¡Ay, señora Carulla! ¡Cuántos recuerdos han hecho aflorar en mí sus comentarios sobre los trenes llenos de colonos enviados por el dictador Franco para castellanizar Cataluña!
Está claro que usted jamás se subió a uno de esos trenes en tercera clase con asientos de madera, llenos de jóvenes esperanzados con encontrar una forma de ganarse el pan, porque dadas las circunstancias económicas de la época, ganarse el pan era toda una proeza.
Olvídese del dictador franquista, por favor. No le concedo a ese dictador tanta inteligencia como para programar desde su comodidad de El Pardo el envío de trenes llenos de conquistadores
Barcelona (no Cataluña) era una palabra mágica que significaba para muchos el resurgir de las cenizas y la miserias de la posguerra que, en algunos territorios situados más al sur, se hacían notar con intensidad.
En Barcelona hay trabajo, se oía en las plazas de los pueblos. Pero, ¿quiénes eran las personas que se sentaban en esos vagones para un viaje de 15 ó 20 horas que ahora nos parece interminable? Y había que aguantar en los asientos de madera e ir sacando de la bolsa los panecillos que la madre o la abuela o la esposa habían envuelto con todo el cariño "...para que comas hasta que llegues a tu destino".
¡Cuántas historias se cruzaron en aquellos vagones! ¡Cuántas esperanzas de encontrar trabajo y poder traer pronto a la tierra prometida a la parienta y los hijos! Eran andaluces, extremeños, murcianos... pero también había aragoneses, canarios, gallegos... Muchos, la gran mayoría, del sur de la península, "de esos de los de allí abajo", como en cierta ocasión le oí decir con desprecio a un destacado político socialista catalán.
Los socialistas catalanes, sí, aquellos que han vivido de los votos de esos que llegaban en los años 60, y de sus descendientes, pero que jamás se han ocupado de sus votantes, esos hombres y mujeres llegados desde otras zonas de España y que con su trabajo, su esfuerzo y su dedicación, han contribuido a engrandecer la sociedad catalana.
Mire a su alrededor, hay formas de dictadura más sutiles y las estamos sufriendo todos los catalanes con las imposiciones identitarias de unos cuantos que tienen el poder político y por ende el control mediático
Y no crea que fue fácil. Trabajaron en la construcción del metro, en el adoquinado de las calles, en los andamios de la construcción, y algunos, los más afortunados, hasta consiguieron entrar en la fábrica de SEAT y llegaron a tener, como decía Paco Candel, en 'Los otros catalanes', sangre de SEAT.
¿De verdad cree usted que estos inmigrantes vinieron enviados por el dictador a castellanizar Cataluña? ¡Qué poco sabe usted de la historia de su tierra!
No le quepa duda, esos que venían de allí abajo han hecho historia y hoy son una parte importante de esta sociedad que usted y sus 'iguales' quieren fundir en una sola identidad.
Pues no, señora Carulla, somos muchos los que nos sentimos catalanes y españoles y no podemos renunciar a lo que es esencial: la dignidad de haber llegado en trenes de madera, de haber trabajado y de haber contribuido a lo que ahora es, o podría ser sin tanto desatino, nuestra Cataluña.
Y olvídese del dictador franquista, por favor. No le concedo a ese dictador tanta inteligencia como para programar desde su comodidad de El Pardo el envío de trenes llenos de conquistadores. Mire a su alrededor, hay formas de dictadura más sutiles y las estamos sufriendo todos los catalanes con las imposiciones identitarias de unos cuantos que tienen el poder político y por ende el control mediático.
Por vergüenza y por habernos ofendido, bórrese usted de esa lista. Haga acto de contrición y recupere algo de su dignidad perdida, si es que aún la conserva
Como persona humana, ciudadana del mundo, cartagenera, barcelonesa, catalana y española me niego a que los suyos reduzcan mi personalidad a una falsificada versión nacionalista heredada de los grandes desastres del siglo XX. Seguramente porque yo, como tantos otros, como los padres y abuelos de esos "otros catalanes", llegamos en esos trenes de los años 60 empujados por la necesidad y el hambre. Y también buscando ese anhelado soplo de libertad que parecía mayor en Barcelona.
Tengo que recordarle que la ciudad condal era el ágora donde se profesaba una cultura que pretendía ser libre y cosmopolita en signo visible de rebeldía contra un régimen falto de los derechos más fundamentales, como el de la libertad de expresión. Algo que ahora parece un sueño, señora Carulla.
Así que por vergüenza y por habernos ofendido, bórrese usted de esa lista. Haga acto de contrición y recupere algo de su dignidad perdida, si es que aún la conserva. Deje de pensar de una vez por todas en nosotros como "los otros catalanes" porque hoy en día somos nosotros y nuestro hijos y nietos tan catalanes como usted o cualquier otro nacido aquí. Merecemos su respeto y su reconocimiento, no su desprecio xenófobo.
Hace muchos años que me bajé de un tren en la estación de Francia, pero leyendo sus infaustas declaraciones he tenido la remembranza del sabor de la carbonilla en mi boca.