su actitud rebelde.
Los reproches nacionalistas menoscaban la propia imagen del socialismo. Tiene miedo de no recibir la aceptación del padre
Los reproches nacionalistas menoscaban la propia imagen del socialismo. Tiene miedo de no recibir la aceptación del padre. ¿Cómo cuestionar al que ejerce el papel de víctima frente al Estado y que, además, actúa en beneficio de todos los catalanes, ricos o desposeídos? ¿Cómo oponerse a un contestatario frente a un Estado tildado de anticuado y oligárquico cuando la izquierda ha tenido también esa tradición opositora? Y aunque el nacionalismo es una ideología reaccionaria, a parte de la izquierda le cuesta salir de este enredo de roles y actitudes. Otro hecho que todavía confunde a ciertos sectores de la izquierda es la común persecución sufrida durante el franquismo. Tener un mismo enemigo creó vínculos de simpatía que hoy carecen de sentido. El nacionalista sufre y lucha por Cataluña (a su manera, claro) y se cree con derecho a afear a los “blandos” su tibieza. O se tiene claro que el nacionalismo es una ideología reaccionaria o se sucumbe a la manipulación psíquica de este “esforzado luchador contra las injusticias”.
Durante un siglo la izquierda española no se ha sentido artífice del Estado (el turnismo alfonsino y el franquismo lo impidieron), por tanto, no se siente directamente cuestionada por las acusaciones de ese niño rebelde nacionalista hacia el Estado. Sin embargo, la España actual es más fruto de gobiernos de centro-izquierda que de centro-derecha. La izquierda catalana ha construido España, pero le cuesta defender su obra y la utilidad de las instituciones comunes frente al particularismo. Atacar al Estado es atacar la obra de la izquierda, pero, ¿cómo un niño acomplejado va a cuestionar al padre autoritario? Muchas veces sigue --sin convicción-- la estela que el padre descalificador marca: inmersión obligatoria, desigualdad y blindaje competencial, nuevo sistema fiscal, eclecticismo táctico… ¿Cómo salir, pues, de este morboso juego psicológico? Urge que la derecha española renuncie a los gestos y actitudes propias de un padre normativo o autoritario, que refuerza el papel de niño rebelde del nacionalista.
También es necesario que la izquierda radicada en Madrid abandone el rol de padre hipernutricio y complaciente ante un hijo caprichoso, despectivo, desagradecido, desleal y egocéntrico, es decir, despótico
También es necesario que la izquierda radicada en Madrid abandone el rol de padre hipernutricio y complaciente ante un hijo caprichoso, despectivo, desagradecido, desleal y egocéntrico, es decir, despótico. Los poderes estatales, dirigidos por la derecha o la izquierda, deben situarse en el rol de adulto, que apele a las oportunidades y ventajas de permanecer unidos, que escuche, atienda y también exija, que recuerde que todos los ciudadanos tenemos derechos y deberes que no pueden ser cercenados por criterios particularistas, que los sentimientos no amparan quitar el voto a cuarenta millones de conciudadanos, que hay un pasado común y un proyecto ilusionante por construir, que la historiografía nacionalista hace infeliz a este por heridas del ayer que nunca sufrió, que el Estado nos pertenece a todos y a todos presta servicios por igual, etc.
No se debe tratar al nacionalista como un niño indócil al que domar ni como un niño sufriente y chantajista al que contentar (aunque lo sea). No se le debe permitir entrar en ese juego. Se le debe tratar como adulto, haciéndole saber que es responsable de sus actos, sin amenazas ni desplantes, pero sin flaquezas, y con argumentos positivos. Conviene visualizar a todas las comunidades de España, que, para ese niño egocéntrico, son inexistentes. Un Senado federal sería una buena medida. También es oportuno reforzar el protagonismo simbólico de lo catalán, pero sin alimentar el narcisismo nacionalista. Se precisa que la izquierda catalana abandone ya el papel de niño sumiso ante el nacionalismo, que empiece a valorar el Estado como obra suya y la defienda, que derroque al macho alfa, ridiculice sus obsesiones, exponga el daño que el nacionalismo hace a los catalanes y a la convivencia con los demás españoles, desmonte los mitos, defienda los derechos lingüísticos, critique la pésima gestión nacionalista, denuncie sus recortes sociales, evidencie el empobrecimiento moral, cívico, democrático y económico al que lleva conduciendo a Cataluña con su paranoia, su vanidad y su afán de nacionalistizar, afee su desviacionismo de responsabilidades, se soliviante ante su supremacismo sobre el resto de España, critique su populismo territorial, repruebe su apropiación caciquil de Cataluña y cuestione sus ensoñaciones. Dicho todo, obviamente, desde el cariño.
En este teatro que es la vida el nacionalista siempre asume los dos papeles que más réditos políticos ofrece (niño rebelde frente al Estado y padre director/autoritario en Cataluña). Los que creemos en los valores de la convivencia y la unión debemos cuestionar ambos roles; colocarle, racional y emotivamente, a la defensiva, asumiendo el papel de adultos, y no el de padre normativo-autoritario (habitual en la derecha), padre hipercomplaciente (tendencia de la izquierda) o niño sumiso (todavía instalado en parte del socialismo catalán).
Escolio: adviértase que cuanto más a la derecha esté situado un partido más refuerza su papel de padre normativo/autoritario (Vox) y cuanto más a la izquierda, el de padre hipercomplaciente (IU). A su vez, cuanto más a la izquierda esté un partido catalán mayor es la tendencia a no contemplar al Estado como obra propia y a sintonizar con los aires de rebeldía del nacionalismo, a pesar de su flagrante contradicción con los valores cívicos y democráticos de la izquierda (ICV).