A un año vista, la revisión histórica que comportaron los fastos de la conmemoración del tricentenario de la derrota de 1714 dejó claro (a quien quiso leer sin prejuicios) que no hubo en aquel infortunado conflicto un rodillo hispano laminando las libertades catalanas, sino una guerra civil entre españoles. Y así fue y así siguió siendo, muy en particular en 1936, hasta hoy. Sé que no desvelo nada nuevo, pero el primer y más sencillo recurso de la pedagogía es la repetición.
El esencialismo metafísico, combinado con la perversión del lenguaje, y una 'interpretación sesgada' (dicho de forma muy benevolente) de la historia son los ingredientes fundamentales (que no únicos) de un malentendido del que se valen unos cuantos para dar lugar a un imaginario conflicto Cataluña-España que, habiéndoles permitido medrar a su costa, atizan y perpetúan con el fin de continuar viviendo de él en el futuro.
A nuestros gobernantes se les llena la boca hablando con énfasis y sin rubor en nombre de los catalanes al tiempo que gobiernan en favor de los intereses estrictamente soberanistas o secesionistas de un sector de la población catalana
Revisemos analíticamente un elemento fundamental del primero de esos ingredientes: el concepto mismo de 'catalán'. No me voy a referir a una cuestión de identidad, como quizá el lector habrá pensado, sino a lo que el término denota. Catalán, según la RAE, tiene tres acepciones: a) natural de Cataluña; b) perteneciente a esa región y, por último, c) nombre de una lengua romance que se extiende por los territorios del antiguo reino de Aragón. En ninguno de sus sentidos tiene una connotación política.
Cuando en los primeros años de la democracia se vino a llamar a la representación de CiU o del PNV en el Congreso 'minorías catalana y vasca' --ignoro de quién fue esa deplorable iniciativa-- se dio carta de naturaleza a un equívoco del que se ha valido el soberanismo para engordar sus propias alforjas. En ninguna de las tres acepciones mencionadas CiU podía ser llamada LA minoría catalana --había otros muchos catalanes en las Cortes--, si acaso se les pudo llamar minoría 'catalanista' (aunque los socialistas catalanes habrían puesto el grito en el cielo) o, más apropiadamente para la época, 'nacionalista catalana'.
La ambigüedad, sin embargo, es tierra abonada para el populismo (también el nacionalista). A nuestros gobernantes se les llena la boca hablando con énfasis y sin rubor en nombre de los catalanes al tiempo que gobiernan en favor de los intereses estrictamente soberanistas o secesionistas de un sector de la población catalana. Es decir, arrogándose la representación de todos, pero gobernando para algunos.
Muy posiblemente eso es común a todos los gobiernos del mundo, pero aquí se hace particularmente evidente porque, en términos de conciencia nacional (los únicos a los que desde hace años se extiende la acción de gobierno), Cataluña está completa y radicalmente dividida. Más aún, el único proyecto de gobierno consiste en perpetuar indefinidamente esta situación cercenando lo común (y, con ello, sacrificando a la mitad --por lo menos-- de la población catalana, dicho, ahora sí, con toda propiedad).
¿No es ya hora de iniciar el diálogo de Cataluña consigo misma, de actuar verdadera (y no retóricamente) en pro de la cohesión social?
Artur Mas fue quien se atrevió a decir que Cataluña vivió el 9N una "simbiosis perfecta entre las instituciones, el tejido asociativo y las personas". Y puede que así fuera si circunscribimos asociaciones y ciudadanos catalanes al ámbito de los catalanistas o soberanistas. Y porque las instituciones y el tejido asociativo están tomadas por la (valga el término como oxímoron) intelligentsia soberanista que, constituyendo el vértice de la pirámide de la sociedad catalana, ocupa todas las instancias de control social y frena y excluye todo lo que no está al servicio de su proyecto de país.
Cuando los católicos catalanes, piden a las autoridades eclesiásticas un obispo 'del pueblo', ¿qué quieren, un obispo catalán o uno secesionista? ¿de qué 'pueblo' hablan? Cuando el Síndic de Greuges toma partido por la inmersión lingüística y en contra del bilingüismo y de las sentencias del Tribunal Supremo, ¿a qué pueblo catalán defiende? Cuando el Presidente Mas amenaza a la patronal Fomento del Trabajo de no considerarla representativa, ¿qué entiende por representación? ¿Sólo la que se somete a sus intereses de partido? Esa 'simbiosis perfecta' sólo lo es en la medida en que consideremos parte de la sociedad catalana de pleno derecho únicamente a aquellos que piensan como quiere el poder.
Cuando se exige al gobierno de España diálogo (algo imposible, pues sólo se pretende discutir las condiciones de la secesión), cabe preguntar: ¿dónde están las mesas de negociación entre los catalanes que desean la separación y los que no? La primera 'estructura' de Estado es el pacto social, ¿cuándo se va a firmar en Cataluña entre todos sus ciudadanos? ¿No es ya hora de iniciar el diálogo de Cataluña consigo misma, de actuar verdadera (y no retóricamente) en pro de la cohesión social? Pero este gobierno está deslegitimado para ello por cuanto su gestión ha consistido siempre en el desprecio y el ninguneo de los catalanes que no comulgan con su credo ideológico. No hay mayor manifestación de autoodio.
En un sentido no estrictamente técnico del término, el autoodio es la actitud de aquellos individuos que se niegan a aceptar a sus sociedades tal como son y que están dispuestos a romperlas si eso sirve para conformarlas de acuerdo con su ideal. Porque, no nos engañemos, lo que se está proponiendo hoy en nuestra comunidad no es un divorcio de España sino una mutilación de Cataluña. Hace unos meses escribía Lluís Muntada en El Punt/Avui: "La societat catalana s'està dividint en: 1) defensors de la democràcia, 2) detractors de la democràcia, i 3) còmplices passius dels detractors de la democracia". Si queremos, pues, defender la democracia --y qué otra cosa podríamos querer-- habrá que acabar con sus detractores, ¿acaso podría ser otra la conclusión? [Y lo más pintoresco es que esa condena de sí mismo podría tal vez considerarse un vicio noventayochesco ¡característicamente español!].
El autoodio es la actitud de aquellos individuos que se niegan a aceptar a sus sociedades tal como son y que están dispuestos a romperlas si eso sirve para conformarlas de acuerdo con su ideal
Es paradójico que se acuse a los catalanes que no optan por la secesión de sentir o de practicar 'autoodio'. En ciencia social, es decir en un sentido estrictamente técnico del término, se llama autoodio a la "identificación con el grupo dominante, al sentimiento de rechazo que siente el individuo, perteneciente a un grupo social de bajo estatus, ante características propias consideradas inferiores a las de los grupos dominantes". En puridad, pues, las únicas manifestaciones de este fenómeno en la sociedad catalana las podríamos quizá encontrar en Súmate u otras entidades parecidas.
Cataluña está irremisiblemente dividida, esa es ya la primera consecuencia del 'procés'. Lo reconocía Germà Capdevila en el periódico anteriormente mencionado. Hay, decía, dos 'dimensiones' en nuestra comunidad con distintos marcos de referencia, uno que él llamaba “catalán” (consumidor de prensa y televisión y redes sociales autóctonos) y otro “español”. Estos últimos, dice, “només han tingut un contacte tangencial amb el procés, i en tot cas només han escoltat les opinions dels debats a La Sexta o Telecinco”. Y, por causa de los caprichos interesados del sistema electoral, de la forma de constitución de las cúpulas de los partidos y de la falta de coherencia y convicciones de los líderes políticos, los distintos gobiernos de Cataluña han actuado siempre como si la segunda de esas mitades no existiese, como si fuese responsabilidad ‘española’, no ‘catalana’. Aquí hay dos dimensiones, pero sólo se gobierna para una.
Hoy hemos llegado a la exacerbación de esa tendencia. Lo que se debate en las próximas elecciones es si Cataluña, la mutiladora Cataluña del secesionismo, va acabar con Cataluña, la Cataluña de siempre, española, europea, tolerante, abierta, moderna, y pactista. No estamos en una confrontación de Cataluña contra España sino, como siempre desde hace 301 años, de Cataluña consigo misma.